Lado B
Bisontes de Daniel Espartaco Sánchez
Es una obra que sondea varios intereses: la vida de Miguel Habedero, escritor de libros identificados con la contracultura; el desencanto de aquellos que siguieron las utopías comunistas y se tuvieron que adaptar a una realidad completamente distinta a sus aspiraciones.
Por Lado B @ladobemx
28 de junio, 2013
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Alejandro Badillo

Bisontes, novela corta de Daniel Espartaco Sánchez (Chihuahua 1977) es una obra que sondea varios intereses: la vida de Miguel Habedero, escritor de libros identificados con la contracultura; el desencanto de aquellos que siguieron las utopías comunistas y se tuvieron que adaptar a una realidad completamente distinta a sus aspiraciones; el norte del país no como un escenario de violencia sino como un terreno estancado en el tiempo, recreado en el viaje del protagonista a su pasado.

Nitro / Press Editorial, 1era edición 2013.

Nitro / Press Editorial, 1era edición 2013.

En pocas páginas se desarrolla la anécdota mínima de Bisontes: Habedero acepta participar en un homenaje que le prepara un instituto cultural de Chihuahua. En el trayecto se encontrará con una hija que no conocía y, además, se vinculará sentimentalmente con Catalina Rivas, la organizadora del evento. Ante la falta de más elementos anecdóticos Daniel Espartaco Sánchez opta por sondear la historia del protagonista.

Habedero viaja a la ciudad de Chihuahua desde la colonia Narvarte en la ciudad de México, pero el verdadero viaje ocurre en su memoria que mezcla sus desencuentros generacionales con una vida que se le escapó de las manos y que intenta entender demasiado tarde. Como telón de fondo está Chihuahua, una superficie casi vacía, caracterizada con pocos elementos, que sirve como reflejo de la soledad de Habedero: tierra amarilla, campos abandonados, calles casi vacías.

Además del ámbito íntimo del personaje, el autor delinea la vida cultural de provincia, con sus gestos que muchas veces llegan a la caricatura. Habedero se conduce sin ganas por ese camino mientras rememora y revive en su mente episodios de su infancia: un juego iniciático de beisbol, la vida escolar, el primer contacto con adolescentes comunistas. El lenguaje sobrio que utiliza el autor a veces se contenta con seguir los pasos de los personajes; otras veces se mueve en el territorio de lo simbólico; el más importante y el que sirve como una especie de tema principal de la novela, es el silbato de un tren que, en el recuerdo, se convierte en el bramido de una manada de bisontes, bestias que alguna vez poblaron esa zona y que ahora son sólo fantasmas. Esa misma condición, la fantasmal, rodea a Habedero. No es héroe o antihéroe, sólo camina y sus decisiones son motivadas más por la inercia que por la emoción.

Esto se nota más en la relación con Catalina Rivera ya que, a pesar de su acercamiento sentimental, su vida en común se queda en la superficie. Después de un encuentro sexual, después de comer juntos, ella pregunta qué le ocurre, porque Habedero habita otro espacio, un lugar más vinculado con la memoria que con los acontecimientos actuales. Me parece que la relación entre Habedero y Catalina se pudo explotar más, quizás por la vocación breve de la novela el autor despachó muy rápido cómo se involucran, cómo se entrelazan sus vidas. Catalina se queda a un nivel muy bajo comparado con la tensión que conforma al protagonista y flota sin mucha decisión alrededor de él.

Bisontes es un retrato sutil que nunca cae en los juicios fáciles, de aquellas generaciones marcadas por el comunismo, que siguieron una utopía pero que la vida, poco a poco, los fue rebasando hasta mirarse en el espejo con extrañeza, indagando una identidad que se les escapa hasta volverlos entes que merodean por calles solitarias, habitan departamentos y miran la televisión todas las noches.

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