Lado B
De domingos de cine, larines y nieves
Crónica de recuerdos en la 4 oriente-poniente
Por Lado B @ladobemx
01 de diciembre, 2011
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Foto: Joel Merino.

Flor Coca Santillana

@florecitacoca

Las calles del centro histórico de Puebla son las calles de la niñez y juventud de miles de poblanos que en los años sesenta disfrutaban de los paseos, los cines, los restaurantes y las cafeterías del centro.

Santo Domingo, hoy con su gran atrio, que en la parte lateral da a la 4 poniente albergaba un cinito, en el que los domingos se proyectaban películas mexicanas. Primero, a las nueve de la mañana, se oía misa, al terminar se repartían los boletos que costaban un peso y a veces eran gratis, para después pasar a disfrutar de las películas.

Foto: Joel Merino.

Afuera del cine, cuenta Enrique Gómez Haro en su libro Hablan las calles, había una nevería que vendía unas nieves deliciosas. El nevero era Don José de la Luz Rojas y la nieve favorita de sus clientes era la de leche. Asiduo visitante de ese lugar era el afamado periodista Trinidad Sánchez Santos, que cada vez que visitaba el lugar quería sonsacarle al dueño de la nevería la receta de la nieve de leche. Un día, cuando estaba a punto de dársela, se arrepintió y dijo: “No Trinito, está demasiado difícil para usted, mejor ahí la dejamos”.

El cronista describe así la nevería: las mesas eran redondas con sus banquillos de madera pintados de gris. Vasos, copas y botellas de vidrios gruesos, platos de mala imitación de cerámica, cucharillas corrientes; cielos rasos de colores ya indefinidos y un escaparate donde se renovaban las tiras de papel con soletas, para acompañar la nieve.

En sentido inverso, en esa calle la 4 Oriente, pasando la 2 Norte, estaba la dulcería Larín, y cada vez que los niños pasaban por ella era parada obligada para probar los chocolates, que se exhibían en grandes vitrinas y llamaban la atención de los transeúntes.

Foto: Joel Merino.

A propósito de Larín, esta empresa dulcera lanzó como promoción los álbumes de estampas coleccionables. Por cinco centavos los niños de los años cincuenta compraban un caramelo envuelto en la estampa. Como atractivo adicional, al llenar el álbum se tenía derecho a una credencial, para participar los viernes en el sorteo semanal de bicicletas. Al paso del tiempo, a la salida de álbumes con otras temáticas, los niños de otras generaciones a las estampas les decían larines, para recordar, sin saberlo, a los precursores.

En la acera de enfrente, estaba la panadería de Lupita, los dueños se apellidaban Candia y hacían los mejores cubiletes rellenos de crema del centro histórico.

Doña Olga Ochoa, vecina del lugar, recuerda que los sábados las filas eran muy largas para surtir las recetas y comprar los preparados –papeles, jarabes, ungüentos, pomadas- que se hacían en la Droguería Medina. Y vaya que eran efectivos. Siempre había un remedio para los males de niños y adultos y, actualmente, renovada, la Droguería y farmacia Medina sigue ofreciendo sus servicios al público en el mismo lugar: 4 Poniente entre 5 de Mayo y 3 Norte.

Foto: Joel Merino.

Después del cine y como era domingo, la visita a la paletería La California, era de ley. Las paletas de nuez con galleta y un cuadrito de jalea eran las mejores.

En la 4 Oriente y 6 Norte, llegando al Parián, los días de la fiesta de Corpus, en que se celebra a los manueles y a las mulas, se instalaba la feria en la que se vendían los panzones de Corpus, las muñecas de cartón.

Recuerdo esa feria como uno de los mejores recuerdos de niñez: las chalupas, los panes de fiesta, los algodones y sobre todo, antes de irnos, la compra de una muñeca de cartón; y los cascos y las espadas para mis hermanos.

De unos cuatro años para acá, han vuelto a esta fiesta unos panes que los vendedores vocean como pan de leche. Primero fue una vendedora, que perdida entre decenas de puestos ofrecía en un canasto su mercancía, casi con timidez. En el año que está por terminar el número de vendedores ha aumentado.

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