Lado B
El detective privado que no porta armas de fuego
Erick Baena Crespo
Por Lado B @ladobemx
28 de mayo, 2015
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50 años en el oficio le dan la autoridad suficiente para asegurar que el trabajo del detective privado, el real, está lejos del que muestran las películas, y lo dice a pesar de que algunas de sus historias parecen sacadas de la pluma de Paco Ignacio Taibo II.

Erick Baena Crespo

La tarde es cálida y el cielo está despejado. El sol se impacta en el parabrisas de un automóvil con matrícula americana. Eduardo Muriel, detective privado, al volante, conduce por debajo de los 40 kilómetros por hora sobre un camino de terracería, ubicado en la delegación Xochimilco. A su paso se encuentra con perros famélicos renqueando a orillas del camino.

Hace 3 meses, una niña de 4 años fue secuestrada en los alrededores. Los padres de la pequeña acudieron a su despacho, desesperados, pidiéndole que localizara a su hija. No tenían cómo pagarle, así que le ofrecieron terrenos y otras propiedades. Muriel los tranquilizó, les pidió algunos datos y les dijo que, por el momento, no se preocuparan por sus honorarios.

La investigación del caso lo trajo hasta aquí, a este páramo desolado, en donde, ahora, se ha perdido. Voltea de un lado a otro, busca algún letrero, o algo similar, cualquier cosa, que lo oriente. Mientras tanto se deja guiar por las marcas de neumáticos impresas sobre las costras de polvo. Mira el espejo retrovisor y se percata que una camioneta lo sigue. Enciende las luces direccionales. Pero la camioneta no lo rebasa. Muriel acelera; la camioneta también. Muriel frena; la camioneta también.

––Y ora, ¿a este qué le pasa? –suelta Muriel en voz alta.

“The objects in the mirror are closer than they appear”, lee en el espejo retrovisor derecho. Y en estos momentos esa leyenda, más que una advertencia, le parece una amenaza.

Muriel saca una torreta, la coloca sobre el toldo y la enciende: la luz roja se estrella contra el parabrisas de la camioneta, que empieza a acelerar. Muriel frena, detiene su coche, se orilla y se queda quieto con las manos sobre el volante. La camioneta pasa a su lado, primero despacio, luego a gran velocidad, dejando tras de sí una estela de polvo.

Muriel saca su libreta y logra apuntar el número de placas. La camioneta se pierde en el horizonte. El detective Muriel respira tranquilo. No sabe exactamente en dónde se encuentra, pero intuye, algo se lo dice -quizá su olfato detectivesco- que tiene una pista frente a sus narices.

***

El telescopio Carson, la lámpara de bolsillo, el par de walkie-talkie, el reloj plateado y una lámpara de bolsillo reposan sobre una caja fuerte como si fuesen piezas de un ficticio Museo de la Investigación Criminal. La caja fuerte enmarca el escritorio frente al que está sentado Eduardo Muriel Melero, doctor en Criminalística, quien desde hace 50 años es detective privado. A sus 81 años todavía está en activo, sobre todo en los casos más difíciles de resolver. Es un hombre alto, robusto, de cabeza calva y mirada penetrante. Viste una chamarra color caqui y un pantalón gris verdoso. Estamos en el centro de operaciones de Detectives e Investigadores Privados Muriel, ubicado frente al Parque España, en la colonia Condesa.

En las pared de madera cuelgan los diplomas y reconocimientos que ha obtenido a lo largo de 50 años en el oficio, 37 patentes y tres libros.

Hace medio siglo, cuenta, la investigación privada no contaba con las herramientas de las que dispone en la actualidad

“Se hacía con las uñas. Como no existía el ADN, la única pista que se tenía estaba en el tipo de sangre. Se cruzaban los datos del tipo de sangre para, al menos, eliminar a grupos de sospechosos. La tecnología ha avanzado a pasos agigantados”, dice.

En la actualidad se usan micro cámaras, GPS instalados en los automóviles, micrófonos ocultos, aparatos para intervenir teléfonos y, algunos investigadores, se valen de pruebas de dactiloscopia y grafología.

