Lado B
De pecadores y de-votos [o los políticos no van al cielo]
Por 11 años fui a una escuela de monjas. De primero de primaria a tercero de secundaria con una breve pausa de una año entre alguno de tantos.
Por Lado B @ladobemx
06 de junio, 2013
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Tuss Fernández

@ituss79

Que la distancia conspire para olvidarme de tu geografía.

Por 11 años fui a una escuela de monjas. De primero de primaria a tercero de secundaria con una breve pausa de una año entre alguno de tantos.

Mis papás no eran religiosos, ni siquiera católicos, pero yo rezaba todos los días el Padre Nuestro en la primera clase y el Ángel de la Guarda en la última.

Ir a esa escuela, al menos en mi caso, no era una cuestión de devoción o de fe, era más bien, un asunto de status.

Era la mejor escuela del pueblo, con los alumnos más elegantes. Podíamos presumir de tener los mejores forros (de las libretas, claro) y los márgenes más derechitos de la comarca.

Ahora que también afuera, a la entrada podíamos presumir los coches más modernos, los más nice, las mamás mejor vestidas.

Ir al ‘Colegio’ era una pasarela.

Pasando por todas las clases, incluyendo catecismo, no recuerdo que en algún momento nos inculcaran aquello de que todos somos iguales; de hecho, muy a menudo nos hacían notar las diferencias y de muy mal modo.

Las monjas, por cierto vivían a media cuadra de la escuela en una casa muy fancy, enorme. Siempre había servidumbre preparando la comida y tenían un chofer que las llevaba y las traía para todos lados en una combi.

Las ‘Hermanas de los pobres’ (así empezaba el nombre de la congregación) eran todo, menos pobres.

Eso y a no confiar en el discurso de la Iglesia fue a lo único que aprendí luego de reventarme 11 años de catecismo y misas de viernes primero.

La religión, es un servicio. Uno paga [de muchas formas] por tener acceso a ella.

“Dios ama al pecador, no al pecado”. Y por cada pecado, una culpa, por cada culpa, un castigo.

Más o menos ese es el sistema.

A alguien hace muchos miles de años se le ocurrió inventar que había buenos y malos y después ya todo se descompuso. Digamos que fue el principio de la discriminación que por cierto, al menos en el catolicismo siempre encuentra formas para mantenerse vigente.

Como vigente estaba el antro en el que hace un par de años se organizaron mesas de trabajo para discutir los derechos del colectivo LGBT.

La idea era buena. La participación fue excelente.

El único problema es que dentro de la invitación a dicho foro alguien olvidó mencionar que habría representantes de cierto partido cuya líder ahora se encuentra presa no más por andar comprando bolsas de diseñador y una que otra pequeña propiedad en el extranjero con el dinero de sus agremiados.

Al final del encuentro los políticos se presentaron, prometieron, se comprometieron… estábamos a unos días de las elecciones.

Días después, el diputado y también líder municipal de ese partido exhibió en medio de la sala de sesiones al asistente de otro diputado llamándolo ‘señorito homosexual”.

Bajo su lenguaje muy políticamente correcto, el diputado escupía homofobia por todos lados.

El líder estatal del Panal prometió una sanción pero nos quedamos esperando.

Igual que nos quedamos esperando el esfuerzo de los diputados de este partido y de otros, por garantizar los derechos del colectivo LGBTI.

Y mientras aguardábamos [im]pacientes a que notaran que los homosexuales [y anexas] también somos ciudadanos, asesinaron a Agnes Torres.

La pírrica victoria de una coyuntura política y un escándalo mediático por el homicidio de una activista transexual fue que incluyeran las ‘preferencias sexuales’ como motivo de discriminación en la Constitución de Puebla.

Para toda una legislatura, eso vale la vida de todos los crímenes de odio cometidos en contra de la población sexo diversa.

La historia de siempre: Entre sacerdotes y políticos, la moral por encima de la justicia…

Y ya estamos de nuevo en elecciones.

De eso versa Reversible en su edición número 9.

De perversos políticos en busca o detrimento del voto ‘rosa’, de sacerdotes [no son lo mismo?] que nos aceptan homosexuales, siempre y cuando no ejerzamos como tales, de religiosos que ven en la castidad, la cura de nuestra enfermedad y de activistas que aún confían en la política [y sus representantes] para que de una vez por todas, la población LGBTI tenga lo que siempre se le ha negado: justicia.

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