Lado B
Los hombres y las mujeres de la muerte
Tanataoestética, plañideras, entierros y hasta ocultistas; Lado B platicó con quienes tratan de cerca con ella
Por Lado B @ladobemx
31 de octubre, 2011
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  • Verónica ayuda a bien morir; Eric se dedica a la limpieza y preparación de los cuerpos para su despedida final; ellas se visten de negro y lloran frente a un féretro; Ascensión entierra y exhuma cadáveres en el cementerio; Leviatán asegura que es posible comunicarse con el más allá

Foto: FHC

El animal conoce la muerte tan solo cuando muere;
el hombre se aproxima a su muerte con plena conciencia de ella
en cada hora de su vida.

Shopenhauer

Mely Arellano | Ernesto Aroche | Josué Mota | Xavier Rosas

@melyarel | @earoche | @motajosue | @wachangel

La única certeza que cargamos con nosotros al nacer es la muerte. Es una fatalidad intrínseca al propio ser vivo desde su origen que deviene en angustia, miedo y fascinación.

Y en opinión de Metchnikoff, la angustia que genera la muerte se debe a que muy poca gente alcanza el fin normal de su existencia, tras “el cumplimiento de un ciclo completo y fisiológico de la vida con una vejez normal, que desemboca en la pérdida del instinto de vida y la aparición del instinto de muerte natural”.

No es gratuito que en torno a ella giren todas las culturas y organizaciones sociales humanas. Su concepción como fin o como tránsito, su creencia en una vida después de la muerte, en el Juicio Final, entre otros aspectos, funcionan como condicionantes para la actuación de los individuos en un sentido u otro. La idea de inmortalidad y la creencia en el Más Allá aparecen de diversas maneras en prácticamente todas las sociedades y momentos históricos.

Pero también es ella, a pesar de ser compañera inevitable del hombre, uno de los grandes misterios la humanidad.

Y mientras los grandes estudiosos nos ofrecen más luces sobre el tema Lado B, aprovechándo la celebración de estos días salió a buscar a los hombres y mujeres que a diario trabajan con la muerte pasando por las diferentes etapas, la ayuda a bien morir, la preparación del cadáver, el velatorio, el entierro y hasta la comunicación con los muertos y la vida en “el más allá”.

Ayudando a bien morir

-Es muy común que la gente que está por morir vea llegar por ellos a familiares o amigos que fallecieron con anterioridad. No hay una base científica para eso, pero pasa. Incluso ellos te lo dicen: ya estoy por morir, ya vinieron por mí.

Foto: Especial

«Puede ser una necesidad emocional de sentirse seguro en el paso a la muerte, porque es el miedo del paso de un estado a otro, ahora científicamente está comprobando que hay sustancias que el cuerpo segregan y que pueden generar esas visiones. En la agonía el cuerpo segrega sustancias que actúan con endorfinas que permite eliminar la angustia de la muerte».

Verónica Carrillo lo cuenta con la soltura de alguien que ha presenciado esa situación las veces suficientes como para que ya no la sorprenda. Es psicóloga egresada de la BUAP y trabaja dando apoyo terapéutico a enfermos en fase terminal.

-Mi labor es ayudarlos a aceptar y cerrar ciclos y ayudarlos a que se vayan de una manera tranquila, espiritual y emocionalmente. Es un trabajo terapéutico para ayudar a que estén tranquilos emocionalmente y trabajen con su muerte.

Un apoyo que, aclara, va más allá de cualquier religión específica. “Cada uno de nosotros como seres humanos tenemos creencias de lo que es el más allá, de lo físico o el mundo, tenemos ideas, en base a ese concepto de espiritualidad es con lo que se trabaja, no necesariamente con una creencia religiosa”.

Verónica está sentada frente a un gran escritorio de cristal en una famosa funeraria en donde se encarga, desde hace algún tiempo, de la atención a deudos que contratan los servicios funerarios. Es domingo y el movimiento no para. El teléfono repicará varias veces durante la breve charla con Lado B, por su oficina desfilarán no menos de cuatro familias para arreglar sus contratos, ver el asunto de pagos, pedir traslados y varios etcéteras más.

