Lado B
La vulnerabilidad de los migrantes indígenas en Nueva York durante la pandemia
Uno de cada cinco mexicanos migrantes en Estados Unidos no tiene acceso a los servicios de salud del país donde trabajan y pagan impuestos. Algunas de estas personas son quienes encontraron la muerte cifrada por un virus, quienes murieron en Nueva York
Por Pie de Página @PdPagina
17 de mayo, 2020
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Víctor Ronquillo para el Programa de Asuntos Migratorios de Ibero CdMx

En el epicentro de la pandemia en Estados Unidos, los migrantes de la región de La Montaña hacen por la vida, trabajan en los servicios, la construcción, los restaurantes y los lujosos hoteles, son parte de la diversidad humana de Nueva York.  Del otro lado, en el sur, en Tlapa, la pequeña ciudad conocida como la puerta de La Montaña, el Centro de Derechos Humanos Tlachinollan lleva el registro de los migrantes que han perdido la vida, víctimas no sólo del coronavirus sino del proceso que los hace invisibles. Se les discrimina, se les desconoce, se niega su importancia en la economía y la sociedad, se les limita a condiciones precarias de vida. A pesar de ello, los indígenas migrantes en la moderna babel de los rascacielos significan una avanzada de la sobrevivencia humana y cultural, son ejemplo de verdadera resilencia.

Abel Barrera, quien dirige el Centro de Derechos Humanos de La Montaña Tlachinollan, una de las organizaciones precursoras de la cultura de la defensa de los derechos humanos en México, conoce el significado cultural de la migración en el norte, en los barrios de Nueva York, pero también en el sur, en las comunidades indígenas de La Montaña de Guerrero.

“Resulta que a lo largo de los años –dice Abel– Nueva York ha sido la otra Montaña de los indígenas Guerrero. La Montaña de asfalto, la Montaña de los rascacielos. Ellos ven a esa ciudad como un enorme monumento a la desigualdad. Es una ciudad donde hay muchos recursos, donde hay mucho dinero, pero saben que este capital se ha logrado con el sudor, con la sangre de muchos trabajadores que han migrado a Estados Unidos, muchos de ellos indígenas de Puebla, de Oaxaca, de Guerrero.

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Hasta hora, según los reportes, más de un millón de personas han sufrido el contagio del coronavirus en Estados Unidos y más de 18 mil han muerto en Nueva York. La Secretaría de Relaciones Exteriores de México informa del fallecimiento de 566 mexicanos en Estados Unidos, 448 de ellos en esta ciudad. Más allá de las cifras, de los fríos datos, hay que dejar constancia de las vidas perdidas, de cómo la emergencia sanitaria exhibe condiciones de injusticia y marginación. Según datos e la Oficina del Censo de Estados Unidos, 18 por ciento de los mexicanos migrantes no tiene acceso a los servicios de salud del país donde trabajan y pagan impuestos. Viven en el hacinamiento, trabajan en el límite de la explotación laboral, sufren la acechanza de ser deportados y separados de su familia.  Algunas de estas personas son quienes encontraron la muerte cifrada por un virus, quienes murieron en Nueva York.

Juan Martínez García falleció en el Bronx, indígena Ñu Savi (Mixteco) originario de la comunidad de Lomazoyatl, municipio de Alcozauca, falleció el 6 de abril. Hasta el día 14 del mismo mes, su familia logró contactar a la funeraria encargada de cremar el cuerpo. El costo de este servicio por parte de las funerarias de Nueva York va de los tres mil a los cinco mil dólares. 

De Amelia Méndez Vivar poco se sabe, murió el 11 de abril, nació en la comunidad de Alpoyeca. Había migrado a Nueva York hace varios años.

A Armando Aldama Alvarado, sus amigos lo llamaban Yamil. Murió en Queens el 27 de marzo. Nació en Tlapa y como muchos otros jóvenes, en cuanto pudo se fue para el norte. 

En Tlachinollan llevan el registro de 15 personas fallecidas por Coronavirus en Nueva York. Un registro que semana a semana aumenta con malas noticias.

La semilla de la migración

Foto: Heriberto Paredes

En La Montaña el migrar es recurso de sobrevivencia. La única ruta posible para que el futuro no sea de carencias y hambre va hacia el norte.

