Lado B
Adiós, padre Gus
Este texto, un tanto desordenado, sale del corazón y de la incredulidad de tener que despedirse de un incansable luchador social, de un pilar, de un acompañante, de un ser humano con mucha fuerza y bondad; estas son unas palabras de despedida con cariño hasta donde esté, padre Gus
Por Aranzazú Ayala Martínez @aranhera
25 de junio, 2021
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Yo creo en el hombre que busca a otro hombre para andar juntos el camino

Yo creo en el solidario que muere rasguñando la existencia, 

que como muro lo separa de lo eterno, 

porque de ellos es el destino de los tiempos

Nunca lo que tienes es sólo tuyo.

Yo creo simplemente en el hombre desnudo que se confunde con el aire

y se siente nube, y se siente cielo, y se siente ave, y se siente olvido

Yo creo y busco al hombre que sea hombre, porque mi voz es un desierto donde el viento hace los caminos y combina las veredas

Silencio

Ese hombre ya nació, aleluya, lo llevamos aquí, aquí adentro

Gustavo Rodríguez Zárate, mayo de 1973

 

Mi primer recuerdo del padre Gus es él parado frente a mí, a punto de darme la hostia, con sus cejas pobladas ocultando sus lentes y su voz seria diciendo: “sácate las manos de las bolsas”. 

Mi abuela acababa de morir y él oficiaba una misa para el descanso de su alma, ahí en la Parroquia de la Asunción, pocos días después de festejar a la Virgen de Guadalupe. Yo tenía las manos dentro de la bolsa frontal de la sudadera y me tomó por sorpresa; mi abuela murió el 11 de diciembre y era prácticamente imposible conseguir un sacerdote, pero ahí estaba Gustavo Rodríguez Zárate, su amigo de años, compañero de jornadas religiosas, amigo de la familia, extendiendo una mano para ayudar a mi abuela Ángela en su camino hacia el cielo. 

Así recuerdo ese momento, y así lo recordaré siempre: fiel a sus creencias, a sus convicciones, y siempre dispuesto a ayudar. 

El padre Gus era uno de los dos sacerdotes en el estado que estaban con todas las causas sociales. En otros estados del país se sabe de personas de la iglesia, muy activas en la lucha social y el acompañamiento solidario, pero Puebla nunca ha figurado en esta categoría. Aquí solo dos personas eran conocidas por estar del lado de las resistencias: el padre Gus y el padre Tacho. 

Silencioso siempre, de bajo perfil, con un rostro que mutaba entre una seriedad pasiva y una sonrisa que no acababa de brotar, ahí estaba siempre Gustavo arropando a todos. Acompañando tras bambalinas. No le gustaban los reflectores ni que la gente supiera que estaba en todo; sabía lo que pasaba en el corazón de las resistencias en uno de los estados del país con mayor parte de su territorio concesionado. 

La parroquia de la Asunción, donde estuvo durante años Gustavo, fue prácticamente el único albergue para migrantes en el estado por mucho tiempo: en la reja negra de la entrada hay colgada una lona, ya descolorida, que lo anuncia. Él también fue el principal organizador de la Antorcha Guadalupana y su paso por Puebla, huésped de las caravanas migrantes, del viacrucis migrante, haciendo que la iglesia fría y de altísimo techo se convirtiera en lugar de celebración, pero también de recuerdo y visibilización de las injusticias.

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Los detalles de su vida están por todas partes, incluso hay un par de libros que recuerdan su legado. Las notas no tardaron en salir en decenas de medios locales: muere el padre Gustavo, sacerdote defensor de migrantes, integrante de la Pastoral de Movilidad Humana y de la red de iglesias y albergues solidarios. 

padre Gus

Foto: Iliana Ayala

Pero no solo de migrantes centroamericanos que pasaban por México; el padre Gus defendía la tierra, defendía a defensores, defendía el lado bueno (sí, hay uno) de la Iglesia, ese que no es antiderechos, ese que no juzga, ese que habla desde el amor profundo. A principios de año, durante la parte más dura de la pandemia en Puebla, murió el papá de una gran amiga y el padre Gus respondió rápido para oficiar las misas en su honor. 