Su relación laboral con la muerte es por las dos vías, la de los que están por cruzar el umbral de la vida y la de aquellos que ya la hicieron y están en manos de sus familiares para la despedida final. Aunque ello le ha acarreado un gran desgaste emocional que enfrenta practicando yoga:

“El yoga es algo que a mí me ha liberado muchísimo, te ayuda a sacar las experiencias que no te sirven, a quitártelas de encima. Las que te sirven por supuesto te dejan con un gran sabor de boca, que puedas ayudar con el duelo es muy gratificante”.

–¿Hay un costo emocional de trabajar con la muerte?

–Sí. En un principio es difícil trabajar con las emociones de la gente. Hay que trabajar con el duelo y la toma de decisiones en esas situación. Emocionalmente es desgastante. Necesitas liberarlo de alguna otra forma, ejercicio o alguna otra actividad. Es estresante en gran medida.

Oficio: maquillar

Eric está parado frente al cadáver de un suicida. Lo mira con la incredulidad de quien a sus ventitantos años no termina de entender porque alguien querría acabar con su vida.

Foto: Especial

–¿Porqué lo hiciste? ¿Qué te hizo llegar hasta acá? –le pregunta mientras lo viste para su última visita. Una que ya no recordará.

Levanta el cuerpo y le coloca la camisa que la familia trajo. Pasa un brazo por la manga. Abrocha el botón del puño. Pasa el otro y repite la operación. Se detiene y vuelve a preguntarle:

–¿No hubo otro camino? –para fortuna de Eric no habrá respuesta alguna. Después él comienza a contarle lo que le pasó de camino al trabajo mientras termina de preparar el cuerpo.

Lo que Eric hace tienen un nombre, le llaman tanatoestética. Es decir la limpieza y preparación del cuerpo para la despedida final, taponar los orificios corporales, maquillar para tratar de extender la ilusión de vida unas horas más y perfumar para evitar cualquier mal olor. El embalsamado no está en sus manos, aclara, de eso se encarga una doctora que inyecta sustancias químicas para detener el proceso de putrefacción de órganos por 24, 36 y hasta 72 horas según sea necesario.

Eric no sabe si llegará a dominar también esa parte pues tiene poco más de un año trabajando esa funeraria y su preparación académica fue para trabajar como informático pero el desempleo lo llevó por esa ruta.

Aunque, aclara, siempre le llamó la atención la criminología y aunque no llegó a estudiarla ahora trabaja con muertos.

“Al principio sí recibes un impacto fuerte, no sé como describirlo, pero sí es duro pensar que tienes enfrente a alguien con quien pudiste platicar o tal vez sólo ver pasar y luego lo tienes en la plancha, pero te vas a acostumbrando”.

“Es raro, reconoce, manipular cadáveres. Sientes como se va enfriando el cuerpo, como pierde su movilidad. Lo mejor es dejar de pensar en eso, hacer de cuenta que trabajas un muñeco de tal forma que no entres en pánico. El chiste es enfocarte en el trabajo para no entrar en pánico”.

En el poco tiempo que lleva preparando y trasladando cuerpos no ha enfrentado aún “situaciones raras”, aunque sí fuertes impresiones cuando le ha tocado trabajar en algún accidente: “a esos sí te los puedes llevar a casa, estás tranquilo, como si nada, y de pronto te llegan los recuerdos de lo que viste, pero en los casos de muerte natural no”.

Y apunta: “Muchos, cuando me preguntan en dónde trabajo, y cuando les digo sí se paniquean. Yo era de esas gentes que decía cómo voy a trabajar en algo así, pero luego te acostumbras, se vuelve un trabajo más. Claro, debes hacerlo con mucho cuidado y mucho respecto, pero es eso, tan sólo otro trabajo”.

