Lado B
Cada quien su ramadán
Es ramadán y Othman no ayuna. De niño, en el patio de la escuela, sus compañeros, convertidos en la policía ramadanezca, hacían revisiones de lengua al azar para comprobar que ninguna boca hubiera ingerido alimento.
Por Alonso Pérez Fragua @fraguando
08 de junio, 2018
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Alonso Pérez Fragua

@fraguando

#MiRamadanLaico #MiVidaEnMarruecos

 

15 ramadán 1439 A. H. (31 de mayo de 2018 d.C.

[dropcap]E[/dropcap]s ramadán y Othman no ayuna. De niño, en el patio de la escuela, sus compañeros, convertidos en la policía ramadanezca, hacían revisiones de lengua al azar para comprobar que ninguna boca hubiera ingerido alimento. A los 13 años, meses más, meses menos, la pubertad y la presión social lo obligaron a ayunar por vez primera para seguir este pilar del islam. Hoy, con 30 años y el respeto que le confieren una brillante carrera en los negocios y sus estudios universitarios en una de las mejores instituciones de Francia, Othman come con discreción barras de cereales en su oficina, alejado de la mirada y el olfato de sus compañeros de trabajo.

Othman es marroquí y, por lo tanto, musulmán. Musulmán como toda persona nacida en suelo marroquí y de padres marroquíes. Musulmán que cree en Alá, sí, pero que vive su fe de una forma personal, sin seguir los preceptos del islam al pie de la letra. Musulmán con una práctica religiosa particular, menos ortodoxa, que representa una minoría en Marruecos. Musulmán de una minoría francófona y acomodada, dice.

A sus hijos de 6 y 8 años les ha dicho que es importante que respeten las creencias del país, porque, al final, es su cultura, pero ya vendrá el momento, cuando sean mayores, de que decidan qué es lo correcto. Esto lo hace por no importunar a su esposa, una mujer de cabello rubio y piel blanca que es musulmana practicante.   

Othman no ayuna, pero no se pierde el iftar, la práctica cultural del ramadán que más disfruta. Come en su casa antes de la ruptura del ayuno si no hay nadie ajeno a la familia. Si recibe visitas guarda las apariencias, sobre todo para no incomodar a su esposa, dice en un inglés casi perfecto. Cada vez que comparte un detalle que devela sus creencias religiosas o políticas, la lengua de Shakespeare reaparece en sus labios.  

No es solo la presión social la que hace que sea discreto en actos y palabras. Es un número. El artículo del código penal marroquí identificado con el 222 indica que “cualquiera cuya pertenencia a la religión musulmana sea conocida y que, sin razón permitida por esta religión, rompa de forma evidente el ayuno en un lugar público durante el mes de ramadán, se hará acreedor a una pena de cárcel de uno a seis meses y a una multa de 12 a 120 dirhams”.

“¿Grabaste esta charla? ¿No? Ok, gracias. Porque dije que cosas que… El país se está abriendo, cierto, pero sigue habiendo temas de los que la gente no habla públicamente. Cuando en FB surge un grupo que trata de cosas que se topan con las costumbres, salen los jóvenes conservadores más radicales y hacen que aquellos que hablan libremente se metan de nuevo en su caparazón”. La conversación ha terminado. Se levanta de la mesa del Starbucks para alcanzar a su esposa e hijos, y continuar su jornada de compras en Morocco Mall, rincón de Occidente en Casablanca.

“Un país musulmán moderno debería dejar a sus ciudadanos vivir cómo lo desean”, escribe por correo días después. “Ah, y por favor, nada de mencionar mi nombre”.

*

Es ramadán y cocinas sin parar. Tu nombre es Janat y saliste de Berrechide a los 16 años para casarte con Hassan, tu primo de 34. Lo conociste el día de la boda. Terminaste la secundaria y eso fue todo. A los 18 años tuviste a tu primera hija, hoy de 10. El niño llegó 4 años más tarde. Dos de tus tres hermanos varones viven contigo durante la semana, en tu departamento de Casablanca. Ellos asisten a la universidad y el año siguiente tu hermana hará lo mismo. El tener a tus hermanos es conveniente para todos. Ellos tienen casa y comida, y tú tienes la presencia de dos figuras masculinas mientras tu esposo está fuera, trabajando con la marina mercante marroquí. Lo ves poco, cada cuatro o cinco meses.

