Las migraciones, entre otras causas, son producto de la brecha entre el campo y la ciudad. Y según lo vivió Myrna en San Hipólito, en Puebla esa brecha es profunda.
Los migrantes poblanos han visto pasar a decenas de gobernadores que no escatiman en halagos a los migrantes, como al indígena heroico de los libros de texto, y con la otra mano desprecian a la tierra y a la comunidad de origen.
Y no solo los gobiernos. Lo mismo pasa entre la sociedad de la ciudad y el campo. Quienes crecimos en la Ciudad de Puebla, sabemos que es una sociedad profundamente clasista y segregada, donde una aparente mayoría usa la tradición católica y la doble moral para castigar al pobre, al migrante en tránsito, al joven, al indígena, al subversivo y a la “loca”; mientras perdona al cura pederasra, al político corrupto, al marido violento y al empresario abusivo.
En Puebla, el movimiento por la construcción de ciudadanía en la capital se reduce a pequeños espacios y momentos de crítica y cuestionamiento, que rápido se ven puestos en su lugar por el fantasma del Gobierno que persigue y desaparece y por los intereses que silencian a la opinión pública.
Lo sé porque soy parte de una generación que desde muchos años denunció los abusos y acosos sexuales al interior de grupos juveniles católicos como el llamado Éxodo, donde gente como “Paco” Barcala nos acosaba a mí y a otros; la venta de la Universidad Autónoma de Puebla para convertirla en una sistema privado de formación técnica que le dio la espalda a su vocación crítica; la falta de espacios culturales; el florecimiento y corrupción del PRD a manos de Miguel Barbosa; los cientos de fraudes en las elecciones y la corrupción en los programas de Gobierno. Y nunca pasó nada.
La migración es un indicador del estado de los derechos en una sociedad. Y para dignificar la migración y en general la vida en Puebla es urgente construir condiciones de diálogo de todos los que nos sentimos preocupados e indignados. Es necesario construir plataformas ciudadanas de colaboración y denuncia, que sumen a los migrantes, a los campesinos, a los indígenas, a los estudiantes y a los profesionistas, no bajo una estructura partidista ni de organización de sociedad civil. Una estructura abierta de discusión y articulación.
Y aquí la historia de Myrna, que frente a las condiciones de marginación en su municipio tuvo que migrar y al volver se encontró una Puebla peor, se quedó atrapada entre dos tierras y esto fue lo que pasó.
Postdata que se pregunta por qué a los migrantes les están pidiendo la credencial de elector para acceder a los programas de gobierno que ofrece Mi casa es Puebla en Nueva York.