Lado B
Pambelé: dos rounds
Una nueva edición ampliada de El oro y la oscuridad, perfil que narra el ascenso y la caída de Antonio Cervantes "Kid Pambelé"
Por Lado B @ladobemx
19 de agosto, 2015
Comparte
kid

Con Tabaquito Sáenz, su entrenador en Caracas.

Alberto Salcedo Ramos | El Malpensante

@malpensante

1er Round

Le digo entonces, a propósito, que muchas de las anécdotas suyas me las ha contado Mendoza Carrasquilla. Por ejemplo, la de la “boa constrictora”. Pambelé se ríe, mueve la cabeza hacia los lados como si estuviera negando algo.

–¡El doctor sí es malo! –exclama–. ¿Te contó esa vaina?

El cuento es así: el 28 de abril de 1978, en vísperas de la pelea contra Tongta Kiatvayupak en Tailandia, Pambelé estaba asustado debido a que, por primera vez en su carrera, presentaba sobrepeso. Su reacción inicial cuando la balanza marcó quinientos gramos de más fue decir que debía tratarse de un error. Él, como les constaba a quienes lo conocían, era un welter junior natural. Aunque consumiera el almuerzo más grande media hora antes del pesaje, se mantenía en los límites de la categoría. Sin embargo, la tozuda realidad parecía empeñada en contradecirlo: al subir por segunda ocasión a la báscula el resultado volvió a ser adverso. En ese momento le entró la suspicacia. Con seguridad querían arrebatarle con trampas la corona que jamás le quitarían limpiamente en el ring. Fidel Mendoza Carrasquilla le concedió la razón, pero le dijo que en patio ajeno jamás ganarían esa batalla jurídica. Lo mejor –le advirtió– era bajar de peso en las seis horas que faltaban para comenzar el combate. Así que a comer papaya, a tomar bastante agua, a visitar el baño cuantas veces fuera necesario y a caminar. Eso sí: le recomendó que antes de retirarse a su habitación a eliminar los quinientos gramos que le sobraban, se pesara de nuevo, ahora sin el pantaloncillo.

–Así quedamos debiendo menos, Toño –le explicó–, porque ese pantaloncillo tuyo quizás pesa como ciento cincuenta gramos.

Pambelé, dueño de un gran sentido del pudor, le dirigió una mirada a medio camino entre el espanto y la reprobación.

–¡Ni se le ocurra, docto!

Justo entonces sucedió algo que le hizo cambiar de idea. El rival, que también estaba excedido en el peso, se quitó el calzoncillo y subió a la báscula. Mendoza Carrasquilla supo que la situación era oportuna para sacar su caña de pescar y aventurarse en aquel río revuelto. Al primer golpe de vista consideró que el tailandés parecía un eunuco, y decidió manifestárselo a Pambelé en el acto. Para hacerse entender, claro, tradujo su observación a la jerga maliciosa del Caribe.

–Lo que es la vida, Toño: tú con vergüenza de encuerarte y el tailandés mostrando sin pena esa cosita tan chiquita.
Pambelé miró de reojo, sonrió. Entonces le habló al oído a Mendoza Carrasquilla.

–¡Mierda, docto, ese pobre chino no tiene picha sino verruga!

Cuando le llegó el turno de subir desnudo a la báscula lució sereno. En cuestión de segundos la terraza del Hotel Sheraton de Bangkok, donde se llevaba a cabo la ceremonia del pesaje, se transformó en un pandemónium. Los curiosos que se habían arrimado cuchicheaban, sonreían. Quien miraba con mayor descaro era una viejita de lentes gruesos. Mendoza Carrasquilla contenía la risotada porque no quería abochornar a Pambelé. Pero Pambelé, de todos modos, sufrió un nuevo ataque de pudor y se tapó el sexo con las dos manos. Minutos más tarde, ya en su habitación, le dijo a Mendoza Carrasquilla que no entendía el porqué de tanto revuelo.

–Lo que pasa es que ellos nunca habían visto una boa constrictora –le respondió Mendoza Carrasquilla.

[quote_right]Pambelé se encogió de hombros. Enseguida, mientras cortaba en rodajas una papaya madura, lanzó su conclusión sobre el episodio que acababa de protagonizar…[/quote_right]

Pambelé se encogió de hombros. Enseguida, mientras cortaba en rodajas una papaya madura, lanzó su conclusión sobre el episodio que acababa de protagonizar:

–No joda, docto, ¡y eso que me la vieron muerta!

