Lado B
El Africano de Jean Marie Gustave Le Clézio
Los libros de memorias suelen ser un terreno peligroso para el escritor pues pueden prestarse a ejercicios complacientes, textos en los que no hay una búsqueda por dialogar con el pasado.
Por Lado B @ladobemx
16 de mayo, 2013
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Alejandro Badillo

Los libros de memorias suelen ser un terreno peligroso para el escritor pues pueden prestarse a ejercicios complacientes, textos en los que no hay una búsqueda por dialogar con el pasado. De la brevedad de El libro de mi madre de Albert Cohen a la desmesura —en todos los sentidos— de Vivir para contarla de Gabriel García Márquez, hay una amplia franja de autores que, con resultados disímiles, han abordado su biografía como fuente para su literatura.

Adriana Hidalgo Editora, traducción de Juana Bignozzi.

Adriana Hidalgo Editora, traducción de Juana Bignozzi.

En El africano Jean Marie Gustave Le Clézio (Niza, 1940), premio Nobel de Literatura 2008, apuesta por el bosquejo breve que se desdobla en múltiples escenarios y preguntas. El libro ofrece una poética condensada, llena de ramificaciones que establecen interrogantes, arenas movedizas donde se desplaza la pluma del autor. Le Clézio, más que abordar de manera lineal su biografía, de cotejar con minucia datos y fechas, nos cuenta de él a través de su padre; evoca la imagen distante, a ratos borrosa, de un médico militar en África, trabajando para el gobierno inglés, alejado de su familia por largas temporadas.

El autoexilio del padre en otro continente es fruto del azar pero también de una renuncia que no es capaz de explicar y que acompaña con objetos rescatados en sus andanzas, cacharros que le sirven para cocinar, pequeñas estatuillas de madera que atesora como fetiches. La rígida disciplina en su vida, la crítica de una visión colonial sobre el continente, el desencanto final, incluso la forma de preparar los alimentos, lo transforman, lentamente, en un africano.

Años después, cuando la familia se reúne con el padre en un pueblo de Nigeria, Le Clézio se enfrenta a un personaje desconocido, en una continua penumbra, devastado por la experiencia de lidiar con decenas de enfermos en una zona amplísima, donde no hay médicos en muchos kilómetros a la redonda, armado con un equipo básico: escalpelos, jeringas, vendas, en una época ajena a los antibióticos y otras bondades de la medicina moderna. En el horizonte, más allá del inmenso territorio africano, se vislumbran las primeras señales de la Segunda Guerra Mundial.

Para Le Clézio el recuerdo de África dista mucho de la experiencia romántica de los viajeros que replican sin pudor la imagen del turista, del explorador que tiene entre las manos el boleto de regreso a casa. El pueblo de Ogoja, en Nigeria, representa para Le Clézio la única referencia de un lapso de su vida, el continuo forcejeo con su pasado, con la relación con su padre, pero también con su lugar en el mundo, elementos que reconstruye en párrafos densos y febriles.

En El africano se percibe una lucha con la memoria, transmitida en un lenguaje que no cuenta de primera intención sino que se sumerge en una especie de reescritura, salvando fragmentos, imágenes que reviven oleadas de insectos, la humedad nocturna de la selva, la conciencia del cuerpo en medio del agobio, en un entorno a veces hostil, donde resalta la diferencia con los cuerpos africanos, casi desnudos, evocando figuras de arcilla bajo el sol. El clima abrumador de África es reflejado en una prosa que privilegia lo sensorial, complementada con fotografías del padre de Le Clézio que aportan una referencia interesante a la obra.

El africano es un ejemplo de las posibilidades ilimitadas de la biografía, el cruce de géneros y el rescate de una vida que se transforma en una experiencia perturbadora y estética: condición fundamental de la literatura.

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