Lado B
El partido más importante
 
Por Lado B @ladobemx
17 de junio, 2013
Comparte

Emilio Gomagú*

Se dice del fútbol que lo inventaron los ingleses, pero que fueron los brasileños quienes lo hicieron popular. La realidad dice que no se necesita casi nada para jugarlo. Simplemente el deseo de hacer ‘rodar’ algo, lo que sea, una bola de trapo, de papel o de cuero. Con la velocidad de un lateral por izquierda, el fútbol se convirtió en el deporte más jugado en el continente americano y, curiosamente, Latinoamérica se volvió el representante ideal de este juego.

Años después el deporte más popular del mundo se asoció con la marginalidad. Los más brillantes de la historia, los héroes de otro tiempo han nacido jugando en la pobreza. Ya desde hace mucho se decía que Pelé pateaba cocos en la playa, y que Maradona nunca dejó de jugar para Villa Fiorito, aún pintándole la cara a los ingleses. Símbolos del ascenso y el progreso socio-económico, el jugador de fútbol se transformó rápidamente en la posibilidad de ganarle una al destino.

Al que le gusta el fútbol sabe que jugarlo es lo más hermoso que hay. Y en esta tómbola de la vida, sólo a algunos pocos se les concede el privilegio de vivir de él. Convertir tu pasión futbolera en tu trabajo es algo que desconozco y no con tristeza. No por dos razones: porque coincido con Galeano cuando dice que “la historia del fútbol es un triste viaje del placer al deber”; y porque finalmente uno está donde está y puede hablar desde donde habla gracias a las posibilidades que tuvo y también a las que se le negaron. Así es esta vida, “no hay juego de vuelta entre el hombre y su destino”; sólo se puede saber mirando hacia atrás, pues el camino que está delante vive abrazado a nuestros pies y es la planta quien lo dibuja.

El descenso.

Nacer en el norte del país, en una ciudad como Monterrey y en una familia futbolera, es decididamente nacer en mitad de un antagonismo. Hay que tomar una decisión y hay que hacerlo a toda velocidad, antes que tus padres, tus hermanos o los vecinos más grandes decidan a que club le vas a ir. Tigres y Rayados se disputan cada rincón de la ciudad y es imposible escapar a esa pasión, pues la afición regiomontana es reconocida como la mejor del país por su fidelidad independiente de los resultados.

Tomada de arquerosenred.com.ar

Tomada de arquerosenred.com.ar

Nací el año del segundo título de los Tigres, toqué una pelota casi desde la cuna y jugué en un club desde los cinco años. Mi corazón, para entonces, dejaba de latir y hacía ruidos extraños. Mi entrenador de aquella época, además de darme el siete que cargué durante toda mi vida futbolística, me explicó lo que pasaba: “Tu corazón no late, ruge”.

A los siete años, ya decididamente Tigre, conocí a Ángel David Comizzo, arquero argentino que fue contratado por mi equipo para defender nuestro arco. Vivía a unas casas de la mía y las familias rápidamente se hicieron amigas. Gracias a eso asistía a los entrenamientos y, a veces, miraba los partidos desde un palco. Una época maravillosa en la que definitivamente me salieron rayas en la piel. Cinco años después, la peor pesadilla de un hincha se hacía realidad ante mis ojos. Tigres perdía el clásico de la ciudad contra los Rayados, jugando de local, y ese resultado determinaba nuestro descenso.

Es difícil explicar los sentimientos que te cruzan el cuerpo como voraces saetas, impidiéndote pensar. Con doce años a cuestas, sin haber saboreado las mieles de un nuevo campeonato, miraba cómo mi club era la burla de la ciudad. Un año después, ganando los torneos de invierno y verano, Tigres volvía a primera por la puerta grande y yo me iba de la ciudad por la ventana, ya que la crisis económica del ‘94 nos hizo tanto daño a mi familia como a muchas otras más.

Los otros descensos.

