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Ese modo que colma de Daniel Sada
La obra de Daniel Sada –escrita a contracorriente del mercado editorial e inmersa en una búsqueda estilística obsesiva— ha llamado la atención de la crítica y ha sido refrendada por premios como el Villaurrutia por su libro de cuentos Registro de causantes (1992) y el Herralde por su novela Casi nunca (2008).
Por Lado B @ladobemx
08 de noviembre, 2012
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Alejandro Badillo

La obra de Daniel Sada –escrita a contracorriente del mercado editorial e inmersa en una búsqueda estilística obsesiva— ha llamado la atención de la crítica y ha sido refrendada por premios como el Villaurrutia por su libro de cuentos Registro de causantes  (1992) y el Herralde por su novela Casi nunca (2008). Más allá de premios y de la crítica, sus libros desde hace tiempo forman un corpus esquivo que lo aleja de la mayoría de narradores mexicanos. Concentrado en el desarrollo de un estilo, Sada ha caminado mucho tiempo en solitario, refugiado en una prosa que destaca por su maleabilidad, por su sonido y por su ritmo.

Anagrama, México 2010, 183 p.

Muchas reseñas y textos críticos optan por el camino fácil y ubican a Daniel Sada entre los “escritores del desierto”, aquellos herederos de Yáñez y Rulfo que, con resultados desiguales, continuaron la estampa rural en la frontera norte del país. Sin embargo, Sada está lejos de los imitadores de Rulfo y compañía; también es ajeno a los nuevos escritores fronterizos que buscan en el folclor del narcotráfico el escenario idóneo para satisfacer las expectativas de un mercado hambriento de temas de moda. Es cierto, sus motivos tienen como telón de fondo el norte devastado y sus personajes abrevan de la vida en provincia, pero su escritura no tiene como hilo conductor un paisaje o un gran tema decantado con el tiempo sino las posibilidades de contar una historia utilizando al lenguaje como personaje principal. En este sentido la apuesta de Sada tiene pocas referencias en la actualidad y, me parece, sólo encuentra vasos comunicantes con la obra de Jesús Gardea, otro escritor fronterizo, apenas atendido por la crítica, cuyas novelas y cuentos –ubicados en el pueblo imaginario de Placeres- son escenario de una de las prosas más sugestivas de la literatura mexicana.

Es interesante comparar a estos dos escritores por su vocación poética, incluso ambos escribieron poemarios; Gardea publicó Canciones para una sola cuerda (1982) y Sada Los lugares (1977),  El amor es cobrizo (2005) y Aquí (2008). Pero aun entre ellos hay diferencias: las atmósferas gardeanas, repletas de imágenes y silencios, de un fraseo que explora la plasticidad de un instante, contrastan con las historias de Sada que evaden la morosidad, el detalle y se concentran en la capacidad rítmica del lenguaje, en una respiración entrecortada por la puntuación, por exclamaciones que son como salpicaduras en la página y que obligan al lector a entrar en un ritmo artificioso donde la creación verbal va aparejada con la anécdota.

Ese modo que colma, su libro de cuentos más reciente, es una confirmación de la vocación prosística de Sada. De inicio llama la atención la falta de homogeneidad en temas e, incluso, en la intención narrativa. Es importante destacar esta característica. ¿La razón? La casi unánime opinión de que un libro de cuentos debe tener forzosamente rasgos comunes, temas estrechamente vinculados, atmósferas iguales. Al contrario de dictámenes y elogios sobre libros que abordan un solo concepto, Ese modo que colma nos recuerda que cada cuento es un universo que funciona con reglas propias, que la uniformidad a veces es un lastre y lleva al libro a perderse en la obviedad, en las fórmulas manidas. El proceso de escritura de un libro de cuentos puede rechazar la totalidad y está inmerso en distintos tiempos. Si intentamos rastrear un elemento común en las once piezas que conforman el libro quizá encontremos un tono paródico, de humor negro, que alcanza registros variados. Pero más allá de ese matiz los cuentos evidencian vocaciones distintas que van de lo carnavalesco a lo trágico y de lo real a lo fantástico. La apuesta más radical la encontramos en el primer cuento: “El gusto por los bailes”.

La trama cuenta cómo Rosita Alvírez se fuga de su hogar para huir de la vigilancia de su madre, satisfacer su vocación por la fiesta y el baile. Sada nos cuenta la historia organizando su escritura como un poema o un corrido. Los versos transcurren veloces y los acontecimientos parecen fluir de la voz de un trovador. Más allá de los resultados o de la efectividad de esta primera apuesta, la lectura de “El gusto por los bailes” sirve para medir el proceso de escritura de Sada y tener un atisbo de sus intenciones porque la forma de construcción de este cuento podría aplicarse al resto del volumen. Imaginemos el trabajo artesanal del escritor, el artificio que se edifica lentamente y, entonces, los demás cuentos de Ese modo que colma pueden entenderse como poemas extensos cuyos fragmentos han sido unidos en largas frases. Corridos broncos que se ajustan a regañadientes a una prosa compleja, a un sistema de párrafos que se podrían desanudar en versos y recitarse en voz alta.