Oficio: llorar

Foto: Especial

Ellas son las plañideras. Mujeres que se alquilan para llorar en funerales. Y aunque la costumbre ha caído en desuso todavía se practica en algunas poblaciones de México. Eso sí, que nadie se confunda, las plañideras se contratan en pompas fúnebres de altos vuelos, de gente pudiente. Aquí no aplica eso de que los ricos también lloran, pues contratan a gente que lo haga por ellos y no simples sollozos, por supuesto, sino efectivos lamentos con tremendos lagrimones que antes se recogían en unos vasos llamados lacrimatorios, que supuestamente se enterraban junto con el difunto.

Se trata de un oficio muy antiguo. Según el profeta Jeremías, el Dios de Israel mandó a su pueblo a hacer venir lloronas –que él llama lamentatrices- para expresar de un modo más enérgico la desolación que debía causar al pueblo judío la devastación de Judea.

Una de las más curiosas y originales profesiones desempeñadas por las mujeres del antiguo Egipto era la de plañideras. Eran ellas las encargadas de dejar constancia pública del duelo de los familiares, demostrando con su presencia el importante nivel de status que habría llegado a alcanzar en vida la persona objeto de su llanto. Aunque ocasionalmente llevaban la representación al extremo con lamentos, gritos estentóreos y descontrolados, dándose golpes en el pecho, echándose tierra sobre la cara, cabeza y cuerpo o jalándose el cabello.

Escenas significativas de plañideras ejerciendo su oficio se pueden encontrar por ejemplo en las paredes de diversas tumbas del Reino Nuevo; la más famosa de todas es la del visir de Amenhotep III, Ramose.

La práctica de las plañideras también era común en Grecia y Roma; después se extendió a España.

En el siglo XIII el caballero Sancho Sáiz de Carrillo ordenó decorar su sepulcro con seis tableros de mujeres y hombres que lloraban su muerte.

Las plañideras o lloronas fueron tradición en los ritos funerarios españoles, aunque no sólo lloraban, también entonaban cantos fúnebres, loaban y hacían panegíricos de los difuntos, y aunque la práctica se intentó prohibir en el siglo XV, ésta continúo hasta nuestros días.

En México el oficio se popularizó en el siglo XVII.

En San Juan del Río, Querétaro, hasta hace un par de años se hacía un concurso de plañideras. Mujeres vestidas de negros con velos de encaje del mismo color cubriendo sus rostros lloraban ante un féretro vacío para competir por diez mil pesos (por cierto, uno de ellos fue ganado por una mujer que lloró la muerte de Vicente Fox).

Las rezanderas

Esta sí es un todavía una práctica común: la mujer a la que se le paga para que rece el rosario en los funerales. Regularmente es alguien que tiene contacto con la funeraria o con el sacerdote, no hay tarifas fijas sino que se deja al criterio de los deudos.

También ofrecen sus servicios en los panteones, durante los días de muertos, donde cobran de 30 a 50 pesos, dependiendo del tipo de letanía.

Oficio: enterrar

El panteón es un lugar que nadie desea visitar quizá porque sabemos que tarde o temprano ahí iremos a parar. A algunas personas les provoca temor, a otras tristeza, hay a quien no le provoca nada pero evita pasar cerca. De cualquier forma es un lugar triste y un poco deprimente, y ahí, a diario, trabaja un grupo de personas para que el camposanto se conserve bien y todo lo de los muertos esté en orden.

Algunos trabajan en la administración, otros se encargan de los asuntos legales relacionados con la muerte, o del archivo para saber dónde están las tumbas y están los que hacen el trabajo que podría parecer más pesado: enterrar los ataúdes y exhumar cadáveres.

Foto: FHC

Suele decirse que “uno a todo se acostumbra”, y en el caso de Ascensión Bonilla la frase parece aplicarse: “al principio hasta lloraba con los familiares cuando estábamos haciendo el entierro y me ponía triste, pero ahora ya no, ahora hasta llego a mi casa y le platico a mi esposa de un entierro o luego de las exhumaciones pero ya no me siento triste, ya me acostumbré”.

Al principio don Ascensión no quería ser entrevistado, dice que “todos los años vienen de los programas para entrevistarnos”, pero después de un rato accede no sin advertir: “yo nunca he visto cosas raras ni nada de eso ¿eh?”.