Las vueltas de la vida me llevaron a mirar de cerca otro descenso y a vivir, más cerquita aún, uno más. En 2011, River Plate, uno de los dos equipos más grandes de Argentina perdió la categoría de la peor manera. Pésimos torneos lo dejaron al borde del descenso directo y obligado a defender la categoría jugando una ‘promoción’; una especie de sálvese quien pueda disfrazada de final, con partidos de ida y vuelta. River perdía el primero (de visitante), en medio de la confusión y el pánico sembrado por unos seudo hinchas del club que se metieron a la cancha para ‘pedir’ a los jugadores poner huevos (el apodo de gallinas les quedaba corto). Una semana más tarde, el equipo rioplatense empataba el segundo partido (de local) y determinaba el fatal destino. El otro descenso está tan calientito que aún escucho los cantos del hincha y sus lágrimas no se han secado del cemento frío en estadio Libertadores de América. Independiente de Avellaneda, víctima de tres malos años, ha descendido hoy a la primera B nacional, arrastrando consigo en una voraz marea roja a miles de hinchas, entre ellos a la familia de mi mujer, que Son de Independiente y su tristeza me rasguña la piel.

La violencia, esa mancha.

Es difícil comparar el fútbol de dos países, sobre todo porque en esencia se pretende comparar dos ámbitos de lo social de cada uno de ellos. Pero es inevitable notar esa mancha. A decir de Villoro “el fútbol tiene muchas luces y sombras. Dentro de las sombras están la xenofobia, los nacionalismos, el machismo, el dopaje, la explotación económica, el uso político de los equipos…” Pero también sabemos que la violencia que hoy atravesamos en el mundo es una realidad y la que se vive en el ámbito deportivo no escapa a ella. Descenso o no, en los partidos también ha habido rejas rotas, butacas arrancadas, incendios, cristales despedazados. Riñas, golpes, piedras, palos, intervención de la policía con balas de goma, balas de plomo, muertos. Los últimos partidos del torneo argentino se juegan sin hinchas visitantes. Es lo más lamentable del deporte más hermoso del mundo. A pesar de todo, dijo alguien que sabe bien a lo que se refiere y que será cuestionado toda su vida, algunas veces con justicia y otras sin razón: “la pelota no se mancha”. No se mancha porque el deporte en sí es un medio, un divertimento, una pasión, y el fútbol, en primera y última instancia es un juego, un juego en el que se gana y se pierde.

En México perdimos el partido más importante.

Me es imposible no ver esa derrota, que es la más dolorosa, la más triste. No puedo pensar en otra cosa. Brotan de mis ojos lágrimas que no son de tristeza, sino de bronca. Y es que mirar en lo que se ha convertido el fútbol en el mundo es para entristecer a cualquiera, y no estoy hablando de la calidad, que esa sobra pero está desperdiciada. El negocio ha vencido al juego en todas las canchas. Sin embargo, ver a los hinchas con su dolor remarca más aquello de lo que hablo, eso que en otras palabras Caparrós cuenta de la boca de Villoro al diferenciar los futboles nacionales de México y Argentina. En México el hincha le va a un equipo y en Argentina es de un equipo.

Y es así que el descenso se vive con toda la tristeza que te puede habitar el cuerpo. El aficionado es capaz de desarrollar cualquier cábala con tal de salvar a su club, que es parte de él. Se es de un club, se desciende con un club, se pierde, se llora, se recupera y se vuelve como en otro tiempo volvió Tigres, como hace año y medio volvió River y como muy probablemente lo haga Independiente: ganando el ascenso con sangre, sudor, lágrimas y goles, partido tras partido.

river

Los últimos dos ascensos en el fútbol mexicano los lograron San Luis y La Piedad. No tocaron la primera división. Los dueños de esos dos equipos decidieron vender sus sedes de primera a los dueños de otras sedes de segunda, Chiapas y Veracruz. El partido más importante, ese que mantiene la pasión por el deporte, la competencia y el crecimiento humano y social, ese entre el negocio y el juego lo estamos perdiendo en todas las canchas del mundo, pero en México se lo puede ver golearnos cada temporada.

*(Latinoamérica, 1982) Psicologo, escritor, lector y caminante. Cursó la Maestría en Salud Mental Comunitaria en la Universidad Nacional de Lanús, Argentina (2009). Ha sido colaborador y lo seguirá siendo. Colecciona proyectos que buscan ver la luz. Alguna vez ha hecho teatro, alguna otra radio, alguna más video y foto; la música nunca se le dio, pero le sigue rogando.

Comparte
Autor Lado B
Lado B
Información, noticias, investigación y profundidad, acá no somos columnistas, somos periodistas. Contamos la otra parte de la historia. Contáctanos : info@ladobe.com.mx
Suscripcion