Lado B
"Era su compañera, en las buenas y en las malas lo ayudaba"
Con motivo del aniversario luctuoso de Joel Arriaga, presentamos una entrevista con su viuda Judith García
Por Lado B @ladobemx
16 de julio, 2012
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Judith García viuda de Arriaga es una mujer de unos 70 años, alta, esbelta, morena, cabello corto, piel surcada, tiene grandes ojeras, y en su mirada, su voz y su presencia se percibe un dejo de tristeza y de justicia reclamada hacia el Estado y todos los que tuvieron que ver con asesinato de su esposo, en plena vía pública, disparando por la espalda y por los lados

Joel Arriaga Navarro con varios presos políticos, en Lecumberri, 1971. Colección fotográfica de Judith García. Tomada del libro «La otra historia. Voces de mujeres del 68 en Puebla».

Oralia Ramírez

*Primera de dos partes

La casa donde habitan Judith y Argelia es hermosa, las paredes blancas le dan un aire de frescura y amplitud, la decoración es clásica y de muy buen gusto, hay expresiones pictóricas con pluma fuente, óleo, acuarelas y carboncillo. En las paredes habitan litografías decimonónicas que, aunadas al mobiliario en madera con bejuco, nos remiten a épocas de antaño. En la mesa del comedor luce un hermoso mantel tejido en rococó. También hay expresiones contemporáneas de la autoría de la propia Judith, que nos recuerdan que estamos en los albores del siglo XXI. En suma, la mayoría de objetos decorativos fueron elaborados en el siglo XX, tiempo donde se inscribe la historia que narró Judith, acompañando sus palabras con una aromática taza de café, recién hecho por Natalia, nieta de Judith, hija de Argelia, y música clásica de fondo.

Judith García viuda de Arriaga es una mujer de unos 70 años, alta, esbelta, morena, cabello corto, piel surcada, tiene grandes ojeras, y en su mirada, su voz y su presencia se percibe un dejo de tristeza y de justicia reclamada hacia el Estado y todos los que tuvieron que ver con asesinato de su esposo, en plena vía pública, disparando por la espalda y por los lados. Todavía se ven en sus gestos los estruendos de los balazos, como una lluvia que aún lacera sus recuerdos.

¿Dónde se conocieron? ¿Qué papel tuvo o tiene la sociedad poblana ante el asesinato? Judith narró lo siguiente:

Joel era un hombre fantástico, maravilloso, como padre, aunque convivió muy poco con sus hijas, también lo fue como esposo. Como ser humano era sencillo, él llegó del Politécnico Nacional a la escuela de Arquitectura de la UAP en 1961.

Muchos me han preguntado si fui formada por Joel, yo les respondo que no, pues yo tuve un padre excelente, hombre progresista, trabajador, nacido en 1917. Me enseñó valores como justicia y honradez. Mi padre es mi trofeo pues aún vive y siempre que vamos al hospital, lo presento como tal.

Yo soy poblana, viví en la 16 poniente, enfrente del actual mercado 5 de Mayo, donde venden pescado. Mis hermanas y yo éramos conocidas como las señoritas de la dieciséis. En el mes julio hacíamos una fiesta por el cumpleaños de mi hermana Irma, mi padre era un hombre muy exigente y no nos dejaba hacer fiestas seguido, solamente en los cumpleaños. En ese entonces yo tenía un novio, Guillermo Loaiza, pero ese día se había ido a cantar a Xalapa, como sabía que no iba a estar mi novio, estaba ayudando en la cocina y ofrecía galletas y refrescos a los invitados, cuando veo que llega Joel, hombre alto, guapo, cabello chino, labios gruesos como los de Argelia; en ese momento me di cuenta que tenía un vestido decolorado y feo, sin embargo Joel, que era muy atrevido se dirigió a mí, yo le ofrecí una galleta o refresco, entonces él me quitó la charolita la puso encima de una mesita y me dijo ¿bailamos? Bailé dos piezas con él. Mientras mi padre le dijo a mi hermana Irma: “dile a esa que ya no baile con él”, fue cuando mi hermana se acercó a decirme y yo le tuve que decir: ya no voy a bailar contigo porque mi papá ya se enojó. Pero Joel era muy pícaro y me dijo ¿Cuándo nos vemos? Y en vez que le dijera mañana, le dije: “el miércoles” y luego me arrepentí porque tuve que esperar a que pasara domingo, lunes, martes y hasta el miércoles que lo volví a ver. Y yo, al verlo, exclamé: ¡manito! ¡Qué bueno que viniste manito! y me enganché de su brazo. Tenía dieciocho años cuando conocí a Joel.

Manifestación. Archivo fotográfico de Rosa María Palafox. Tomada del libro «La otra historia. Voces de mujeres del 68 en Puebla».

