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Alibastik: exhibición de cómo sobrevive un luchador en la pandemia
Tras desempeñarse como diseñador de vestuario y luchar bajo el nombre de Alibastik, Herman, a sus 63 años, es dueño de un puesto en el que vende máscaras que él mismo hace
Por Lado B @ladobemx
27 de agosto, 2020
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Margena de la O | Amapola

Un hombre de apariencia juvenil se acerca al puesto de máscaras de don Herman Vázquez García.

–Tiene la máscara del Doctor Wagner Jr –le pregunta.

–No –contesta el tendero, y muestra las que tiene en existencia.

Después de hurgar entre las máscaras, el joven dice a Herman que supo de él por un medio de comunicación. Se retira. Un rato más tarde vuelve con una mujer y un bebé con la clara intención de mostrarle quién es Alibastik.

Herman y Alibastik son la misma persona, el primero es el nombre del señor creador y vendedor de máscaras de luchadores, y el segundo el del luchador profesional.

Desde hace cuatro años, el deportista, que se considera como uno de los pioneros de la lucha libre en Chilpancingo, al ser del grupo de los 11 que abrió camino en la lucha profesional desde 1976, tiene un puesto de máscaras.

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Es un remolque donde carga con su máquina de coser para sacar los pedidos mientras hace sus ventas. Lo estaciona al lado de la banqueta de una de las calles de la Ciudad de los Servicios, justo al lado del centro de telefonía más grande de la ciudad.

Antes de atender al cliente cosía un cubrebocas azul chillante. Sentado en un pequeño banco de plástico, pasaba con fluidez por la aguja de la máquina, sostenida en la base del remolque, el hilván de lo que parecía una pequeña máscara.

Herman tiene una apariencia tosca. A sus 63 años, que cumple justo este 25, tiene un físico pulido, pero su estatura mediana le otorga más volumen. Sus manos son gruesas y parecen de una sensación áspera. Cuando está sentado su aspecto es más rudo.

El cubrebocas que cosía es la versión pequeña de la máscara del luchador Blue Demon.

La mañana del sábado 15 de agosto compartió detalles de su vida en su puesto de máscaras.

El luchador puede hablar con libertad de su identidad; existen dos razones para hacerlo: planea retirarse de la lucha profesional, y el 24 de mayo del 2008 perdió la máscara contra Rey Guerrero, después de conseguir dos títulos estatales y arrancar tres máscaras y cinco cabelleras. Herman comenzó su carrera deportiva a la par de diseñador de vestuario de luchadores.

El día que debutó como luchador, el 23 de abril de 1976 en una pequeña arena de Teloloapan, lo hizo con el nombre de Alibastik, que en realidad es una conjunción del significado que le dio una de sus hermanas a una rara palabra –alibasti, guerrero bárbaro del ártico – y la inicial del superhéroe de historietas de su época, Kalimán.

Para el debut, él mismo se confeccionó su traje: máscara en la que combinó el rojo, azul y dorado; calzón rojo, mallas azules, botas doradas, y capa azul con rojo y motivos dorados.

Alibastik

Alibastik / Foto: José Luis de la Cruz | Amapola

El atuendo estaba hecho de materiales comunes. Recuerda que al contorno de la capa le cosió una espiga dorada que consiguió en la mercería, las mallas las sacó de un pantalón de tela elástica que usaba, y compró unas botas blancas de boxeo, porque no tenía para unas profesionales de lucha, y las pintó de dorado.

Después confeccionó los equipos de lucha de Los Torbellinos Azules, Vanguardia, Radioactivo, Penumbra, El Indio del Balsas, Salymar, y de otros varios luchadores de su época y de tiempos recientes.

Comenta que cuando lo aceptaron en la arena Coliseo de Acapulco, lo que significó luchar de manera profesional, cada vez que viajaba para dar una función entregaba unos cinco trajes a sus compañeros, lo que significaba un ingreso adicional.

En realidad comenzó confeccionar sus trajes por una necesidad personal de sentirse un luchador profesional, sin tener que gastar tanto, pero ahí descubrió una habilidad que hasta ahora le permite sostenerse económicamente.

Desde los nueve años se notó aptitudes para esto. “Mi primera máscara fue una toalla de mi mamá. Le hice unos agujeritos y así me la puse. La amarré como pude y, según yo, ya era un enmascarado y toda la cosa. Me dieron mi friega porque eché a perder la toalla”, cuenta entre risas.

Pero cuando se propuso crear sus trajes imitó los trazos y los que no pudo sólo los imaginó.

Miraba las costuras de las máscaras hechas y sacaba patrones cuadrados en bolsas de papel. Después los cortaba en tela y los hilvanaba a mano para darles un aspecto más redondo. Hasta el final las pasaba por la máquina de su mamá. “No tenía dinero para un equipo profesional y opté por darme la idea de cómo debía ser y así estar presentable”, dice.

Tenía la necesidad de mostrarse como un luchador profesional. El día de su prueba física fue de los pocos que llegó vestido para dar una función de gala.

Herman siempre ha tenido fuentes de empleo adicionales a la lucha, porque los 150 pesos que comenzó a ganar en sus funciones o el equivalente a 3,000 pesos de ahora que le pagaron en lo que define sus mejores años de luchador, de 1984 a 1988, nunca le alcanzaron para sostener a su familia. Mantuvo seis hijos de dos relaciones distintas.

“No se vive de la lucha libre”, ataja.

Sus funciones como deportista las complementó con otros oficios: ayudante de la tortillería familiar, taxista, repartidor de empresas de pastelillos, galletas y frituras, y ayudante forense. Trabajó 34 años en el Servicio Médico Forense (Semefo), a partir de 1988, donde inició como chofer, pero, después de algunos años, levantó cadáveres y realizó necropsias.

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*Foto de portada: Alibastik/ Foto: José Luis de la Cruz | Amapola 

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