No se salven: educación y decadencia social

No te quedes inmóvil al borde del camino no congeles el júbilo no quieras con desgana no te salves ahora ni nunca.

No te salves no te llenes de calma no reserves del mundo sólo un rincón tranquilo no dejes caer los párpados pesados como juicios no te quedes sin labios no te duermas sin sueño no te pienses sin sangre no te juzgues sin tiempo.

Pero si pese a todo no puedes evitarlo y congelas el júbilo y quieres con desgana y te salvas ahora y te llenas de calma y reservas del mundo sólo un rincón tranquilo y dejas caer los párpados pesados como juicios y te secas sin labios y te duermes sin sueño y te piensas sin sangre y te juzgas sin tiempo y te quedas inmóvil al borde del camino y te salvas entonces no te quedes conmigo.

Mario Benedetti. No te salves.

 

Llevamos décadas hablando, leyendo a los intelectuales y organismos internacionales, escuchando profecías y constatando síntomas crecientes de la decadencia social en la que está la humanidad en esta crisis civilizatoria o cambio de época, según se quiera ver el vaso medio lleno o medio vacío. Desde los últimos decenios del siglo pasado hasta este primer cuarto del siglo veintiuno recibiendo noticias alarmantes pero como anestesiados, sin acabar de creer que esto va en serio, que realmente la especie humana está en riesgo de autodestrucción y que los síntomas no son los de una enfermedad curable sino los de un camino hacia la extinción.

Sin embargo en los primeros meses de este año, especialmente desde la violenta, prepotente y aparentemente imparable ola de ocurrencias y decisiones del presidente Trump a partir de su toma de protesta como primer mandatario del país hasta hoy más poderoso del mundo, los síntomas y el miedo ante el peligro mortal en el que se encuentra la sociedad humana al menos como hasta hoy ha vivido en el planeta, se han acelerado de forma exponencial y cada día, cada hora, nos sentimos más abrumados por la amenaza de una enorme crisis dentro de la crisis, como el cerillo que enciende la mecha en un cuarto oscuro lleno de dinamita.

La emergencia está afectando a todos los ámbitos de la vida humana en prácticamente todo el orbe. No se trata solamente de aranceles que impactan ya y producirán un efecto dominó en la economía global que según dicen los expertos, se revertirán sobre la propia economía estadounidense a la que su presidente dice estar protegiendo y volviendo a engrandecer. Tampoco estamos viendo solamente decisiones -de por sí muy graves y violatorias de derechos humanos- respecto a los indocumentados. Se trata también del despido de miles de trabajadores del sector público, de la cancelación de visas de trabajo y de estudiante de muchísimas personas que están contratadas o se encuentran estudiando licenciaturas o posgrados de manera totalmente legal y que están viendo truncados sus proyectos de vida de un día para otro.

También estamos ante el recorte de presupuestos para la educación -se ha desaparecido el departamento correspondiente en el gobierno federal estadounidense-, para el arte y la cultura, para programas sociales que estaban promoviendo el desarrollo y la agencia de muchos millones de personas a lo largo y ancho del mundo y que ante el recorte del presupuesto de USAID se encuentran en condiciones de agonía o se han cancelado definitivamente.

El riesgo belicista se encuentra también latente y a los focos rojos que ya estaban encendidos, el presidente estadounidense ha añadido nuevas zonas de alerta por su ánimo expansionista y su visión cerrada, racista y supremacista. El miedo ante una confrontación armada que ponga en riesto a toda la humanidad, además de los enormes costos en vidas humanas inocentes que han tenido ya las guerras activas, se hace cada día más grande y preocupa a cada vez más comunidades.

En el país no estamos exentos de los efectos de esta potencialización de la crisis y el riesgo globales puesto que somos vecinos inmediatos y blanco constante de los ataques de este gobierno que amenaza un día sí y otro también. Pero además tenemos nuestros propios problemas históricos que se han venido también agudizando en los últimos años y que empiezan a explotar como pequeños polvorines que surgen alternativamente en diversas poblaciones y ante diferentes situaciones. El problema de la pobreza y la desigualdad, el de las enormes carencias del sistema de salud pública, el de la muy deficiente calidad educativa, el del machismo que se traduce en feminicidios recurrentes y crecientes, el de la inseguridad que está llegando a proporciones nunca antes vistas y que tiene sumido en el terror a todo el país.

Como formador de educadores llevo muchos años escribiendo en este y otros espacios sobre la desmoralización social y el compromiso de la educación como profesión de la esperanza por organizar y reavivar el deseo de vivir humanamente en nuestras futuras generaciones para contribuir a generar las probabilidades de emergencia de un cambio positivo hacia un país más justo, pacífico, democrático e incluyente.

Sin embargo en estos tiempos, particularmente en este período académico he percibido con gran preocupación que la desmoralización está tomando carta de ciudadanía también entre los educadores. En cada clase, en cada encuentro formal o informal con docentes recibo cada vez más respuestas de desánimo, desesperanza y frustración ante lo que perciben como una batalla perdida, como algo imposible siquiera de intentar porque según relatan, las condiciones entre los niños, adolescentes, jóvenes y padres de familia son cada vez menos propicias para trabajar por el desarrollo humano y la conciencia social.

Y aunque trato de mantener mi discurso y mi convicción profunda basada en la esperanza -que como siempre aclaro, no es igual que el optimismo- no puedo negar que últimamente he salido a veces con una sensación de contagio de esa desmoralización generalizada. Porque muchas veces me siento sin argumentos para convencer a quienes están viviendo en ese clima de crisis de abandonar esa pulsión de salvarse a costa de abandonar la misión central que tienen encomendada y que muchos han elegido por auténtica vocación.

Es por eso que hoy siento la necesidad de adaptar este poema de amor de pareja al llamado de amor a la humanidad que nos mueve o debería movernos en lo profundo a quienes educamos. Retomar las palabras del poeta y pedir a cada docente, a cada padre de familia que no se quede inmóvil al borde del camino, que no congele el júbilo, que no quiera con desgano, que no se salve ahora ni nunca, que no se salve hoy menos que nunca.

Porque el instinto ante este mundo aparentemente desahuciado puede llevarnos a intentar llenarnos de calma a través de la indiferencia, a convertir el aula y la escuela o la universidad en un rincón tranquilo donde hagamos como que no pasa nada, donde dejemos caer los párpados pesados como juicios y nos quedemos sin labios que denuncien la decadencia y anuncien la posibilidad de otro mundo en el que podamos vivir humanamente. Hoy, más que nunca: por favor, no se salven.

Juan Martín López Calva: Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es actualmente es profesor-investigador en la facultad de educación de la UPAEP.