Lado B
Presentación: La fosa de agua
No hay palabras que alcancen para describir este texto, por eso rescato algunas de las emociones que se detonan con la lectura de La fosa de agua
Por Lado B @ladobemx
22 de agosto, 2019
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Natalí Hernández

@natali_ha 

Foto: Marlene Martínez

No hay palabras que alcancen para describir este texto, por eso trato de rescatar algunas de las principales emociones que se detonan con la lectura de La fosa de agua, de los datos, de la experiencia y del proceso que imaginé, durante la lectura, atravesó la autora. Cabe hacer una advertencia: lo comparto desde el lugar que ocupo en este tema, desde mi particular lupa feminista, porque ya lo saben, cuando te pica “la bicha feminista”, eso ya no se destruye, solo se transforma. Declaro entonces mi visión sesgada sobre el libro, trastocada por el acompañando de algunos casos en el contexto local, por la experiencia en la denuncia pública, por el trabajo con la sociedad civil organizada y sobre todo reconociéndome sensible, visceral y profundamente conmovida por estas historias.

La fosa de agua, desapariciones y feminicidios en el río de los remedios de Lydiette Carrión, es una lectura dolorosa e indignante, con altas dosis de realidad, pero sin duda con un profundo compromiso con develar la importancia de comprender la ignominia que representa el feminicidio y la desaparición de cada mujer.  Cuando comencé a leerlo, me imaginaba a Lydiette, repensando por horas ¿Qué hacer con todo esto? ¿Qué hacer con toda esa experiencia acumulada? Ahí el primer reto, transformarlo en experiencias compartidas, a partir de un texto honesto y profundo.

La fosa de agua, representa un ejercicio de confrontación, porque nos coloca, desde otra perspectiva en nuestros lugares comunes; en el sentido de entender que la desaparición y el feminicidio ocurre ahí donde comúnmente coexistimos todas y todos, donde transita la vida de muchas, entre amistades, escuela, familia, barrios, hacinamientos y la precarización generalizada que provoca la concepción de “desarrollo”.

Nos exige tomar de la mano a cada una de las víctimas, adolescentes en su mayoría, con peinados de emo y que juegan a hacer albóndigas con lodo. Nos recuerda su carácter de víctimas de un sistema que despoja a las mujeres de posibilidades de cristalizar expectativas de vida digna, nos reprocha la reproducción de estereotipos construidos a partir de las representaciones de género, el de “la buena víctima o la que merece ser buscada”, por poner un ejemplo.

Nos reta, porque nos hace transitar los caminos de las madres y las familias que frente a la desesperación, el dolor y la impotencia, no titubean y vuelven cotidiana la lucha por la exigencia de justicia. Madres que exponen la inutilidad, la corrupción, la negligencia, hostilidad y la desgracia que representan las autoridades de “justicia”. Madres que memorizan expedientes, fechas, horas, nombres, cada uno de los detalles que representa la posibilidad de encontrar con vida a sus hijas, madres que investigan, que se juntan con otras, que acompañan, que revisan fotografías de partes de cuerpos, mientras tratan de descifrar lo que dicen los expertos en pruebas de ADN.

Nos obliga a mirar a los agresores, a desmenuzar sus lógicas, sus pactos y estrategias, para revelar lo que tanto repetimos en las concentraciones feministas “nos matan porque pueden”. Nos despoja del discurso que patologiza las conductas de los agresores, que reproducen discursos como “el asesino se trata de un psicópata, un enfermo o un loco”. Los de estas historias, también son jóvenes y adolescentes que se juntan en una esquina de la colonia “Los héroes de Tecamác” y estudian en la secundaria 214.

Nos interpela como sociedad, como activistas, como autoridades, como gente sensible a la violencia asentada en la triada colonialismo, capitalismo y patriarcado. Porque nos recuerda que hace falta más que compartir una foto que denuncia la desaparición de una mujer, hace falta más que documentar los casos o armar una manifestación, hace falta “acuerparnos” -en palabra de la feminista comunitaria Lorena Cabnal- como “la acción personal y colectiva de nuestros cuerpos indignados ante las injusticias que viven otros cuerpos. Que se auto convocan para proveerse de energía política para resistir y actuar contra las múltiples opresiones patriarcales, colonialistas, racista y capitalistas. El acuerpamiento que genera energías afectivas y espirituales y rompe las fronteras y el tiempo impuesto, que nos provee cercanía, indignación colectiva pero también revitalización y nuevas fuerzas, para recuperar la alegría sin perder la indignación”.

La fosa de agua es prudente para entender lo que hoy en día cuestiona la opinión pública ¿Por qué las jóvenes están tan enojadas, por qué las consignas revelan la tanta rabia, tanto dolor? Hoy que no atinan a comprender ¿por qué no dudan en derrumbar las puertas de cristal de la procuraduría capitalina?.

Les invito así, a adentrarse al camino propuesto por Lydiette Carrión para sumergirnos en la fosa de la incomprensión que rodea la desaparición y el feminicido. Una lectura obligatoria, ágil, clara y muy sentida, para quienes ni remotamente se han acercado al tema, para quienes ya lo saben, para quienes sospechan que hay algo más que vislumbrar.

Foto: Marlene Martínez

Algunos datos

En Puebla, datos del Observatorio de Violencia Social y de Género de la ciudad de Puebla (OVSG) publicados en 2018, con base en información oficial de la Fiscalía General del Estado y del Registro Nacional de Personas Extraviadas o Desaparecidas, revelan que las denuncias por desapariciones de mujeres jóvenes en Puebla han ido en aumento. De acuerdo a esta información, en 2010 ocurría una desaparición aproximadamente cada 60.8 días y en promedio ocurre una desaparición diaria. Además el 47% de mujeres desaparecidas son mayores de 18 años y el 51%, son menores de 18 años (OVSG, 2018).

El portal digital de noticias Lado B (2017), publicó información obtenida vía transparencia de la Fiscalía General del Estado de Puebla que contrastó con la del Registro Nacional de Personas Extraviadas o Desaparecidas, de esta forma identificó que en promedio casi 4 de cada 10 mujeres (39%) que desaparecen en Puebla tienen entre 14 y 17 años según el histórico de cifras que abarcan desde el año 2011 hasta junio de 2017. (Lado B, 2018).

La desaparición de mujeres se ha asociado a diversas causas, pero en el contexto de Puebla, cada vez más, se la relaciona con al menos tres circunstancias principales: la primera sugiere una conexión entre la desaparición de mujeres jóvenes y el fenómeno de la trata de mujeres con fines de explotación sexual, la segunda, establece una relación entre la desaparición de este grupo de mujeres y determinadas situaciones de violencia en el ámbito familiar y la tercera, vincula la desaparición de mujeres jóvenes con el delito de feminicidio. Sobre esto último, el OVSG, refiere que el 64% de los casos de probables feminicidios que registran a través del monitoreo a medios de comunicación, tenían reporte previo de desaparición (OVSG, 2015).

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