Vives al lado de una mezquita, aunque no vas mucho. Rezas como corresponde, claro está, pero en casa. Tus días se resumen a limpiar, cocinar, ayudar a tus hijos con las tareas, y dormir; duermes mucho. Cuando sales te pones siempre velo y chilaba, pero si recibes una visita masculina, no te importa que te vea el cabello. Cuando tu hija te dijo hace algunos meses que quería usar velo, te opusiste. Tampoco la obligas a rezar.

Como buena ama de casa marroquí, mantienes tu hogar impecable. Tus dos refrigeradores están siempre llenos. Ramadán no cambia mucho las cosas para ti, salvo que cocinas aún más, sobre todo cuando recibes visitas para el iftar: harira, ensalada, pescado empanizado, panecillos rellenos de pollo, de carne de res, de verduras; huevos duros, jugo de naranja, té de menta y chebakia. Ramadán no cambia mucho las cosas para ti: cuando tus hermanos e hijos se levantan de la mesa, nunca escuchas un gracias, shukrán, que salga de su boca. Tampoco te ayudan a limpiar la mesa.

*

Es ramadán y Dounia y Hind y Maya lo viven de formas diferentes. Alternan francés y árabe en sus trabajos y en sus casas. Su interpretación del Corán varía, pero todas sienten el amor de Alá fluir por sus venas. Cuando el doctor les receta un medicamento, pero que, a pesar de éste, pueden seguir con el ayuno, ellas deciden que no. No es falta de fervor, sino la creencia, ¡no!, la seguridad de que Alá no busca que fuercen sus cuerpos si están enfermas; Él solo quiere lo mejor para ellas y para todos. A pesar de lo que indica la tradición, no reponen estos de días de falta de ayuno, como tampoco lo hacen cuando están menstruando.

Ellas toman alcohol ocasionalmente. Un par de semanas antes de ramadán empiezan a desintoxicarse: no más vino, ni café ni té. Uno, dos, tres cigarros es lo último que sus labios tocan antes de la llamada del fajr y lo primero durante el iftar. Días antes de este mes santo sus mentes también se preparan, se ponen en “modo zen” y empiezan a valorar sus acciones y pensamientos de los meses anteriores.

Empezaron a hacer ramadán en la pubertad, con la primera regla. Luego de varios años de ver a sus familias ayunar, fue su turno y, finalmente, sintieron que eran parte de algo más grande que ellas. O quizá empezaron a hacer ramadán a los 28 años, una vez casadas y a instancias de sus esposos, practicantes devotos, quienes les dijeron que tenían dos opciones, unirse a ellos en el ayuno y oración, o buscarse dónde vivir durante un mes. En cualquier caso, viven ramadán como un momento especial, 29 o 30 días de limpieza espiritual y física pues, ya se sabe, la ciencia lo ha dicho, el ayuno es bueno para el cuerpo; ayuno intermitente le dicen ahora.

Tradición familiar y nacional. Convicción personal. Fe. Para ellas, ramadán no es simplemente la ausencia de agua y alimentos del amanecer al ocaso; es mucho más que eso. Es hacer la oración de ‘isha, cuando la noche lo cubre todo y las puertas del Paraíso se abren. Es leer y escuchar el Corán. Es el iftar en familia, suegros, cuñados, primos, sobrinos. Es la caridad, la solidaridad.

Es Laylat al-Qadr, la Noche del Destino, del 26 al 27 ramadán, el momento en que el próximo año de sus vidas se define. Es la sensación espiritual intensa, la atmósfera mística particular que todas ellas sienten. Es el estar más cerca de dios. Son sus vidas abriéndose a experiencias nuevas y distintas.