El jueves 24 de junio de 2021 se murió. Luchó, realmente luchó, contra la enfermedad respiratoria que deterioraba su cuerpo. Estuvo largo tiempo internado, salió, mejoró un poco. Incluso llegó a responder todavía mensajes de WhatsApp. El 1 de mayo respondió, después de casi dos meses de no contestar, dijo que estaba mejor con las quimios. El 6 de mayo dijo que aún no caminaba, que seguía con las quimios y no estaba en Puebla.

A las ocho de la noche llegó el féretro con su cuerpo. Estaba cubierto con un cristal para protegerlo; llevaba una túnica blanca, y encima estaba su característico morral. Los que estaban desde temprano en la parroquia de la Asunción contaron que entró con aplausos y mariachis, entre un mar de personas coreando porras y llorando. 

Para despedirme del padre Gus hice fila cerca de hora y media, por los protocolos de limpieza y sanitización por la pandemia que limitaban el aforo de la enorme iglesia. La despedida del padre fue una fusión de tristeza, mucha tristeza, mucho dolor, pero también de alegría. Se escuchaba a los grupos susurrar contando anécdotas con el sacerdote, recordando, y también explicando a quienes llegaban que, finalmente, después de meses y meses, el cáncer se lo había llevado. 

Todos tenemos una historia con el padre: las y los reporteros a quienes les daba entrevistas, activistas que trabajaron con él, personas a las que les ofició una unión o celebración religiosa, quienes iban a misa a la Asunción, quienes colaboraban en el albergue para migrantes (el único que seguía en pie en Puebla), las personas que fueron con él a tantas comunidades.

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Recuerdo mucho su caminar, siempre fue lento, pero muy imponente. Era una combinación imposible entre la amabilidad y calma que vivían dentro de él, pero la fuerza de su corpulencia, de su lucha. La palabra que lo define, creo, es lucha. 

Foto: Iliana Ayala

Nunca había visto tanta gente en un velorio. En menos de tres horas pasaron por ahí al menos 500 personas si mis cálculos no fallan. No todas estaban dentro de la iglesia, de hecho había muchas en la calle, desperdigadas por la banqueta y el parque. Cientos de mensajes en redes, mensajes reenviados muchas veces en WhatsApp y preguntas para saber si todavía alcanzaban a despedirlo, si dejarían entrar todavía a la iglesia.

No es que no lo creyéramos, o que no lo podamos creer, porque después del paso del destructivo cáncer y su avanzada edad, pese a su fuerza, su salud había ido mermando. El asunto aquí es que nadie lo quiere creer: ¿cómo puede haberse ido el padre Gus? Ese icono de amabilidad, de acompañamiento, y sobre todo de apoyo incondicional. Algo va a faltar en esta realidad, algo empieza a sentirse ya hueco, y es ese espacio enorme que deja el sacerdote. 

Aunque está la parte triste, tristísima, de su ausencia, como dice el poema: “nunca lo que tienes es solo tuyo”. Y eso es real: el corazón del padre Gus nunca fue solo suyo, fue de todas las personas que tuvimos el honor de conocerlo.

 

*Foto de portada: Iliana Ayala

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Autor Lado B
Aranzazú Ayala Martínez
Periodista en constante formación. Reportera de día, raver de noche. Segundo lugar en categoría Crónica. Premio Cuauhtémoc Moctezuma al Periodismo Puebla 2014. Tercer lugar en el concurso “Género y Justicia” de SCJN, ONU Mujeres y Periodistas de a Pie. Octubre 2014. Segundo lugar Premio Rostros de la Discriminación categoría multimedia 2017. Premio Gabo 2019 por “México, el país de las 2 mil fosas”, con Quinto Elemento Lab. Becaria ICFJ programa de entrenamiento digital 2019. Colaboradora de “A dónde van los desaparecidos”
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