Él me instaba a que trabajara, que no era posible que mi padre nos tuviera tan dominadas. En ese entonces yo tenía unas amigas con las que jugaba básquetbol en la cancha de San Pedro, ellas trabajaban en la papelería “La Tarjeta” y yo iba a esperarlas a que salieran del trabajo para ir a jugar, eran buenos partidos aunque nuestro uniforme fuera muy rascuacho, no importaba, pues decían que el uniforme no hace a la persona, y en varias ocasiones nuestro equipo ganaba. En una de esas ocasiones que iba a esperar a mis amigas estaba Abelardo Sánchez, el dueño de la papelería, enemigo de Joel, pues era un hombre que pertenecía al FUA (Frente Universitario Anticomunista). Era un señor güero a quien le pedí trabajo, este señor me dijo que si en verdad quería trabajar que fuera con un tal Benjamín que llenara una solicitud. Al principio no me tomó muy en serio, sin embargo, ante mí insistencia, me aceptó y trabaje algún tiempo. Tenía buen trato con la clientela, hasta me dieron un premio. Al salir del trabajo Joel iba por mí, yo le decía que mi padre estaba muy enojado pues decía que no nos hacía falta nada. Lo único que pensaba era que nos hacía falta un poco de libertad.

Mi padre no estaba muy contento con nuestra relación, porque era la primera hija que se le casaba, incluso, Joel estaba dispuesto a casarse por la iglesia con tal de seguir ciertos protocolos, pero no fue necesario, nos casamos en contra de la voluntad de mi padre, aunque después de su muerte es de los quien le llora aún, pues después de todo lo quiso mucho.

Muchos dicen que Joel no tiene historia, que es un profesor o trabajador olvidado de la UAP. Yo digo que quizá esté olvidado por parte de la Universidad, pero él tiene papeles y también tiene participación en la llamada “Reforma Universitaria” de 1962. Joel quería acabar con el mito que ser comunista era ser un hombre “amolado”. Él decía que ser comunista es que obreros y campesinos vivan bien, con dignidad, que sus hijos tengan acceso a la educación, por derecho natural, por el sólo hecho de ser hombres, tanto hijos de obreros como de campesinos.

Joel no era un fanfarrón, era un hombre callado, hombre de partido comunista. Yo era su compañera, en las buenas y en las malas yo lo ayudaba.

En 1964, recuerdo que había una represión muy fuerte al triunfo de Antonio Nava Castillo. Entonces yo fui a esa manifestación y al otro día me fui a aliviar de Argelia, nuestra primera hija, en noviembre de ese año.

Joel estuvo preso dos veces en Puebla, la primera vez se lo llevaron a la dieciocho, donde había unos juzgados. Fui y me presenté ahí y le dije ¿qué hago? Él me dijo ve a la Universidad, busca a Victoria y a Rodríguez y diles que no vayan porque los van a matar. Ya de regreso de la Universidad a los juzgados, me encuentro a Jáuregui y él me dice ¿a dónde vas? con Joel, a la dieciocho, le respondí, entonces él me dice: “yo te llevo”, íbamos los dos en su carcachita y al llegar vemos cómo lo sacan de los separos de la dieciocho y lo llevan a la cárcel de San Juan de Dios (actual DIF estatal, enfrente  de El Señor de  las Maravillas). Finalmente sale de ahí.

Después Joel fue uno de los pilares para formar la escuela de Economía en la UAP, él se encargó de traer a Enrique Semo, López Gallo y varios intelectuales de la UNAM. Posteriormente, Joel se inscribe a la escuela de Economía y me decía: “flaca, vamos a ver tus papeles, para que también estudies”. Después yo no sé que pasó pero el rector José Garibay Ávalos corrió a Joel de la UAP. En ese inter Joel se va con Victoria y Rodríguez y otros más que tomaron el Carolino.

Posteriormente, el Partido Comunista le ofrece a Joel asistir al Festival de la Juventud en Sofía, Bulgaria, pero no tenía dinero, entonces el arquitecto Ambrosio Guzmán Álvarez le dijo que vendiera su coche en partes ¡para sacar dinero para el viaje! Finalmente fue a Sofía. Cuando regresó no tenía carro, pues lo había vendido, entonces abordó un camión de la ruta “América” y al pasar por el parque Habana de la colonia América Norte fue secuestrado el 4 de octubre y luego apareció en el Campo Militar no. 1, el 12 de diciembre. Enrique Cabrera Barroso tampoco aparecía, sin embargo yo me lo encontré en el la Terminal del ADO, parecía tachuela, porque era chaparrito y llevaba puesto un sombrerote como de zapatista. Cuando lo saludé me dijo: “¡cállate! ¿no ves que vengo de incógnito? Ya no vayas allá, Joel está en la lista, en la misma que yo, ya está para salir”. Y sí, efectivamente, Joel salió del Campo Militar no. 1, lo vi. bajar la escalera, llevaba un uniforme azul que le quedaba cortito porque era muy alto.