Narra que lleva 15 años trabajando en el panteón haciendo lo mismo: inhumaciones y exhumaciones, es decir sacando y metiendo ataúdes y cadáveres.

¿Qué fue lo más difícil cuando comenzó a trabajar?

-Pues la verdad ver un esqueleto, porque yo nunca había visto uno y tuve que hacer un exhumación y vi el esqueleto, yo nada más lo había visto en la tele, pero pues ya aquí ves el cráneo y ves todo.

Después de 15 años de trabajar ahí, las exhumaciones siguen siendo la tarea difícil, pero como uno de los hombres experimentados del Panteón Municipal, asume ese trabajo que algunos de sus compañeros novatos rechazan.

¿Nunca se ha enfermado por la emanación de los gases?

-No, nada más uso un cubre boca e intento no respirar cuando abro la caja porque sí salen muchos gases, unas personas fuman supuestamente para eso de los gases, otros, aunque sean los familiares, se retiran no quieren estar cerca cuando abrimos la caja, pero a mí nunca me ha pasado nada.

Cuando don Ascensión dice que está acostumbrado a trabajar al panteón no hay falsedad, dice que nunca ha visto ni se le ha aparecido nada, que jamás lo han asustado y habla de su trabajo con mucha naturalidad y sin atribuirle dotes sobrenaturales o esotéricas. Cuando se le pregunta cómo ve su familia su trabajo responde rápido: “uy, a mi hijo le gusta mucho venir al panteón y aquí anda conmigo y a mi esposa dice que está bien y también ya está acostumbrada, al principio pues no le gustaba, pero todos ya nos hemos ido acostumbrando”.

Oficio: comunicar

“Vamos pasando de la ciencia hacia la magia”, comenta a Lado B Leviatán, maestro en ciencias ocultas que desde los 13 años de edad inició su recorrido por este oficio que para muchos es conocido como brujería.

Foto: Quetzal

Su taller se encuentra abandonado y algunas piezas de arte se hallan en los alrededores manteniendo una estética lúgubre; sin embargo, al iniciar la charla señala que es importante entender que “las ciencias ocultas son hermanas de las ciencias que conocemos hoy en día, tanto de las ciencias sociales como de las ciencias exactas y a veces son madre de éstas últimas”.

Desde su experiencia en las ciencias ocultas, para entenderlas hay que dividir en tres planos la realidad que conocemos: “el plano terrenal, que es en el que habitamos según Paracelso, ya que somos seres de aire porque cruzamos a través de éste (…), está el submundo, que desde ciertas culturas primitivas tiene que ver con lo negativo, con lo malo, que se le llama también el bajo astral o inframundo (…) y por último tenemos el alto astral, el cielo, el cenit, donde está todo lo bueno. Este nos protege con su manto, pero no se comunica con nosotros”, señala.

Y es que el maestro en ciencias ocultas asevera que el uso de “la magia”, como él la considera, sólo es en casos en los cuales las pruebas científicas no brindan una respuesta a los fenómenos que se presentan; por ello hace énfasis en no confundir los fenómenos psiquiátricos con lo paranormal, y que quienes se dedican a este oficio no se encuentran ofertando su conocimiento en la televisión o sección amarilla.

“Primero vamos a acabar con la ciencia, no en términos de destruirla, sino de poner todos los recursos científicos que estén en nuestra mano para la resolución de un caso, y una vez que se nos acaben éstos, ya le entramos con magia, con energías”.

Ante la pregunta expresa de si realmente existen éstos fenómenos, Leviatán responde inmediatamente que sí, que “la magia sí existe”, pero que éstos llegan a ser muy contados: “le podemos dar a los fenómenos el sentido científico, pero qué pasa cuando estos se acaban; ahí ya entramos con la magia”.

Y relata: “uno de los casos que me tocó en Catemaco fue tener a una persona en trance; al inicio creí que estaba en una crisis –psiquiátrica-, y de repente se me queda viendo y me empieza a decir cosas que tienen que ver con mi vida. Fue entonces cuando supe que estaba ante algo más”, concluye Leviatán.

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Autor Lado B
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