Lado B
El Puente de las Bubas, un fragmento de la Puebla antigua en riesgo
 
Por Lado B @ladobemx
19 de septiembre, 2012
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Foto: Puebla Antigua

David Ramírez Huitrón*

Para quienes nacimos en la ciudad de Puebla, en el último tercio del siglo XX, el bullicio y el ajetreo de la urbe moderna nos parece algo cotidiano. Sin embargo atrás quedaron aquellos años de sosiego y de tranquilidad que caracterizaron a la una vez llamada Ciudad de los Ángeles.

En aquellos lejanos años, la corriente del río Almoloya (“en el sitio donde nace el agua”) corría alimentando y fecundando el entonces aparentemente deshabitado valle. La vista del paisaje extenso en prados, con sus aguas cristalinas y la riqueza de los bosques que lo circundaban, le dieron la inspiración al oidor de la Segunda Audiencia, Juan de Salmerón  para establecer la primer comarca española que permitiera a los conquistadores abandonar la espada y cambiarla por  el arado.

Con el devenir de los años, la nueva urbe prosperó gracias a su estratégica ubicación. Aquella primitiva corriente de agua fue bautizada con el nombre de  la orden de los primeros religiosos que desearon establecerse en su vera. La importancia de esta orden, así como las construcciones que ellos mismos propiciaron, trajeron progreso y beneficios a los primeros habitantes de la Puebla de los Ángeles, como comenzó a llamársele a esta nueva ciudad. Para comunicar su convento con el centro de la ciudad y salvar el paso del importantísimo camino a Veracruz, los frailes franciscanos erigieron un primer puente de madera, mismo que fue arrastrado en muchas ocasiones por la furiosa crecida de aquel río que, en temporadas de estiaje reducía su curso a un simple arroyo, pero con las copiosas lluvias de abril incrementaba su cauce enormemente. El  obispo Luis  de León Romano en 1555 mando a reponer el puente por uno de cal y canto. Aunque para 1743 estaba arruinado. Sin embargo, con el tiempo fue mejorado y ampliado, y en 1878 sufriría su ultima transformación. Este  puente, fué llamado “de San Francisco” primero o “de Dolores” por estar inmediato a dicha capilla durante la época Colonial, y ya en el siglo XIX se le conoció con el nombre oficial “del 5 de Mayo” por ser el más cercano a la zona de los fuertes.

Debido al rápido crecimiento de nuestra ciudad, el llamado Puente de San Francisco no fue suficiente para dar abasto a la necesidad de comunicación entre los barrios indígenas que proveían de mano de obra constante, barata y expedita para las labores más importantes de la ciudad, llegando a convertirse en verdaderos gremios a los cuales por fuerza solo podían accederse cruzando el río.

Foto: Puebla Antigua

Dadas estas condiciones, se efectuó el levantamiento de un segundo puente sobre lo que actualmente es la Av. 2 Oriente, siendo éste el más inmediato a su hermano en el tiempo, construido en 1682 y que funcionaba principalmente para comunicar al hospital de Bubas (término con el que se le conocía a la Sífilis en la edad media), auxiliar del Real Hospital de San Pedro. Con el tiempo el hospital desapareció, pero no así el puente, cuya utilidad quedo demostrada a lo largo de los siglos como punto principal de conexión entre el barrio de la Luz y el centro de la ciudad. Este puente también, sufrió varias modificaciones. En su banda sur se colocó el escudo de la ciudad, pero fue cambiado a la banda norte. Se le amplió también en el año de 1836 ya que era demasiado angosto, incluso para el tráfico de las carretas, siendo la ultima intervención que sufrió en 1886 cuando se le colocó una hermosa verja de hierro forjado que servía para cerrar su paso al anochecer. Es en ese mismo año cuando comienza a llamársele “de Motolinía” en honor de aquel primer fraile franciscano que participo activamente en la fundación de la Ciudad. Hugo Leicht en su crónica nos dice que al comienzo, este puente contaba con dos alcantarillas que permitían el paso del agua potable proveniente de los manantiales de la Hacienda de Amalucan que proveían el convento jesuita. Su importancia estratégica se incrementó al ser construido en sus inmediaciones el Cuartel de Dragones, y después la erección de importantes mesones que ofrecían remanso a los incontables viajeros que marchaban a la Ciudad de México.

Así como estos dos primigenios puentes, el río fue cruzado cada vez con más frecuencia, y la necesidad de comunicar no sólo el barrio de la Luz, si no el populoso barrio de Analco y nuevas zonas abiertas a la población, tanto al norte, como al sur de la Capital, hicieron que intermitentemente a lo largo de los siglos XVIII, XIX y XX se construyeran hasta 15 puentes.  Todos con su propia historia y estilos, siendo testigos fieles del desarrollo histórico de nuestra ciudad.  Algunos como el Puente “de Ovando” o el “de San Roque” fueron vieron crecer con ansias a nuestra querida Angelópolis, mientras  que el “Puente de Analco” se ganó su fama de “quebrado” por siempre requerir reparaciones.  Otros mas vitales, como el “de Xanenetla”, el “del Navío” y el “del Arquito” constituían el único paso seguro para los viandantes para cruzar hacia sus respectivos barrios.