Abel Barrera describe las condiciones en las que se sigue sembrando maíz en La Montaña, en las faldas de los cerros, con el arduo trabajo de la familia entera, con la magra cosecha que no da para vivir. Resulta paradójico que frente a esta realidad la región posea aún ricos recursos naturales.

“La Montaña no se entiende sin la población migrante, es una región rica en términos de lo que son los bienes naturales, aquí está el reservorio del agua que corre por los grandes ríos de Guerrero, aquí queda también el reservorio de los bosques que fueron devastados hace años. También hay minerales que han querido privatizar, despojando a los pueblos de esta riqueza. Los pueblos han tenido la fuerza suficiente para defender su territorio. Desgraciadamente, si hablamos de la productividad esta siempre ha sido muy baja. Hay déficit alimentario en La Montaña. La gente siembra en las faldas de los cerros y ahí no entra la yunta, se siembra con el bastón tradicional y mucho esfuerzo”.

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Si hay suerte la cosecha llega ser de 400 kilos, lo que no alcanza para vivir. Los gastos de una familia se multiplican, apremian y el dinero no es suficiente.

“Esa precaria situación es lo que ha hecho que la gente tenga que buscar fuera de la región una manera de vivir. Como lo que se sabe hacer, donde se tuene más experiencia, es en el trabajo en el campo, los primeros migrantes fueron a buscar trabajo en el campo, pero fuera del estado, en Morelos, en los cañaverales.  También se fueron a la sierra de Guerrero y haya entraron en contacto con gente que sembraba mariguana, amapola, en fin, pues tuvieron que ir buscándose la vida, hasta que ya en la década de los años ochenta los jóvenes empezaron a arriesgarse a cruzar la frontera”.

Johnny Ortega tenía 24 años al morir. Falleció en el Hospital Metropolitano de Manhattan. Su familia es Ñu Savi (mixteca) y vive en la comunidad de San José Lagunas, municipio de Alcozauca. Murió el tres de abril. 

Alfonso Gil Ramón, vivió muchos años en Queens Nueva York. Murió en su departamento, fue trasladado al Hospital Elmhurst. Después de varios días la funeraria Gerad Lion F.D. recogió el cuerpo y se hizo cargo de su cremación. El costo del servicio, pagado por la familia fue de 2 mil dólares. Alfonso nació en Xochihuehuetlán, al morir tenía 56 años de edad.

Los factores que determinan la vulnerabilidad de los migrantes indígenas en Nueva York están relacionados con su condición, sus ingresos en muchos casos son menores por su condición migratoria. El hacinamiento en el que viven, su reticencia por temor a ser deportados a acercarse a los servicios de salud. La persistencia de la discriminación de que son víctimas.

Genaro murió en Manhattan, después de varios intentos logró cruzar la frontera por el desierto de Arizona. Fue a principio de los años 90, cuando la aventura de migrar no ofrecía tantos retos. Su historia, narrada por Abel Barrera, quien lo conoció, es la de muchos migrantes que se fueron al norte y pudieron llegar a Nueva York, donde encontraron trabajo y se forjaron un destino.

“Genaro era chofer del Instituto Nacional Indigenista, como todo trabajador tenía dificultades económicas, su esposa era de Ixcateopan.  Aquí en los años 80 y principios de los 90 se dio mucha oportunidad de migrar, con esos personajes que llamamos coyotes.  En ese tiempo cobraban 30, 40 mil pesos, ahora cobran en dólares. Pidió su liquidación y se fue. Lo detuvo la migra, lo regresaron. Lo intentó de nuevo por Nogales. Cuentan que es un camino difícil, ocho horas caminando por el desierto de noche. Esa es la prueba máxima, si vences al desierto vas a poder vencer todos los obstáculos y llegar a Nueva York. Genero lo logró.  En Phoenix lo metieron en la cajuela de un auto y después de varias horas de viaje por fin llegaron a Nueva York. Se fue a vivir con algunos paisanos, dos semanas después le consiguieron trabajo en un restaurante, donde empezó como lavaplatos, con el tiempo pudo ahorrar y pudo pagar para que su esposa se fuera también a Nueva York. Vivian en Queens donde vive una colonia grande de paisanos de La Cañada”.

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*Foto de portada: Heriberto Paredes | Pie de Página

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