Lado B
“Antes, cuando recogía cadáveres, les hablaba al oído"
Una charla en el servicio médico forense
Por Lado B @ladobemx
31 de octubre, 2012
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Foto: Enrique Metinides

Ernesto Aroche Aguilar*

@earoche

Kenia Sánchez mira el cuerpo sin vida, traga saliva y suspira antes de acercarse al cadáver para susurrarle al oído que todo ha terminado, que la vida se le ha escapado de las manos y que lo único que resta es descansar. Después comienza a trabajar.

–Antes les hablaba al oído a los muertos, pues alguien me comentó, y cómo médico también lo sé, que es de los últimos órganos que mueren. Ya no lo hago, pues ya no me toca salir a los levantamientos, pero antes había veces en que todavía encontraba los cuerpos calientes.

La frase de la doctora Sánchez Hernández llega casi una hora después de iniciada la charla en una oficina del Servicio Médico Forense en el que lleva trabajando más cinco años. Un trabajo que la ha puesto día a día a convivir con la muerte. Más tarde Kenia me llevará a conocer el inmueble ubicado en la prolongación de la 11 sur, pasando el periférico, pero por el momento la grabadora registra su explicación sobre lo que pasa con el cuerpo en sus últimos instantes de la vida.

–Las muertes violentas son siempre inesperadas, es algo que llega así nomás, sin avisar. No sé si sea verdad o mentira, nosotros trabajamos con cadáveres y no hay nada comprobado con lo que pasa después de la muerte, en lo personal te digo, no está de más acercarse para hacerles ver su realidad, para decirles que ya se les acabo la vida y que ya todo va estar bien.

80 cuerpos al mes

Durante años las necropsias se hacían en las instalaciones del panteón municipal, y de manera muy “rústica”, explica la coordinadora de servicios de fin de semana del Semefo, “se usaba el serrucho y prácticamente nada más, ahora en las nuevas instalaciones”, que se ubican en la colonia Agua Santa, “tenemos material de primera, rayos X para buscar los proyectiles de arma de fuego, lámparas especiales de quirófano y un laboratorio que no tienen ni la procuraduría”.

Hemos dejado ya las oficinas y caminamos por las salas asépticas del Semefo. La larga sala de necropsias parece, toda proporción guardada, un quirófano médico. Pero acá los pacientes ya no se mueven. Desde la alturas, en el mirador que contiene tres bancas de cemento, “donde los estudiantes de medicina pueden observar el trabajo”, se puede ver al encargado de las necropsias mientras lava uno de los contenedores eliminando los rastros de sangre. A sus costados dos cuerpos cubiertos por una sabana esperan su turno.

 –Con todo esto les podemos dar una mejor atención a los deudos, a nadie le gusta que le metan mano a sus familiares. Además les ofrecemos un trato cálido a la gente que viene hasta acá buscando a sus seres queridos, tenemos trabajadoras sociales para ello y buscamos que siempre sean mujeres porque somos más sensibles a esas cosas.

Y si el trabajo en un día normal puede limitarse a dos o tres cadáveres por día, los fines de semana puede dispararse hasta 14 o 15, “el top más alto”.

En promedio, explica, ingresan entre 80 y 100 cuerpos al mes, las estadísticas señalan que ocho de cada 100 defunciones registradas durante el 2005 correspondieron a muertes accidentales o violentas, de estas el 40 por ciento tuvo lugar en la vía pública.

Foto: Enrique Metinides

Muchas veces llegan como rompecabezas

—¿Cómo enfrentan ustedes el tener que trabajar con cadáveres todos los días, se necesita algún carácter especial?

—No. Necesitas, claro, una preparación cómo médico, estudiar anatomía y gusto por el estudio, esta es una profesión que exige actualización constante. Es muy importante que no te asuste ver la sangre, hemos tenido estudiantes que se nos desmayan cuando ven la sangre, pero de carácter no, creo que cualquiera puede hacer este trabajo. Hay que tener eso sí muy claros los valores humanos.

—¿Y hay humor en la morgue?

—No es mal sentido, sí en un giro sano, como en cualquier trabajo, la muerte es algo con lo que trabajamos todos los días, es algo que no nos debe deprimir. No es siempre, sale espontáneo, son risas de dos o tres segundos, que a lo mejor hasta ayudan a aliviar la tensión, como en cualquier trabajo.

—Que se les desaparezcan órganos, piezas del cuerpo, ¿les ha llegado a pasar?

—No, no. Muchas veces hay levantamientos en vía pública por aplastamiento por machacamiento y acá ingresa todo lo que se recoge, muchas veces llegan prácticamente como rompecabezas y así como entra todo se va. Cuando se recogen cadáveres en los hospitales con los que se realizaron donaciones se entrega un informe de los órganos extraídos, y el familiar tiene muy claro qué órganos no llevan. No, no sucede eso.

El entambado

–Uno de los casos que más recuerdo es el del “entambado”. A esta persona sus asesinos lo secuestraron, luego lo metieron en un tambo y lo asfixiaron con bolsas de plástico, después sellaron el tambo con cemento. Eso sí fue algo como de película, fue un caso impactante, para poder sacar el cuerpo tuvimos que llamar a los bomberos y se tardaron casi siete horas en esa necropsia.

Entre los casos recientes pues están los del Romeo y Julieta poblanos, los adolescentes que se suicidaron; también nos llegó el de la mamá que apuñaló su bebé, pero lo más común es que lleguen por hechos de tránsito.

A mí me impresionan las muertes por accidentes de tránsito, porque no es algo como el suicidio que se planea, no es algo planeado, es tan inesperado que uno no se da cuenta de lo que pasó.

Y alguien me lo comentó, pero como médico también sé que es el último órgano que se pierde… en lo personal te digo, no está de más acercarse para hacerles ver es realidad. No sé si sea verdad o sea mentira, pero es algo que hacía al principio. Ahorita ya no porque ya estoy acá –a cargo de la dirección del lugar, al menos durante el fin de semana– e ingresan horas después, ya no estoy en el contacto directo, pero cuando lo hacía les decía, ‘ya estás muerto, descansa, ahora todo va a estar bien’.

Foto: Enrique Metinides

*Una primera versión de este trabajo fue publicado originalmente en 1 de noviembre de 2007 en las página de La Jornada de Oriente. Las fotos que acompañan el texto son de Enrique Metinides, «El Niño» uno de los mejores fotógrafos de nota roja del siglo pasado.

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