Lado B
Parir con parteras en la ciudad: bonito, bueno y barato
Quienes ejercen la partería profesional, se mueven entre prejuicios en medio de dos flancos: las parteras tradicionales y los médicos
Por Lado B @ladobemx
18 de junio, 2019
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Margena de la O | Amapola Periodismo Transgresor  

Chilpancingo

Carol nació un jueves a las 9:27 horas del pasado 14 de marzo, hace exactamente tres meses. En su nacimiento, su madre estuvo acompañada de su pareja, o sea su padre, y de su partera, su amiga Noemí, de la escuela universitaria.

Desde 16 horas antes, Carol le hizo saber a su madre que era el momento. Tres contracciones cada 10 minutos. La noche del lunes anterior la alertó, pero todavía faltaba para que naciera.

Durante todas esas horas, su madre caminó por la casa solitaria, hizo ejercicios sentada en una pelota grande o tomó baños con agua caliente. La casa donde nació Carol, en Tepecoacuilco, es la casa de sus abuelos, pero ese día estaba casi vacía para que su madre pariera tranquila, sin presiones ni intimidaciones. “No quise decir que ya estaba iniciando el trabajo de parto por no sentir presiones”, dice su madre después.

El momento de su nacimiento fue tan íntimo y tranquilo que tres meses después de que ocurrió su madre también confiesa con firmeza que sigue enamorada del parto, que desvincula del dolor: “Tenía las contracciones, sí tenía muchas sensaciones, pero menos de dolor”.

Carol nació en un entorno donde sólo estuvieron su madre, su padre y la partera.

Parir atendida por una partera no sólo fue bueno y bonito para Carolina y la bebé, también fue barato.

En Chilpancingo también existe esta opción para parir que empleó Carolina.

En la Unidad de Partería Alameda Chilpancingo, donde antes estaba el Hospital General, se puede traer a los hijos a este mundo; sin pagar un solo peso, si se cuenta con el Seguro Popular; o una cuota de recuperación voluntaria, si no se tiene este beneficio.

Noemí y Carolina son parteras profesionales en esta unidad.

Foto: Jesús Eduardo guerrero / José Luis de la Cruz

Parir sin violencia

Carolina y Noemí, son amigas, se conocieron en Guanajuato, en el Centro para Adolescentes de San Miguel de Allende (CASA), de donde se graduaron como parteras profesionales, y ahora son compañeras en la Unidad de Partería Alameda Chilpancingo.

Carolina es partera desde los 19 años, cuando ingresó a CASA a estudiar. Los cuatro años de estudios son de prácticas. De entonces hasta ahora ya pasaron 10 años. A sus 29 años ha atendido unos mil partos, incluido el de su hermana Maricarmen, a quien asistió en la misma casa en la que nació Carol.

En el contexto profesional en que se desenvuelve Carolina, muy parecido al de hospitales, donde hay personal uniformado, cuartos equipados y salas de espera, pero sin quirófanos, su edad es uno de los prejuicios a los que de manera recurrente se enfrenta. Casi nunca se salva de que la imaginen mayor. “La gente siempre espera que seas una persona adulta, ya con canas”, dice.

Carolina tiene un título de la carrera técnica de Partería, pero ni eso la despoja del desdén general que existe por el oficio en Guerrero, donde las autoridades de Salud admiten que podría reducir las estadísticas de mortalidad materna, un mal que mantiene a los primeros sitios al estado.

Una manera de medirlo son las pocas asistencias que da al mes en Chilpancingo, que entre su trabajo en la Unidad de Partería y las asistencias externas, son alrededor de cinco.

Este dato va en sincronía con el flujo de la misma Unidad, donde atienden si acaso unos tres partos diarios, de acuerdo con los cálculos del personal, aunque se planeó hasta para 15. Es decir, la demanda diaria en este espacio que la Secretaría de Salud inauguró en diciembre del 2017 es de apenas 20 por ciento.

El desdén por la partería en la ciudad es más evidente cuando se conocen los números de los partos que atienden en los hospitales del sector Salud. En el Hospital General Raymundo Alarcón Abarca, de acuerdo con las cifras que proporcionó el personal, llegan a atender por día hasta 10 partos, de éstos, unos tres por cesárea. En la ciudad también está el Hospital de la Madre y el Niño Guerrerense, abierto de manera exclusiva para la atención de mujeres en el embarazo y bebés al nacer.

“Hay gente que te busca porque ya tuvo un contacto antes con la partera, pero así previamente no. Regularmente son gente de una comunidad que ahora vive aquí, y hay gente que sí es porque vivió violencia (obstétrica), que está informada y que busca otras opciones”, cuenta la partera profesional.

Después atribuye la poca demanda en la partería a la falta de información. Esto lo descargó en las instituciones, pero también en las parejas que esperan un bebé, porque deberían mirar el proceso desde otras ópticas. “Si supieran dónde se meten o cuánto pagan porque las violenten, de verdad que no lo harían”, comenta sobre lo que enfrentan las mujeres en los hospitales atendidas por médicos.

Una cesárea puede costar hasta 27 mil pesos, de acuerdo con la cotización que se hizo en diferentes hospitales privados para documentar esta información.

A esto se suma el negocio en los partos, al que Carolina se refirió como la engañosa estrategia publicitaria sobre la ausencia del dolor en las cesáreas, que en automático coloca al parto natural en el otro extremo. “Luego veo anuncios en Internet como cesárea sin dolor, parto sin dolor y la gente no sabe todos los efectos secundarios de una anestesia y los efectos al bebé”, advierte. En el ambiente de la medicina nunca explican, según Carolina, la importancia de ese primer contacto de la madre con el hijo.

Si ella vive esto en la ciudad, reconoce que es más complicado en los pueblos, para las parteras tradicionales, de quien habla con respeto. “Para mí son unas maestras”. La razón es que, a su juicio, existe una mayor discriminación por la partería tradicional, sobre todo de la medicina.

Entonces recordó la anécdota que le contó su pareja, un enfermero en hospitales básicos comunitarios, a quien conoció cuando la asignaron área de partos respetados o humanizados del hospital básico de la Sierra de Guerrero.

Una mujer llegó a ese hospital en labor de parto y con las piernas vendadas. Tenía dos o tres días con contracciones. La acompañaba otra mujer, quien le hizo el vendaje. Era la partera. En ese momento la compresión en las piernas de la mujer a punto de parir, según Carolina, era vital porque el flujo sanguíneo debía concentrarse en el útero.

Supo que el personal médico que atendió a la mujer embarazada se quejó de que el parto se complicó por la falta de atención médica, con frases despectivas como el ‘ummm… se atendió con una partera’. “Si se regresaran tantito a ver ese espacio, ella la vendó, a lo mejor por instinto o por lo que haya sido, ella lo hizo y a lo mejor eso le salvó la vida a la mujer”, comenta.

Carolina confía en las parteras tradicionales, quienes le han compartido consejos  sobre el cierre de caderas y los tés que sugieren para la recuperación de sus pacientes. Pero piensa que las pateras profesionales no son bien vistas por las pateras tradicionales, porque “no te pueden dejar de ver como personal (médico)”.

Con todos estos prejuicios alrededor de la partería profesional, quienes la ejercen se mueven en medio de dos flancos: las parteras tradicionales y los médicos. De un lado no las miran como parteras y del otro tampoco como profesionales. “Siempre ha habido el choque con los médicos”, dice.

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*Foto de portada: Jesús Eduardo Guerrero / José Luis de la Cruz

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