Lado B
El Siglo de las Mujeres de Gabriel Rodríguez Liceaga
El tema de la verosimilitud es común en los talleres literarios de narrativa. Cada personaje debe tener una justificación y sus acciones forman parte de un sistema de efectos y consecuencias que empiezan desde la primera página.
Por Lado B @ladobemx
19 de abril, 2013
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Alejandro Badillo

El tema de la verosimilitud es común en los talleres literarios de narrativa. Cada personaje debe tener una justificación y sus acciones forman parte de un sistema de efectos y consecuencias que empiezan desde la primera página. Esto se destaca en la novela ya que la mirada tiende a detenerse en un conflicto que se alarga en el tiempo, se bifurca o tiene varias digresiones. Hablo de estos elementos porque me vinieron a la mente después de terminar la novela El siglo de las mujeres de Gabriel Rodríguez Liceaga (México D.F. 1980).

La historia es relativamente sencilla: dos mujeres –Dinorah y Alma– se encuentran en un baño, encuentran cosas en común y comienzan a vivir juntas. Tiempo después gestarán un proyecto: cada una buscará al padre perdido de la otra. De esta forma sus caminos se dividen: Alma viaja a Durango y Dinorah a Campeche.

 Ediciones B, 1era edición 2012.

Ediciones B, 1era edición 2012.

El andamiaje de la novela, a pesar de su aire a road movie o, incluso, obra de iniciación, no se basa en un gran conflicto identificable a primera vista o en una aproximación psicológica a las protagonistas. La mirada se concentra en secuencias que se construyen con un lenguaje sensorial, diálogos que mezclan lo coloquial con metáforas que moldean una atmósfera de matices oníricos.

Hay otro punto que resalta: la voz en tercera persona que rechaza obsesivamente cualquier neutralidad y funciona como una voz interna de las mujeres. A través de esta perspectiva resaltan símbolos, imágenes que se regodean en lo sexual, líquidos corporales, lo escatológico. Otro contexto es la ciudad de México que, omnipresente, se revela en autobuses atestados, olores penetrantes y colonias que parecen no tener fin. En el viaje en busca de los padres ausentes también cobran peso Campeche y Durango como ciudades en derrumbe: una agobiada por la violencia y la otra por la desazón del calor y el hastío.

Algunos lectores encontrarán gratuidad en el comportamiento de los habitantes de la novela: los eventos no suceden en un orden natural en el que la tensión se acumula hasta llegar a escenas más definitorias. Dinorah y Alma parecen entes extraños que dejan muchas cosas en el aire, van de asombro en asombro sin preguntarse demasiado por qué han llegado a ese punto. Su visión está determinada por su vida en pareja que, en varios capítulos, pasa de la idealización a lo sexual. Incluso, cuando Dinorah queda embarazada después de una relación fugaz que genera celos en su compañera-amante, el conflicto es tratado como un tema secundario que de vez en cuando aparece y que no es determinante.

Estos factores, que podrían ser calificados como yerros, deben ser vistos bajo la luz de las intenciones del autor. Gabriel Rodríguez Liceaga no busca enganchar con la explicación sino con un lenguaje que se retuerce y busca lo material –incluso lo plástico– en las descripciones físicas y mentales de sus criaturas. El talento y, sobre todo, el detenimiento para describir escenas cotidianas a partir de la poesía y de cierto extrañamiento del mundo hacen que El siglo de las mujeres sea una lectura que gane por lo tangencial, por la búsqueda de los sentidos, elementos todos que funcionan como verdadero centro de la novela.

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