Lado B
El futuro de la normalidad 2: pesadilla consensuada
Gerardo Sifuentes se cuestiona sobre la posibilidad de que la sociedad apoye medidas autoritarias para asegurar el control estricto de la pandemia
Por Gerardo Sifuentes @Sifuentes
14 de abril, 2020
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Gerardo Sifuentes

@sifuentes

“A veces le costaba no creer que estaban habitando en un futuro que había llegado, un futuro agotado”.

J.G. Ballard, High Rise (1975)

La pandemia que vivimos es uno de esos fenómenos que te estrella contra el parabrisas del presente, en palabras del escritor William Gibson en el documental No Maps for These Territories (Neale, 2000). Cuando ocurren este tipo de eventos mediáticos de impacto, sabes que “todo es diferente de aquí en adelante, algo fundamental ha cambiado”. En su momento Gibson mencionó como ejemplos de ello el atentado terrorista de Oklahoma (1995), e incluso  la boda de Michael Jackson (el rey del pop) con Lisa Marie Presley (la hija del rey del rock).

Resulta inquietante pensar que dentro de la normalidad del futuro inmediato, como lo ha sugerido el filósofo Byung-Chul Han, la sociedad en conjunto podría apoyar cualquier tipo de medidas autoritarias para asegurar el control estricto de la pandemia y por supuesto mantener el orden en las calles. La adaptación generalizada a cualquier tipo de ley similar sería tan natural y paulatina que apenas nos daríamos cuenta. Ya se tiene la confianza de la gente a ojos cerrados para regalar los datos personales a las empresas de redes sociales (para su posterior comercialización), así que uno de los primeros pasos está dado. Citando al editor del Technology Review, Gideon Lichfield: 

“Nos adaptaremos y aceptaremos tales medidas, al igual que nos hemos adaptado a los controles de seguridad aeroportuarios cada vez más estrictos a raíz de los ataques terroristas [del 9/11]. La vigilancia intrusiva se considerará un pequeño precio a pagar por la libertad básica de estar con otras personas…Como de costumbre, sin embargo, el costo real será asumido por los más pobres y los más débiles.”

“We’re not going back to normal”. Gideon Lichfield. Tech Review. 17 de Marzo 2020.

Foto: Marlene Martínez

Esta referencia a las medidas post 9/11 olvida que los terroristas no se han detenido desde entonces, al dejar el viejo estilo del secuestro de aviones para adoptar nuevas formas de irrumpir en los medios de transporte y sembrar el pánico, como en el sistema ferroviario en el 11M de Madrid (2004), o el transporte público de Londres (2005), hasta los temerarios y terribles ataques directos, como en las calles de Mumbai (2008) o París (2015). Lo cierto es que si bien los dirigentes del Estado Islámico han advertido a sus células que no viajen a Europa debido a la pandemia, fuente militares de Estados Unidos temen la insurrección de los alrededor de 10,000 prisioneros pertenecientes a este grupo que permanecen prisioneros en Siria, cuyo hacinamiento es un caldo de cultivo latente para el Sars CoV 2.

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Aceptar cualquier tipo de medidas draconianas para la contención de la pandemia, considerando estas como algo irremediablemente necesario, tiene el tufo de pensamiento de derecha en general, y de clase media (acomodada y baja) en particular, aquella misma que el escritor inglés James Graham Ballard describió en la década de 1970 como los “proletarios del futuro” en su novela Rascacielos (High Rise, 1975). En un pasaje son descritos como si se refiriera a ciudadanos del siglo XXI: 

“…personas que no tenían nada que objetar a este impersonal paisaje de acero y cemento, que no se quejaban de que las agencias del gobierno y las computadoras hicieran imposible la vida privada. En todo caso recibían con gusto estas intrusiones invisibles, utilizándose para sus propios propósitos.Eran sin duda los primeros en dominar uno de los nuevos modos de vida de la segunda mitad del siglo veinte. Parecían prosperar mediante un rápido cambio de amistades, una continua falta de lealtad hacia los demás y unas vidas que se bastaban por completo a sí mismas y nunca eran decepcionantes porque no necesitaban nada.”

Rascacielos. J.G. Ballard. 1975

Foto: Marlene Martínez

En la adaptación cinematográfica (Wheatley, 2015), uno de los protagonistas completa la observación:

“Todo lo que quiero es mi parte de la electricidad para poder prender la luz y ver si me limpié bien el trasero.” 

Esto lo dice mientras en la fiesta infantil en la que se encuentra unos niños juegan a lanzarse rollos de papel de baño, una imagen que de alguna manera remite a las compras de pánico de este producto en las últimas semanas. 

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La novela mencionada narra la descomposición en el ambiente que ocurre en un moderno edificio de departamentos estratificado, en el que las clases dominantes ocupan los pisos superiores, relegando al resto a los pisos inferiores según la escala social. “Los pobres son adictos al dinero”, dice una mujer a manera de queja ante la exigencia de una mucama por los sueldos atrasados. Las constantes fricciones, aunadas al paulatino corte de los servicios básicos y amenidades, devienen en una auténtico y sangriento conflicto de clases. Los personajes de Ballard, en tantas de sus historias, no intentan enfrentar la caótica situación, sino sumarse a esta. 

La pandemia que se vive ha sacado a relucir el clasismo rampante y la escasa o nula educación cívica y científica de los ciudadanos y sus gobernantes. Es momento en que el egoísmo y la solidaridad se encuentran en lados opuestos de la balanza, y la urgencia de hacer contrapeso es lo que puede llevarnos al escenario de la barbarie distópica o la utopía consensuada. Quizá habrá que comprender los motivos subyacentes de las personas que desafían la cuarentena con soberbia e ignorancia hasta los que discriminan a los trabajadores sanitarios por temor al contagio. Estos forman tan solo uno de tantos bloques en conflicto en esta suerte de escenario ballardiano en progreso y transmitido al minuto en redes sociales.

Foto de portada: Andrzej Rembowski | Pixabay

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Autor Lado B
Gerardo Sifuentes
Periodista de ciencia y narrador.
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