Lado B
Crónicas galas de una pandemia anunciada: La vida sigue
Cinco segundos después de abrir los ojos, Malinali abrió la boca: “Amo a mamá y a papá y a los abuelos-Francia y a los abuelos-México, y a Yoda, y a papá y a mamá. Ah, y a mis muñecas”.
Por Alonso Pérez Fragua @fraguando
22 de marzo, 2020
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Marjorie Blanc y Alonso Pérez Fragua

@fraguando

Cinco segundos después de abrir los ojos, Malinali abrió la boca: “Amo a mamá y a papá y a los abuelos-Francia y a los abuelos-México, y a Yoda, y a papá y a mamá. Ah, y a mis muñecas”. Si no fuera una niña de 3 años, nuestra sospecha inmediata sería que somos roomies de una mariguana que hizo reservas debajo de su colchón antes de la cuarentena. Para rematar su delirio de amor, suspiró y dijo enfática: “¡Ay, mamá! ¡Nuestra casa está bien bonita!”. En fin, vivimos en 60 metros cuadrados los cuatro (¡quieren por favor pensar en Yoda!), las 24 horas encimados, y la vida sigue…

Crónicas galas de una pandemia anunciada: La vida sigue

Foto: Marjorie Blanc y Alonso Fragua

Unas tres semanas antes de la crisis nos unimos a la asociación local Happy Campers Compostage, cuya misión es distribuir a quien lo necesite la comida que los negocios ya no pueden/quieren vender y están a punto de tirar. 

Nuestra principal motivación es luchar contra el desperdicio alimenticio, uno de los principales responsables de la emisión de gases de efecto invernadero. 

El apoyar a la economía de los más necesitados es un excelente plus, claro está. 

Luego de nuestra primera acción, regresamos a casa con 17 kilos de manzanas en perfecto estado y 7 kilos de pan que congelamos (y que seguimos consumiendo, 3 semanas después). Y esto solo fue lo que no logramos distribuir en la universidad y a través de una asociación del barrio. 

El jueves 12 de marzo, fueron casi 80 kilos de queso camembert que se llevó a casa Tanzania, la fundadora, y más de 100 botellas de jugo de cúrcuma y granada. 

El plan era repartir de nuevo en la universidad, pero aquella misma noche, Emmanuel Macron declaró el cierre indefinido de las escuelas y universidades

Así que antes de que anunciará la cuarentena completa, distribuimos de prisa todo lo que pudimos con los vagabundos de la calle y los vecinos, y en 3 días acabamos con los 40 kilos que nos tocaron. 

Dudamos mucho en seguir con estas acciones. No tenemos derecho de salir de casa, so pena de enfrentar una multa de 135 euros, a menos que sea para comprar víveres, trabajar (si el trabajo a distancia es imposible), por motivos de salud, o para hacer ejercicio individualmente o pasear a las mascotas. Entrar en contacto con gente fuera de nuestro núcleo familiar es factor de contagio además. Pero al mismo tiempo, todavía quedaban 40 kilos de quesos perfectamente comestibles en la nevera de Tanzania y miles de personas sin trabajo, sin ingresos hasta quién sabe cuándo. Así que hoy, Alonso tomó su bicicleta y su formato que justifica ejercicio y el de compra de víveres, y regresó con la mochila llena de quesos para repartir con los vecinos. La vida y el hambre siguen.

Foto: Marjorie Blanc y Alonso Pérez Fragua

Hoy fue un día particularmente difícil para Malinali. Despertó malhumorada, quejumbrosa. Ya le está pesando la cuarentena. Fueron muchas regaños, pláticas, negociaciones, encuentros, desencuentros, besos y cariños; el día nos pareció eterno. La luz cayó sobre ella cuando la supra-mega-giga-fabulosa maestra del kinder organizó una videollamada con todos sus alumnitos, maravilloso adelanto de cómo será el reencuentro de los chamacos, quién sabe cuándo.

Todos querían hablar al mismo tiempo, gritaban, se carcajeaban, hablaban del cocronavirus que hace que los abuelitos están muy enfermos y tosen y nadie tiene derecho de darnos beso en la calle y la escuela está cerrada pero haremos una gran fiesta cuando todo eso acabe y Malinali te extraño mucho y mi mamá dice que cuando el cocronavirus se vaya, te vienes a dormir conmigo y pues yo León te invito a merendar después y los queremos mucho y adiós. 

Los ojos de la maestra se veían muy brillosos y sus palabras fueron escasas. Sólo tenía una enorme sonrisa. Los papás se veían bastante acabados, en pijamas, sin maquillaje ni aretes y con barbas largas… 

Después de la llamada, Malinali quiso merendar en el balcón, pero en silencio, un poquito triste y visiblemente melancólica. Mamá le prometió organizar la mejor fiesta del mundo mundial cuando regresemos a clase para animarla un poco pero bueno, la vida sigue…


Quien nos conozca sabe que no somos una familia de muchos lujos. Compramos todo lo que podemos de segunda mano, vivimos en casa rentada y amueblada desde hace tres años, no tenemos auto, viajamos poco y cuando lo hacemos, es por lo general con lo que cabe en la mochila. Nuestras joyas más preciosas son nuestras argollas de casados, hechas con el metal fundido de aquellas de los padres de Alonso. 

Ahora, incluso comemos comida recuperada de los negocios. Pero lo que sí, es que nos gusta salir a comer. Restaurantes, comida rápida, puestos de la esquina, panadería, bares, cafés….

Es nuestra adicción, nuestro placer. Así que cuando el domingo 15 de marzo Macron anunció el cierre de todos los establecimientos de ocio, Marjorie lloró un poquito. No le venía mal a nuestra cartera descansar de los precios ridiculamente altos de la comida en Francia, pero ¡por Dios!, ¿en serio tendremos que cocinar tres veces al día hasta quién sabe cuándo?

Al fin, hoy encontramos la solución a nuestro principio de depresión. Además del Operativo Aperitivo de los miércoles implementado por el equipo de la Escuela Doméstica “Mártires del 12 de marzo”, cada viernes de la cuarentena compraremos comida preparada en los negocios vecinos. 

Nos curamos la conciencia pensando que lo hacemos para apoyar a la economía local y a los pequeños negocios, en riesgo de quiebra, pero no podemos mentirnos a tal grado: la vida sigue y necesitamos sentir que así es, aunque sea con velitas y mantel en nuestra confinados en nuestro balcón de dos metros cuadrados.

La vida sigue con una rebanada de pizza en el balcón. Foto: Marjorie Blanc y Alonso Pérez Fragua

[pull_quote_center]Marjorie y Alonso viven en Nîmes, Francia, en la región administrativa de Occitania. Desde el 12 de marzo viven en el continente que la OMS considera el “epicentro de la pandemia mundial”. Encerrados en casa con su hija de 3 años, buscan combatir sus impulsos suicidas a través de estas crónicas.[/pull_quote_center]

 

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Autor Lado B
Alonso Pérez Fragua
Alonso Pérez Fragua es periodista, gestor cultural y eterno aprendiz de las cosas del arte y del mundo. Actualmente realiza estudios de maestría en Estudios Culturales por la Universidad Paul Valéry, de Montpellier; su tesis tiene a Netflix y a las tecnologías digitales como objetos de estudio. En México cursó una maestría en Comunicación y Medios Digitales, y una especialidad en Políticas Públicas y Gestión Cultural. Melómano, bibliógafo, cinéfilo, maratonista de series, wikipedista y un poco neurótico. Lo encuentras en Twitter e Instagram como @fraguando.
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