2do Round

La verdad –le digo a Tony– es que en las dos ocasiones en que su padre perdió el cinturón de campeón estaba muy mal preparado. Ya para 1976, cuando peleó contra el puertorriqueño Wilfredo Benítez, se había enviciado con la cocaína. Sus manejadores lo sabían pero se negaban a admitirlo para evitar que el negocio se les arruinara. Así que en vez de internar a Pambelé en una clínica donde pudiera curarse de la adicción, prefirieron encubrirle los desatinos. Y siguieron encubriéndoselos aún después de que cayera por decisión dividida ante Benítez. Claro, la prioridad en ese momento era llevarlo a reconquistar la corona. Había que darse mañas para retenerlo en el gimnasio aunque se ejercitara con desgano. Para motivarlo a correr de madrugada y golpear el saco de arena como en los viejos tiempos, apelaron al truco de punzarle el ego. Le decían que para ellos él era el mejor, pero que quién sabía si los que escribieran la historia después irían a pensar lo mismo. Tenía que fajarse, pues, para demostrarlo en el ring. La táctica dio resultado: tras la derrota con Benítez, Pambelé se volvió una tromba: noqueó en el primer round tanto a Javier Ayala como a Beau Jaynes, liquidó en el segundo a Ariel Maciel, y luego venció por decisión a Saoul Mamby y a Adriano Marrero. De ese modo obtuvo, en mayo de 1977, el derecho a disputar otra vez el título, que se encontraba vacante debido a la renuncia de Wilfredo Benítez. Entonces derrotó al argentino Carlos María Giménez en el sexto asalto y recuperó su lugar en el Olimpo del boxeo. Eche, ¿cómo así que los ratones hacían la fiesta y él, que era el gato de la película, el patrón que los obligaba a pisar despacito y con la cabeza gacha, quedaba por fuera? Ese no es el destino que se merece un inmortal, mi brother. Siéntate aquí, champion, siéntate aquí. No joda, champion, tú sí pegas durísimo. Por mi madre que tú eres la verga de Cristo. Un campeón mundial más grande que tú no nace, y si nace no se cría, y si se cría no llega a viejo.

Tony considera que su padre se pervirtió, en gran medida, por tantos encomios que recibía a su paso. Los aplausos –agrega con el rostro sombrío– siempre lo han sacado de sus cabales. Le respondo que, según mi investigación, a finales de los años setenta Pambelé daba vueltas en redondo encima de un carrusel pernicioso. Como era el campeón mundial, recibía muchos cumplidos; como recibía muchos cumplidos, quería seguir siendo el campeón mundial, y como era el campeón mundial y recibía muchos cumplidos, bebía. Al mediodía, en el gimnasio, era el apacible doctor Jekyll: hacía ejercicios abdominales, guanteaba con su sparring. Por la noche, después de haber ingerido la pócima siniestra, adquiría los hábitos licenciosos de míster Hyde: se soltaba los botones de la camisa, esnifaba cocaína, buscaba camorra en los bares, amanecía con la amante de turno. Para entonces era apenas una sombra de sí mismo, un remedo de aquel campeón imbatible que en 1973 fue escogido por la AMB como el mejor boxeador del mundo en todas las categorías. Sin embargo, así reinaba a sus anchas.

Ejercicios, guanteo, golpes, nocauts, trasnochos, madrugones, desgaste. No hay cuerpo que aguante semejante trajín, Tony. Al comenzar 1980 tu papá estaba sentido. Y, para rematar, seguía tirado al desastre. Su apoderado no se lo soportaba más. Se había convertido en lo que Cus D’Amato, el entrenador que descubrió a Mike Tyson, llamaba “un-caso-que-dejó-de-valer-la-pena”, es decir, un boxeador que por haberse tuteado tanto con los placeres ya no estaba dispuesto a hacerse matar en el ring. Una noche, en Venezuela, la policía le encontró en el baúl del carro un revólver sin salvoconducto y un paquete de cocaína. Para evitar que cayera preso, Ramiro Machado lo obligó a viajar inmediatamente a Colombia. Ahí sí ni te cuento, Tony, imagínate tú: sus manejadores en Caracas y él en Barranquilla haciendo de las suyas. Un día reñía en una discoteca y al día siguiente armaba escándalo en un prostíbulo. Mientras él se desentendía del gimnasio por andar pendiente de la francachela, su próximo rival, Aaron Pryor, entrenaba con una disciplina feroz. El periodista Fabio Poveda Márquez, quien lo visitó en su campamento, contó impresionado que Pryor tenía en las cuatro paredes de su camerino fotos de Pambelé a las cuales les había pintado en el rostro, con marcador, grandes cruces de color negro.

–¡Pryor en su natal Cincinnati fantaseando con descabezar a Pambelé, y Pambelé en Barranquilla cayéndose de la borrachera!

[quote_box_left]Extracto del texto originalmente publicado en El Malpensante. Click aquí para seguir leyendo. [/quote_box_left]

Comparte
Autor Lado B
Lado B
Información, noticias, investigación y profundidad, acá no somos columnistas, somos periodistas. Contamos la otra parte de la historia. Contáctanos : info@ladobe.com.mx
Suscripcion