Foto: Puebla Antigua

Como barrera natural, el río San Francisco también tuvo que ser adaptado a las necesidades de la ciudad, siendo controlado a través de un sistema de represas que servían para conducir sus aguas a través de los sembradíos del Molino de San Francisco, o usando su poderosa fuerza motriz para mover las moles de los primeros molinos de pan como el de Huexotitla o el del Carmen. Y cobijar con sus aguas las primeras turbinas de la incipiente colonia Industrial que en sus orillas también se estableció. Como complemento también fue creado un muro protector para contener la fuerza de las aguas y así poder disfrutar de un hermoso Paseo, arbolado y pasiego;  conocido hoy como el Paseo Viejo de San Francisco.

El capítulo final de esta romántica historia tiene un desenlace desencantador. El río San Francisco, que con sus aguas cristalinas y puras, provenientes de los ricos manantiales que a su orilla tributaban sus aguas, se fue llenando de inmundicias, de desperdicios y de escombro, y ya para comienzos del siglo XX su degradación era más que evidente. Las constantes crecidas del río, arreciadas por el constante taponamiento de los claros de los puentes con basura, hicieron que el pueblo, en su vena ingrata e hiriente comenzara a llamarle “río asesino” o “río maldito”, despreciando incluso su vista y esforzándose en hacer más altas las bandas de los puentes para ni siquiera mirar las inmundicias que arrastraba a su paso. Con los años la idea de “enterrarlo” comenzó a crecer en la cabeza de los llamados “progresistas” que a sus ojos, el río lejos de ser una fuente de vida aprovechable, se había convertido en el caño más grande del valle de Puebla y que chocaba de frente con las ideas modernas de estética e higiene puestas en boga al albor del nuevo siglo. Finalmente, como respuesta a un reclamo popular y en una maniobra por demás cuestionable, en agosto de 1962 se anunció con bombo y platillo la entrada de Puebla a la “modernidad” iniciando la costosísima obra de sepultar al noble río bajo la cubierta de concreto para permitir al “progreso” entrar de lleno con todo el smog y el ruido que siempre le acompaña.

Poco pudieron hacer los puentes y las centenarias casonas que los enmarcaban. La piqueta abrió de golpe y sin compasión un nuevo periodo en la Ciudad de los Ángeles. Por un capricho de la naturaleza y la providencial intervención de un gobernador;  dado que el río torcía bruscamente al oriente en la zona de “la Barranca”.  El Puente de Ovando se salvó, ya que quedo fuera del trazo del nuevo Boulevard.

Dicen que la Madre Naturaleza es sabia, y que el agua siempre busca su curso. La monumental  obra, como se le insistió en llamársele,  sacó a relucir las fallas de la miopía y la falta de proyección de los “progresistas”. Una y otra vez, año tras año las lluvias de temporal buscaban con ahínco su lecho usurpado, y una y otra vez los vecinos de la zona tuvieron que cargar con la pesadilla de cada mes de mayo y agosto. Gobernadores fueron y vinieron, los millones danzaron al ritmo a gogó, rocanrol y al grito pelado de los viene viene, paraderos de autobús y señoras que iban y venían con su mandado. Como colofón de tan ajetreado siglo XX, ya no el progreso, si no la necesidad, nos dio una nueva sorpresa.

Foto: Puebla Antigua

Tras realizar las correspondientes excavaciones para complementar la imperfecta bóveda que cubrió el río, se colocaron  colectores marginales; cuya tarea es captar un mayor volumen de agua y evitar inundaciones más severas. Los trabajadores no dieron crédito a sus ojos cuando en 1999 se toparon de frente con los vestigios de uno de los centenarios Puentes de nuestra ciudad. El Puente de las Bubas o  Motolínia se negaba a morir. Como inicialmente se había supuesto, al consolidarse la bóveda se había pensado que los puentes habían sido demolidos de cabo a rabo. Pero en un alarde de practicidad y de ahorro de tiempo y esfuerzo, los ingenieros que proyectaron la magna obra decidieron conservar la  bóveda y el calce de este puente, quizás infiriendo que no tenía caso perder el tiempo destruyendo el puente si finalmente tenía que ser cubierto con tierra y nivelado.  En tal caso, ya sea por casualidad o por convicción, este notable ejemplar, sobreviviente de más de medio siglo de humedad y de degradación hoy se encuentra oculto aún bajo el Boulevard Héroes 5 de Mayo. Pesadas planchas de hierro cubren su estructura, las cuales permiten que las llantas de los miles de automóviles que hoy circulan diariamente por tan vital arteria nos conduzcan a lo largo y ancho de la populosa ciudad.

Hoy, un nuevo proyecto pone en riesgo nuevamente a tan valioso testigo. La idea de pavimentar con concreto hidráulico el Boulevard, en un afán de modernizarlo pone en riesgo total la supervivencia de este monumento; olvidado por las autoridades e instituciones, abandonado a su suerte y con el riesgo de ser tapado quizás ahora si para siempre… O quizás, dentro de muchas, muchas décadas vuelva nuevamente a asomarse como fiel recuerdo de la identidad de una ciudad que con sus matices, sus defectos y virtudes crece  y se transforma. Sólo espero que nuestros nietos sean más comprensivos con esta generación, que aún teniendo un tesoro enterrado en frente de sus propias narices no lo ha sabido valorar.

*Administrador del grupo de Facebook Puebla Antigua

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