Lado B
El Ángel: monumento, ícono, testigo
Permíteme presentar mi cuerpo, separado con violencia. Te hablo a ti, que me ves agrietada, irreconocible, en esta casa de los Condes Heras y Soto
Por Alonso Pérez Fragua @fraguando
06 de noviembre, 2018
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#MemoriaSísmica 

Alonso Pérez Fragua

@fraguando

Absurda es la materia que se desploma,

la penetrada de vacío, la hueca

No: la materia no se destruye,

la forma que le damos se pulveriza,

nuestras obras se hacen añicos

José Emilio Pacheco,

I. Las ruinas de México (Elegía del retorno)

Permíteme presentarme. O más bien dicho, presentar mi cuerpo, separado con violencia (esto pocos lo recuerdan) de mi cabeza. Todos hablan de 85, pero pocos de la noche del 28 de julio de 57, cuando 7.9 grados cambiaron mi fisonomía.

Te hablo a ti, que me ves agrietada, irreconocible, en esta casa de los Condes Heras y Soto; olvidado, rodeado de papeles, polvo y recuerdos, mi cuerpo en una bodega. A ti que celebras, gritas, lloras y cantas victoria a la menor provocación frente a quien crees que soy yo. Y no.

Altiva y orgulloso, desde las alturas o con la mejilla presionada por el pavimento, todo lo vi, todo lo viví: las 180 vidas segadas en el puerto de Acapulco y el tsunami que arrasó su zona costera, las casas derrumbadas en Chilpancingo; la Torre Latinoamericana, nueva, prístina, su rostro de vidrio sin mácula.

Las 2:42 de la mañana y todo sereno. La onda ya viajaba desde el epicentro en Acapulco. Un minuto después, el edificio Corcuera, en Reforma y Avenida de la República, sentiría el embate. Su fachada intacta, ¡pero que eso no te engañe!, por dentro, inhabitable. La gente dormida ahí, lo mismo que en el edificio de departamentos de Álvaro Obregón y Frontera, en la colonia Roma, cuya endeble estructura sucumbió, sepultando a una decena de familias.

Antes y después, Morfeo pululaba por doquier: la pequeña en la calle de Pánuco no sintió nada. Al despertar a la mañana siguiente, sus papás le contaron cómo, en medio de la sacudida, su papá se abrió paso entre tumbos hasta su habitación, donde ella, imperturbable, seguía dormida.

El sueño se prolongó eternamente para algunos y algunas en esta ciudad, 700, afirman. Los y las que sobrevivieron, aquí y más allá de nuestras fronteras, se enterarán de mi caída por las noticias. Mi cuerpo lacerado será primera plana. Conmovidos, los habitantes del Multifamiliar Juárez conocerán mi infortunio en medio del propio, en sus campamentos improvisados. Otros más, privados de electricidad, usan sus radios a galena, con sus cilindros recubiertos de alambre galvanizado y sus manijas con las que buscan indicios de vida en la Amplitud Modulada.

La fuerza de la tierra no respeta a nadie, ricos o pobres: cuatro millones de pesos en el suelo en la esquina de Insurgentes y Coahuila, dice la radio sobre el edificio que pertenecía a Cantinflas. Dañados el Cine Colonial, el Ópera, el Gloria, el Goya, el Majestic, el Cervantes -de cuya negra y palaciega ubicación no quiero acordarme-: vacíos, sin cinéfilos cuando las ondas arribaron. ¡Gracias a Dios y a la Virgen de Guadalupe que protegen a México y a su gente!

La mejilla partida en pedazos, las grietas deformando mi frente, mi mano derecha despojada de la corona de laureles, veo y escucho todo, aún a la distancia: en la refinería de Azcapotzalco, la decena de ingenieros de un lado a otro, en medio de un ruido ensordecedor, dando órdenes a los obreros del turno de la noche, ¡apresúrense, a los tableros de control, a cerrar esas válvulas manualmente!, ¡paren las calderas!, ¡atención a los gasificadores, a los calentadores! Las torres de destilación altísimas, a tope, danzando al compás de la Tierra y al ritmo de las tuberías repletas de gas, kerosina, gasolina. Ya el equipo de bomberos levanta las cortinas de vapor alrededor de cada planta, ya el movimiento cesa: una hora y esperar para revisar daños y arrancar dos horas más tarde; escribir reportes, pasar la estafeta a los relevos a las 7 de la mañana, quitarse los cascos y las orejeras y, ahora sí, enterarse de lo que pasó afuera, de regreso en la ciudad.

Don Adolfo Ruiz Cortínez encabeza las labores de reconstrucción y ordena que la columna que he dejado vacía sea ocupada de nuevo; que la esperanza que represento se sienta una vez más: pese a los primeros informes alarmistas, el 98 por ciento de la ciudad está incólume y su espíritu de recuperación, intacto, afirma la voz que viaja a través de las ondas hertzianas. La naturaleza desnuda a los improvisados de la arquitectura y encumbra, por otra parte, a los buenos arquitectos; insensibles a siglos y temblores, nuestros monumentos coloniales están intactos; la vida normal se restablece inquieta y agitada, continuaba. Comienza a olvidarse el terremoto: ¡México es capaz de superarlo todo, con la serena austeridad de su fe!

Y luego, solo escucho: Detén el tiempo en tus manos, haz de esta noche perpetua, para que nunca se vaya de mí, para que nunca amanezca. Reloj no marques las horas, porque voy a enloquecer…

No hay resquicios. No hay cortes. No hay separaciones.

La noche es la mejor representación de la infinitud del universo.

Nos hace creer que nada tiene principio y nada, fin.

Sobre todo si (como sucede esta noche) no hay estrellas.

Aparecen las primeras luces y la separación se inicia

Carlos Fuentes, La voluntad y la fortuna.

[quote_center]Memoria sísmica es un proyecto periodístico de Alonso Pérez Fragua para LADO B que se publica cada miércoles desde el 5 de septiembre de 2018. Busca materiales adicionales en Instagram y Twitter con el HT #MemoriaSísmica. Encuentra también la lista de canciones alusiva a esta crónica en Spotify en esta liga [/quote_center]

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Autor Lado B
Alonso Pérez Fragua
Alonso Pérez Fragua es periodista, gestor cultural y eterno aprendiz de las cosas del arte y del mundo. Actualmente realiza estudios de maestría en Estudios Culturales por la Universidad Paul Valéry, de Montpellier; su tesis tiene a Netflix y a las tecnologías digitales como objetos de estudio. En México cursó una maestría en Comunicación y Medios Digitales, y una especialidad en Políticas Públicas y Gestión Cultural. Melómano, bibliógafo, cinéfilo, maratonista de series, wikipedista y un poco neurótico. Lo encuentras en Twitter e Instagram como @fraguando.
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