*

Es la mitad de ramadán y sigo dudando. Luego de mi crisis del fin de semana pasado, mi ayuno continúa. Tengo días buenos y otros malos. Días en que mi estómago rompe el silencio con una sinfonía a las 5 de la tarde, y días en que no tomo agua y ni cuenta me doy. Sé ahora que puedo privarme de alimento sin muchos problemas y que cada vez que mis labios tocan un dátil al romper el ayuno, mis ojos se sienten obligados a cerrarse y mi corazón a agradecer que el sol se haya ocultado.

Sé también que cuando me pregunten si es bueno ayunar, responderé que “la restricción calórica ayuda a sanar diversas enfermedades y reduce el estrés oxidante que provoca daños a la salud”, pero que de nada sirve si no se lleva una dieta general saludable. Responderé que a la falta de agua no le encuentro sentido, que el ayuno intermitente incluye la ingesta de agua o incluso de jugos y no implica alteración en el ciclo de sueño. Sé también que “la constipación es una de las quejas más comunes reportadas durante el curso de ramadán”, producto de esa misma modificación en los tiempos de sueño, pero que mi metabolismo ha sabido adaptarse y hasta ahora no he tenido problemas en esa área.

El registro de los primeros días sobre mis malos pensamientos se reducía a un par de mentadas de madre reprimidas contra algún automovilista poco cuidadoso, es decir, casi todos. Dos semanas después, mi mano ya no registra nada, pero mi mente y mi boca ya no reprimen tanto; se han dejado ir. Sobre todo, con Marjorie, los primeros días estuvieron llenos de paz ramadanezca. Hoy, mis respuestas y actitudes son igual a las de antes de empezar este proyecto. En pocas palabras, ramadán no está sirviendo de mucho para ser un mejor esposo. Me ataca una duda: ¿mi mal humor y desazón son solo producto de mi falta de alimento o es que el cambio solo no llega? Habrá que concentrarse más en el manual de comunicación no violenta de Rosenberg.

No todo es pesadumbre. Cada iftar que hacemos, agradecemos el encuentro de gente tan amable y calurosa, de que nuestra hija aprenda el valor de la solidaridad, de la posibilidad de salir de nuestra burbuja, de acercarnos a nuestros vecinos a pesar de la barrera del lenguaje. Y es ahí, en romper el ayuno al lado de mis prójimos musulmanes, que le encuentro un sentido al privarme de alimento durante 16 horas. El Corán dice que el ayuno ayuda a acercarse a Alá y a la experiencia de los pobres. Yo digo que mi ayuno sirve para acércame a la experiencia de los que me rodean, ricos o pobres, pero hambrientos igual que yo. Yo digo que es mi forma de superar mi miedo a este entorno que me es ajeno, de poder decir con sinceridad, yo lo hago también, todavía no sé bien qué saldrá de esto, pero por el momento te digo, yo también.

Y pues eso, que ahora falta poner mi ramadán laico al servicio de mi familia.

Luz y Sombra. Cisterna portuguesa, El Jadida. Patrimonio de la Humanidad. Foto: Alonso Pérez Fragua


Busca las crónicas de este proyecto lunes, miércoles y viernes en LADO B hasta finales de junio de 2018. Además, acércate a los materiales adicionales en Twitter e Instagram con los #MiRamadanLaico #MiVidaEnMarruecos

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Autor Lado B
Alonso Pérez Fragua
Alonso Pérez Fragua es periodista, gestor cultural y eterno aprendiz de las cosas del arte y del mundo. Actualmente realiza estudios de maestría en Estudios Culturales por la Universidad Paul Valéry, de Montpellier; su tesis tiene a Netflix y a las tecnologías digitales como objetos de estudio. En México cursó una maestría en Comunicación y Medios Digitales, y una especialidad en Políticas Públicas y Gestión Cultural. Melómano, bibliógafo, cinéfilo, maratonista de series, wikipedista y un poco neurótico. Lo encuentras en Twitter e Instagram como @fraguando.
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