Lado B
Corrupción
Desde hace años hay declarada una feroz persecución contra la corrupción: ¡todos contra la corrupción! ¿Qué tal si la pensamos como el frágil momento de lo que está por venir?
Por Klastos @
01 de julio, 2021
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Rubén Ojeda

Un trabajador que es su propio jefe que para poder trabajar de chofer se asoció con una empresa para ser, literalmente, su propio explotador.  

Un repartidor en bici es atropellado y debe pagar de su bolsillo los gastos médicos (y la comida que no llegó a su destino). 

Una señora debe dormir en el sótano de su casa cada vez que alguien la reserva en Airbnb.

Una artista chontal, cuya obra es una propuesta decolonial, desea consolidar su carrera en el extranjero: quisiera volver a su pueblo en la sierra de Oaxaca y, con el dinero de su obra, ayudar a su gente. 

Un amigo ganó un par de millones vendiendo sus bitcoins este año; lo perdió todo al mes siguiente.

Se cruzaron dos manifestaciones en la Puerta del Sol: una era de palestinos y otra de colombianos.

Subí una foto a Instagram.

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Smith, en The Matrix, es un agente del sistema capaz de incorporarse a cualquier persona que habita en ese sistema. En la vida real (iba a decir “fuera de la pantalla” pero cada vez es más indistinguible esa frontera) ha sucedido algo parecido: somos los agentes —pero sin traje, el chándal tiene hoy mucho más estatus que hace veinte años— que se encargan de cuidar, diseñar y proteger el sistema gratuitamente, muchas veces, sin ser conscientes de ello.

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“Lo esencial es invisible a los ojos” Antoine de Saint-Exupéry. Meme visto en Facebook

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Alimentadas por la promoción de la individualidad, la transaccionalidad  y el sentido de propiedad —con la que las campañas publicitarias y las de los partidos políticos conservadores persuaden a la gente de que la política no debe de entrar en los espacios domésticos—, las personas jugamos transitoriamente los papeles de ciudadanos-consumidores-usuarios. El último rol, el del usuario, sólo puede existir mientras haya una plataforma que podamos usar. De esa manera, estaremos motivando y obligando a mantener el sistema en operación: producimos y subimos contenido gratuitamente a “nuestras” redes, denunciamos publicaciones que nos parecen ofensivas y dejamos de seguir a gente por miedo a que nos dejen de seguir. O peor aún: a ser cancelados. ¿Puedo citar a Foucault?

Cuidamos nuestras formas de control, las diseñamos y las hacemos más habitables. Componemos los perfiles de nuestras redes sociales, elegimos, entre una cantidad concreta de filtros, editamos nuestras fotografías. La plataforma, que no es ni de cerca “nuestra”, sí está diseñada con nuestras propias subjetividades.*

El Imperio puede ser entendido como una arquitectura que ensambla las relaciones que tenemos unos con otros, unos sobre otros, unos como otros. Cuando esas relaciones se confunden (un socio cuyo acuerdo contractual es explotarse a sí mismo; un trabajador que paga para trabajar) es el espacio de la corrupción. La corrupción no tiene moralidad: opera en distintas direcciones: lo que para nuestros padres o abuelos era (moralmente) degenerado, para muchas de nosotras es una oportunidad emancipadora: subjetividades que no se identifican con los géneros sexuales convencionales; artistas indígenas cuya obra demuestra el sistema colonial y patriarcal del arte. Son maneras de aprovechar ese momento de transformación en el que las identidades, los términos, el lenguaje, se disputan.

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El fantasma del arte, 2018. Cortesía de Rubén Ojeda

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¿Qué tiene que ver todo esto con la corrupción? Parece extraño que cuidar de las estructuras que mantienen la manera como vivimos sea algo corrupto. Pero, amigues, recordemos que la etimología siempre nos puede salvar cuando no tenemos idea de lo que hablamos: corromper es la castellanización directa de la expresión latina cum-rumpere: literalmente, romper. La corrupción, en origen, no tiene una carga moral. No es algo bueno ni malo. Es el proceso de transformación de una forma de ser en otra. Corrupción: Degeneración: Descomposición: Fermentación: Podredumbre: Putrefacción: Alteración: Cambio: Transformación: De-generación. De todos estos sinónimos de corrupción, el del tepache es el que mejor nos sirve para hablar de la corrupción que constituye el sistema.

Si bien el tepache es una fina selección de cáscaras de piña a las que se les ha pasado la hora y comienzan a descomponerse, no es precisamente lo mismo que “fruta podrida”. El tepache es un fermentado, una bebida cuasi alcohólica, que puede ser consumida sólo en el lapso de unos días. Por eso mismo, no es un producto que haya sido rápidamente aprobado por la Cofepris. Durante mucho tiempo, este elixir fue reservado a las exclusivas cantinas afuera de las estaciones de autobuses y de los puestos de algunas carreteras secundarias. El tepache existe en un momento intermedio entre el que la fruta puede ser servida en el desayuno y el que está ya podrida. La corrupción es el proceso intersticial en el que eso puede ser mercantilizado, ya sea en la cantina o embotellada para los restaurantes exclusivos de Polanco.

Barriles de tepache. Wikimedia Commons

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Autor Lado B
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Klastos es un suplemento de investigación y crítica cultural en Puebla publicado en colaboración con Lado B. CONSEJO EDITORIAL: Mely Arellano | Ernesto Aroche | Emilia Ismael | Alberto López Cuenca | Gabriela Méndez Cota | Leandro Rodríguez | Gabriel Wolfson. COMITÉ DE REDACCIÓN Renato Bermúdez | Alma Cardoso | Alberto López Cuenca | Tania Valdovinos. Email: revistaklastos@gmail.com
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