Un cuento a destacar es “El diablo en una botella”, en éste la historia linda entre lo fantástico y lo surrealista: Moisés, miembro de una cofradía adicta al dominó, tiene esporádicas visiones de un diablo diminuto que pone en jaque sus reuniones. En este cuento el lenguaje de Sada, lúdico, busca el asombro –además de la desaforada situación- en el discurso esculpido palabra tras palabra: “y al cabo de hundirse a placer aquella plasta corcova adquiría la forma de un diablo irrisorio, algo feérico, pensador, flexionado a modo, mismo que contaba con unos cuernos casi indefinidos y una cola de poco más de dos centímetros”.

Otros relatos también caracterizados por un tono ambiguo y sugerente son “Un cúmulo de preocupaciones que se transforma” y “Atrás quedó lo disperso”; el primero cuenta la historia de Dámaso que, tras pelearse con su mujer, sale de su casa y es testigo de un torbellino que cambia su percepción de las cosas y provoca la desaparición de Virtudes, su esposa. El personaje está en completa incertidumbre y recorre las calles de su pueblo en busca de una respuesta que no llega. En este sentido el elemento surrealista no abruma pues se mezcla de forma sutil con el asombro del personaje y sirve como detonante para dar un giro a la realidad. En “Atrás quedó lo disperso” Atilio Mateo, burócrata de medio pelo, tiene la curiosa afición de regalar El zafarrancho aquel de vía Merulana, libro de Carlo Emilio Gadda, y que provoca reacciones desafortunadas en quien lo lee hasta que llega a manos de la persona equivocada. El relato está envuelto en una cadena de situaciones donde la lente despiadada del autor recuerda los antihéroes de las novelas y cuentos de Jorge Ibargüengoitia. “Eso va a estallar” es una exploración del sueño, de los demonios de un personaje cuyo pasado se revela en imágenes fragmentarias y punzantes. “Crónica de una necesidad” y “La incidencia” abrevan de un tono realista y los personajes son vistos a través de una mirada ácida que descorre el telón y deja al descubierto las miserias humanas. Las situaciones –hechas con veloces y efectivos trazos- juegan a lo caricaturesco pero evaden la burla fácil y desmenuzan pasiones, rivalidades baratas y amores.

Una constante en Ese modo que colma es la voz que cuenta y que hace veloces acotaciones. Sada entreteje a un narrador omnisciente que roba el protagonismo a los personajes principales. El autor pone sobre la mesa de juego un sistema de digresiones que envuelven al lector, una prosa que colma y que ofrece un diálogo constante. En cada uno de los cuentos trasciende un estilo musical, a veces críptico, a veces denso, que se ramifica y se desborda en busca de múltiples significados.

Me parece que, ante el ejercicio desmesurado de la novela, un universo que acepta todo, Sada encuentra en esta nueva visita al cuento un motivo para explotar la precisión y tensión en su escritura. Si bien su estilo encuentra el clímax en Porque parece mentira la verdad nunca se sabe, quizá su novela más ambiciosa, el género corto le da oxígeno a su obra y enseña que el relato también es terreno fértil de la experimentación y no sólo el desarrollo de una anécdota desnuda, en función sólo de la peripecia y supeditada a una prosa maquilada y sin relieves. Sada sabe que la literatura es una sonda que explora la realidad, que descubre distintas aristas; también sabe que el arte conlleva un riesgo necesario y cruza una línea a la cual no se acercan legiones de autores cuya intención narrativa no evoluciona, que olvidan la calidad artesanal de la buena escritura y ofrecen pocos retos al lector.

Como apunte final encuentro dos elementos que, en general, no terminan por funcionar del todo: algunos pasajes donde la continua digresión –artificio que había mencionado antes como clave para entender los cuentos- alarga innecesariamente la historia y puede sofocar la lectura. Es claro que el estilo de Sada conduce por inercia natural a esta abundancia de acotaciones donde el narrador se impone al resto de los personajes y a la trama, pero en momentos este recurso abruma y la tensión se diluye. El segundo elemento es el sarcasmo que, en ocasiones, es forzado al no aprovecharse por completo. Esto resta fuerza a algunos pasajes en donde las expectativas generadas se resuelven de manera fugaz y restan contundencia a la conclusión. Sin embargo, Ese modo que colma se sostiene por méritos propios, trasciende las etiquetas fáciles y forma parte de una obra cuya singularidad da un aporte importante a la literatura mexicana.

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