En la página de internet de Detectives Muriel se puede consultar el catálogo de sus servicios, que incluye investigaciones conyugales, personales y familiares; empresariales, comerciales e industriales; laborales; de delitos, agresiones, amenazas; servicios de inteligencia, y asesoramiento y evaluación de seguridad.

La infidelidad representa cerca del 80 por ciento de los casos que llegan a su despacho. El resto se divide entre desapariciones, robos y homicidios.

“El pan nuestro de cada día son las situaciones conyugales. Y también son frecuentes los casos en los que padres investigan a sus propios hijos, o viceversa”, confiesa.

En asuntos más delicados, como los casos de homicidio, el Dr. Muriel les solicita a sus clientes que den aviso a la autoridad correspondiente. Si es así, y la autoridad tiene conocimiento, su despacho actúa como coadyuvante.

––¿Qué se necesita para ser un detective privado?

Ahorita cualquiera puede ser detective privado, pues no hay regulación. Lo que yo le pido a mis agentes es diferente. Preferentemente debe de tener estudios universitarios, aunque me importa más que tengan conocimientos en química, física y leyes. Además debe de tener un sentido de la ética y el profesionalismo, a pesar de que algunos colegas tuyos creen que no lo tenemos.

––¿Por qué dice eso? ¿Qué le han dicho?

En una ocasión un periodista trató de vacilarme en radio. La traían contra la investigación privada. Me preguntó: ‘¿Por qué se mete en la vida ajena de las personas?’ En primer lugar, le dije, nosotros actuamos a solicitud de la parte interesada. Un matrimonio es un contrato entre dos personas que tienen que obedecer ciertas reglas. Si alguna de las reglas es violada, alguno de los dos tiene derecho a investigar al otro. No hay problema ético en ello. Además nosotros no somos charlatanes.

La aflautada voz del Dr. Muriel va subiendo de registro, arquea su espalda sobre el asiento y sus manos, con manchas de la edad, se alzan en el aire y caen sobre el escritorio como si fuese un juez dando su veredicto.

Y agrega: “No soy un pendejo. Sé lo que hago.”

Tacho esa pregunta de mi libreta.

***

El Dr. Eduardo Muriel nació en la Ciudad de México en 1933, año en que Dashiel Hammett, creador del detective Sam Spade, terminó el manuscrito de su novela El Hombre Delgado, que la editorial Knopf publicó en enero de 1934.

Era un niño inquieto que le decía a su madre sentirse un robot repitiendo las tablas de multiplicar. La curiosidad lo rebasaba y se desesperaba cuando, en alguna materia, no se avanzaba rápido. Por eso, sus padres, cuando él cursaba el quinto año de primaria, lo inscribieron en un colegio militar.

Más tarde se inscribió a la carrera de leyes, pero no la terminó. Después entró a trabajar a la Policía Federal de Caminos. Luego se fue a trabajar a la frontera, a Ciudad Juárez.

Mientras el Dr. Muriel vivía a caballo entre El Paso, Ciudad Juárez y la Ciudad de México, Enrique F. Gual publica su primera novela policiaca ambientada en México, titulada Asesinado en la plaza.

En Ciudad Juárez, el Dr. Muriel se desempeñó como asesor del gobierno municipal. Más tarde haría lo propio en el gobierno estatal. Llego a ser, incluso, asesor del director de la policía de tránsito. Allá redactó el primer Reglamento de Transito de dicha ciudad.

Entre 1950 Y 1960, el Dr. Muriel tomó cursos en la DEA y el FBI. Y recibió capacitaciones en criminología en ciudades como Los Ángeles, Madrid, Londres. En esa misma década, Patricia Highsmith salta a la fama con su primera novela Extraños en un tren, que Alfred Hitchcock adaptaría al cine.

Posteriormente, el Dr. Muriel se hizo cargo del despacho el jurídico de la ANCA (Asociación Nacional de Comerciantes en Automóviles). Empezó a rastrear vehículos robados, para lo cual tuvo que entrenar personal. El Palacio de Hierro y, después, Liverpool, les solicitaron localizar a sus deudores. El siguiente paso fue atender asuntos de personas físicas o morales, sobre todo, casos de demandas.