En el marco de la represión del Movimiento Estudiantil de 1968 Joel es el único comunista de provincia aprehendido y trasladado a Lecumberri. Allí, siendo arquitecto, seguía estudiando economía, le mandaban los exámenes. Estuvo ahí tres años y cincuenta días. Dejó muchas obras inconclusas, sus trabajadores lo querían mucho, inclusive su patrón, un alemán, el señor Baterman, a quien Joel le hacía planos y proyectos. Se indignó mucho cuando supo que su arquitecto estaba encarcelado y le pidió a su abogado que lo sacara de ahí. El nombre del abogado era Carlos Fernández del Real, un señor delgadito, muy amable (Cabe señalar que yo tuve la fortuna de conocer en persona a este singular abogado, quien también lo fue del papá de mi amigo Enrique, hijo del entonces guerrillero Napoleón Glockner, hermano de Julieta, ambos hijos del primer matrimonio del doctor Julio Glockner, ex rector de la UAP). Cuando Joel conoce al abogado Fernández del Real le dice: “No, licenciado, dígale al señor Baterman que mi asunto no es del fuero común sino político, que le agradezco mucho su interés”.

Joel Arriaga, 1972. Colección fotográfica de Judith García. Tomada del libro «La otra historia. Voces de mujeres del 68 en Puebla».

Cuando iba a visitar a Joel a Lecumberri había piques entre la crujía de los guerrilleros y la crujía de los comunistas, los primeros acusaban a los segundos de tibios y los segundos consideraban que los primeros eran unos radicales. Cuando querían castigarlos metían a la crujía de los guerrilleros a los comunistas. Entre los comunistas estaba Gerardo Unzueta, Jacobo, algunos líderes obreros y viejos comunistas. Estaban también los jóvenes del 68. Entre los guerrilleros estaban Roft Meiner, Jeferson, uno que escribe en La Jornada, que era petrolero. En fin.

En una ocasión me llamaba de la crujía de los comunistas un señor de barbita, yo no le hacía caso y le dije a Joel que ese señor me llamaba, él me dijo: “ve y pregúntale qué quiere”, así lo hice, entonces me preguntó: “¿usted vende libros?”, yo le respondí que sí, entonces me dijo que si podía venderle unos libros, era su última novela titulada “El apando”, él me dijo que su esposa me iba a estar esperando afuera, yo le dije que no la conocía, pero él me dijo que ella a mí sí, así que le dije que sí se los vendía, pero primero tenía que leerlo para ver si me convencía, y así fue. Cuando salí de Lecumberri ella me abordó, era una señora güerita y delgadita, ella me invitó a su casa, y me hospedó diciéndome que ya era tarde y esa noche me quedé a dormir en la cama de José Revueltas. Ella me trató con una calidez que hace mucho no tenía. Al día siguiente olía rico a cafecito, después de desayunar me regresé a Puebla. La novela me convenció, así que la vendí y la mandé a Guatemala y otros lugares. Vendí todos los libros y yo no me quedé con ninguno. Me dicen que ya están agotadas las primeras ediciones de Revueltas.

Donato Marín, amigo de Joel, me ayudó a distribuirlos por medio de la librería “Independencia”, que era del partido. Después, en años posteriores, cuando José iba a la Universidad me mandaba llamar y me besuqueaba en agradecimiento por la venta de su novela “El apando”. Cuando Revueltas volvía a ir a la UAP yo le decía al entonces rector que me mandaba llamar, que ya no lo hiciera, pues quedaba toda besuqueada por Revueltas.

En una de tantas idas al DF para ver a Joel en Lecumberri, en Bellas Artes, una mujer militar comentó: “un medio para acabar con tantos jóvenes, refiriéndose a la matanza del 68, fue por medio de la incineración”. Ella tomo fotos de eso, por si las mamás de estos muchachos buscaban a sus hijos después. Ya no la volví a ver. Tal vez la desaparecieron.

En el prolongado lapso de Joel en la cárcel, yo llegué a tener anemia perniciosa, no comía bien, era caminar y caminar, por Fray Servando y San Juan de Letrán. Al llegar manoseaban a uno y a la comida, sin embargo yo siempre llegaba contenta ante Joel, nos abrazábamos y preguntaba por mí y por las niñas.

Aquí la segunda parte

Hoja volante, protesta de la Unión Nacional de Mujeres Mexicanas por el asesinato de Joel Arriaga. Tomada del libro «La otra historia. Voces de mujeres del 68 en Puebla».

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