Lado B
COVID-19 y Brasil, el colapso de un país
Con un presidente empecinado en negar la tragedia, la pandemia descontrolada en el gigante suramericano se convierte en un peligro mortal para América Latina y el mundo
Por Connectas . @
25 de marzo, 2021
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María Camila Hernández 

Un año y 300 mil muertes después del comienzo de la pandemia, Brasil se encuentra en la fase más letal. Tiene hoy el mayor número de muertes por millón de habitantes en el mundo; superó las 3.000 diarias y se enfrenta al “peor colapso del servicio sanitario” en su historia, según Marcelo Queiroga, el cuarto ministro de Salud de este gobierno. De los 27 estados federales, 25 tienen tasas de ocupación del 80 por ciento en sus Unidades de Cuidados Intensivos mientras los medicamentos para sedación y el oxígeno comienzan a escasear. Entre tanto, el presidente Jair Bolsonaro afirma en actos públicos que no hay que seguir lamentándose: “¿Hasta cuándo van a estar llorando?”

La actitud olímpica del presidente ante la tragedia no es ninguna novedad. Ya en marzo del 2020, cuando el COVID-19 apenas comenzaba su camino por Latinoamérica, dijo que se trataba de una gripita, que esa “pequeña crisis” tenía “mucho de fantasía”, y que pronto la gente se daría cuenta de que había sido engañada con ese asunto del coronavirus.

Pero la realidad ha mostrado una cara mucho más amarga. Con más de 210 millones de habitantes y fronteras con 10 países sudamericanos (Uruguay, Paraguay, Argentina, Bolivia, Perú, Colombia, Venezuela, Guyana, Surinam y Guayana Francesa), la crisis de Brasil es vista con angustia por una región que ha logrado contener hasta cierto punto el virus y avanza tímidamente en su proceso de vacunar a su gente. Algunos de estos países han tomado medidas. Colombia decidió cerrar el paso fronterizo hasta el primero de junio, mientras que en Perú el Ejército intenta frenar el paso de personas migrantes, en su mayoría haitianos, que vienen de Brasil. Uruguay, en cambio, decidió utilizar un remanente del primer paquete de vacunas para “blindar” su frontera con el gigante.

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Sin embargo, según le dijo a CONNECTAS el doctor José David Urbaéz, director científico de la Sociedad Brasilera de Infectología (SBI) del Distrito Federal, “el virus no tiene fronteras” y será muy difícil restringir el movimiento en zonas limítrofes donde las personas crean vínculos de todo tipo. Además, considera que esta crisis no concierne solo a los países de la región, sino que tiene implicaciones mundiales. En eso coincide el doctor Jamal Suleiman, médico del instituto de Infectología Emilio Ribas: “No representamos un peligro solo para los países vecinos sino para el mundo, porque tenemos tres variantes circulando y con gran chance de emerger otras. Estamos en un barco a la deriva en medio de la tempestad, y esto no es una ola sino un tsunami”, señaló en entrevista para Voz de América.

En la fórmula del desastre actual se combinan varios ingredientes, aunque especialistas coinciden en que todo comienza con la política del gobierno o, más bien, con su ausencia. Como señala el doctor Urbáez, el país nunca tuvo el objetivo de controlar la transmisión del virus. “Quedó en las manos de gobernadores y alcaldes hacer lo que podían, pero terminaron al final muy involucrados con los grupos de poder que consiguieron posicionar una dicotomía que no existe, la dicotomía entre la economía y la salud”.

Frente a la crisis, el ejecutivo brasilero se ha dedicado a minimizar la pandemia, a hacer recomendaciones en contravía de la evidencia científica y a oponerse en forma acérrima a los confinamientos. En abril de 2020 Bolsonaro destituyó a su ministro de salud del momento, Luiz Henrique Mandetta, por su desacuerdo sobre las cuarentenas. “Ya sé… la vida no tiene precio. Pero la economía y los empleos tienen que volver a la normalidad”, dijo entonces el mandatario.

Tan solo un mes después, su reemplazo, Nelson Teich, dimitió por sus diferencias con el presidente acerca del uso de la cloroquina, un fármaco promovido por Bolsonaro sin el menor respaldo científico. El presidente admitió sin ambages que cambió de ministro para que el país adoptara esa droga en cualquier caso de COVID-19. Y para no tener que volver a reemplazar al jefe de esta cartera, decidió dejar como ministro interino a Eduardo Pazuello, un general activo del Ejército que reconoció que antes de asumir el cargo “ni siquiera sabía qué era el SUS”, el sistema sanitario público de Brasil.

El gobierno de Bolsonaro no solo ha promocionado medicamentos descartados por ineficaces. Por ejemplo, resolvió distribuir un “kit COVID” compuesto por hidroxicloroquina, ivermectina y azitromicina. Según dijo a la BBC el intensivista Ederlon Tezende, coordinador de un hospital público de Sao Paulo, esos fármacos pueden tener efectos letales en el 15 por ciento de los pacientes que desarrollan una forma severa de la enfermedad. Otros especialistas mencionan efectos colaterales graves, como problemas renales, hepatitis y arritmia cardiaca.  Incluso el Gobierno ha puesto trabas a medidas sencillas fuertemente promovidas por los expertos, como cuando vetó la obligatoriedad de usar mascarillas.

Un estudio publicado en enero por la Facultad de Salud Pública de la Universidad de Sao Paulo y Conectas Derechos Humanos ordena y analiza en una línea de tiempo las declaraciones, leyes y normativas del Gobierno federal en la pandemia. Y su conclusión, llena de ironía, llega a hablar de una situación casi premeditada en el palacio de Planoalto:  “Los resultados disipan la persistente interpretación de que parte del Gobierno federal es incompetente y negligente a la hora de gestionar la pandemia. Muy al contrario, la sistematización de datos (…) revela el compromiso y la eficacia de la acción del Gobierno federal para difundir ampliamente el virus en el territorio nacional, declaradamente con el objetivo de reanudar la actividad económica lo antes posible y a cualquier precio”.

 

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*Foto de portada: CONNECTAS

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