Es miedo. La palabra en común es miedo. Miedo a todo, a salir a la calle, a tomar decisiones, a estar sola. Miedo a sí misma. Miedo como estado permanente.
–El maltrato me metió en un mundo de miedo: “no vayas acá, no te vas a saber desenvolver, te va a dar miedo”. Me daba miedo todo, incluso salir. Me sentía muy mal, muy triste, sentía que no tenía sentido vivir, era tal la violencia aunque no la entendía, no lo sabía, yo sabía que la violencia era golpe, no sabía que había otro tipo –recuerda Margarita, a quien la violencia emocional la llevó a considerar el suicidio.
La psicóloga experta en violencia de género, Fabiana Orea, considera que la violencia contra las mujeres “es una sombra que acompaña la vida de la mayoría de nosotras”, pero como sucede “de manera cotidiana y natural no lo vemos”. Sin embargo, alerta, “la violencia no tiene un final feliz, siempre te va a llevar a la muerte”.
En Puebla, de acuerdo con la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares (Endireh) 2011, casi 3 (2.7) de cada 10 mujeres han sufrido violencia de algún tipo; la más común (84 por ciento de los casos) es la violencia emocional, seguida de la económica, la física y la sexual.
–A veces hay agresión y no nos damos cuenta, creemos que sólo los golpes, pero las palabras también son violencia –dice Meche.
Ella está casada y tiene dos hijos, el mayor de 14 años. Desde muy joven puso un salón de belleza que hasta la fecha le permite ser independiente. Hace unos tres años comenzó a sentirse mal: le dolía todo, estaba cansada y deprimida. Los médicos no sabían qué era. Estuvo un mes sin poder dormir y llegó a sentirse tan mal por la prolongada vigilia que en las noches despertaba a su esposo, pues temía hacerle daño. Se sentía fuera de sí, pensó que se volvería loca. Cuando encontró ayuda supo que arrastraba el trauma de un episodio de violencia sexual sufrido en su infancia, y que el ambiente hostil en casa empeoraba su salud mental.
–La mayoría hemos vivido violencia y muchas ni siquiera le hemos puesto ese nombre. En nuestra casa hemos vivido discriminación: “tú no estudias, pero tu hermano sí o tú sí haces quehacer doméstico y ellos no”. En casa se dan diferentes formas de violencia familiar que no son tan directas como un golpe o un insulto, pero que van mermando, nos van haciendo sentir indefensas, desvalidas y una se va apropiando del estereotipo de la fragilidad, de la debilidad y de la necesidad de protección del otro –explica Fabiana Orea.
Ni Margarita ni Meche reconocían la violencia en sus vidas. Nadie les enseñó que no era normal sentirse así. Les dijeron que “la mujer debe aceptar todo, ser sumisa, sin derecho a enfermarse, ni a decir nada, más que agacharse”.
Las educaron para “ser buenas esposas y buenas madres. Buena madre si el hijo llora y llora y así tengas sueño tú lo tiene que alimentar, así sea ya un hombre igual lo tienes que alimentar. Buena esposa es no tener amigas, ni salir, no ver a tu madre si él no lo permite, pedirle permiso para todo y hacer todo lo que diga, cuando lo quiera, incluso si quiere utilizarte sexualmente”.
–Nos enseñan que las relaciones entre hombres y mujeres son complementarias. Estas cualidades que como la delicadeza, la ternura, ser hacendosas y hacernos cargo de las casas son complementarias a lo que les enseñan a ellos, a ser el proveedor, el fuerte, el valiente, el inquebrantable, el héroe. Estas construcciones de género hacen mucho daño porque sí se complementan, pero ¿de verdad no queremos un hombre gentil, que sepa cocinar, que juegue con los hijos y ayude en la crianza? –cuestiona la psicóloga que desde seis años trabaja con mujeres que buscan reconstruirse lejos de la violencia.
Margarita tiene 30 años de casada y tres hijos varones que ya hicieron su vida. Ella siempre se ha dedicado a las labores del hogar porque su marido nunca quiso que trabajara, y en algún momento además de sentir miedo, sintió culpa. Culpa porque sus hijos llegaban tarde, porque hacía falta algo en casa, por la descompostura de un mueble, y por la infidelidad de su marido.
Desesperada, pensó en lanzarse desde el puente del Periférico pero, ya estando ahí, miró hacia el Hospital General del Sur y recordó que en alguna ocasión, mientras esperaba para una consulta, le dieron una plática sobre la violencia contra la mujer y fue a buscar ayuda. A partir de entonces cambió su vida.
Pero su historia es casi única. Según la Endireh, en nuestro país el 69 por ciento de las mujeres que han experimentado violencia no busca ayuda. Quizás, como lo explica Fabiana Orea, se debe también a que no la reconocen a tiempo.
–La violencia psicológica o emocional puede iniciar con control, chantaje, manipulación. Se traduce en minimizarte, descalificarte, hacerte ver que estás mal en algo, que eres tontita. Hay hombres que desde el primer encuentro pueden ser violentos, algunos sutiles o en otros casos más visibles y verbales. Lo que sí hemos visto es que siempre va a aumentar. Incluso si no se violenta con ella pero sí en la calle, manejando, o si tiene nexos con delincuentes, esas son señales de alarma.
La violencia está presente en muchos aspectos de nuestra vida y no afecta sólo a un sector de la población. No hay posición socioeconómica o estatus educativo que estén exentos de violencia. El 28 por ciento de las mujeres que ha sufrido violencia cuenta con educación superior o medio superior, un porcentaje mayor al de mujeres con secundaria o sólo prescolar. Así lo confirma Orea: “La violencia va tomando otras formas, te pueden violentar desde el intelecto. Entre más poder tiene el hombre violento, las formas son más perversas”.
***
Para Margarita algunos errores que la llevaron a sufrir violencia son que “no nos damos el valor, si algo nos ofende y nos lastima debemos expresarlo tal cual. Hay que mantener nuestra posición, no ponernos al tú por tú, ni gritar u ofender. No ceder a la primera, ni decir sí a todo aunque no esté de acuerdo”.
Y en muchas cosas coincide Meche: “Hay que darnos cuenta si no nos valora nuestra pareja o no nos corresponden como quisiéramos, porque mi marido dice ‘yo te quiero a mi manera’, sí, pero también tiene que ver lo que yo quiero, lo que yo necesito”.
–Hay mujeres que han vivido tanta violencia desde siempre, que ven a su pareja como si fuera lo mejor que le ha pasado. Entre más conciencia tengan las mujeres de que están siendo violentadas, será más fácil que tomen la decisiones que las pongan a salvo. Nos falta articular más los esfuerzos de la sociedad civil organizada, las instituciones y los medios de comunicación, porque los mensajes son confusos –recomienda Fabiana Orea, quien a través del grupo “Reconstruyéndonos como Mujeres” ofrece ayuda gratuita y profesional.
–Ahora he recuperado mi persona, mi libertad como mujer, ya puedo tomar decisiones por mí misma, hacerme responsable de las consecuencias de las mismas –dice Margarita sonriente y segura-. Además sigo apoyando a otras mujeres para que se den cuenta que están sufriendo violencia y sepan que hay quienes las apoyan, que no estamos solas. Me siento feliz.
También Meche ha dejado el miedo atrás.
–Me siento liberada, antes estaba apachurrada, amarrada. Ahora es como si tuviera alas, como si estuviera volando.
Más información del grupo Reconstruyéndonos como Mujeres en: recomupuebla@gmail.com