En 1962 abrió el primer despacho de investigación privada del país, años antes de que se publicara la novela El Complot Mongol de Rafael Bernal. En 1967 solicita a Teléfonos de México que abra en la Sección Amarilla el renglón de investigadores privados.

Así se inicia su carrera como detective privado.

***El 13 de octubre de 1948 se publicó en el Diario Oficial de la Federación el Reglamento para los Investigadores, Detectives y Policías Privados o Pertenecientes a Organismos de Servicio Público descentralizado o Concesionado que reconocía la existencia de “instituciones, bufetes, despachos, uniones de detectives, etcétera… que fuera del control del Estado, ejercen funciones investigadoras de delitos que corresponden exclusivamente al ministerio público y a la policía judicial, prestándose esta anarquía a fraudes y engaños.”

En aquel entonces, los investigadores privados, para obtener la autorización y registro, estaban obligados a dar a conocer su nombre o razón social, lema, clase de servicios que prestaban al público, ubicación del despacho y los nombres completos de los agentes o investigadores, con direcciones y teléfonos incluidos.

Asimismo tenían que presentar la autorización original del Departamento del Distrito Federal (DDF) –o del Gobierno Estatal correspondiente-, una copia de la credencial con la que se identificaría a cada uno de sus miembros y una bitácora de registro de labores en la cual se detallara cada uno de los trabajos encomendados.

En 1985 el entonces presidente Miguel de la Madrid derogó del bando de policía del Departamento del Distrito Federal (DDF) dicho reglamento.

“Con esa decisión, los detectives privados nos quedamos al garete”, afirma el Dr. Muriel, quien a raíz de eso solicitó una entrevista con el Presidente, la cual le fue negada.

Para ese entonces, personas que habían trabajado con el Dr. Muriel abrieron sus propios despachos.

“Se reunieron conmigo, todos los que nos dedicábamos a eso, como una especie de junta de gremio, y a partir de ahí buscamos la comunicación con los órganos oficiales”, cuenta.

La Oficina de la Presidencia los remitió con el Lic. Ignacio Morales Lechuga.

“A él le propusimos profesionalizar la carrera. Así nació la licenciatura en Criminología. La primera surgió en Nuevo León; la segunda, en Ciudad Juárez y, después, brotó por todo el país”.

El Dr. Muriel, junto a un equipo de profesionales, diseñaron un plan de estudios, en el que conjugaron todos los conocimientos en el campo, no sólo en el aspecto de la investigación delictiva, sino también en los aspectos científicos.

Esas negociaciones derivaron, también, en la creación del Colegio Nacional de Criminología, que fue fundado en 1985 “con el objeto de regular la actividad pericial, investigativa y criminológica, tanto oficial como privada, mantener actualizada la especialidad y protegida a la sociedad de engañosos especialistas anónimos”.

A pesar de dichos avances, actualmente, la actividad de los detectives privados no encuentra un sustento en la ley, aunque tampoco está prohibida.

En México no existe una ley o reglamento que regula la actividad de los detectives privados. Ni la Ley Federal del Trabajo ni las leyes en materia de Seguridad Pública, Civil y Mercantil regulan la actividad de los investigadores privados. No figuran, ni siquiera, en el Reglamento para los Trabajadores no Asalariados del Distrito Federal.

A sus 81 años, el Dr. Muriel acaba de redactar una carta dirigida a la PROFECO en la que denuncia “los anuncios tendenciosos y faltos de ética, y honestidad, que son publicados por internet y faltos a la verdad, dado que, en la mayoría de los casos, proporcionan datos falsos, lo que, indudablemente, les permite defraudar sin posibilidad de que pueda intervenir alguna autoridad en defensa de los intereses de los solicitantes del servicio”.

Ante la falta de regulación, Muriel advierte sobre la proliferación de charlatanes y aconseja a quien busque los servicios de un detective que se cerciore que la empresa tenga un domicilio fijo y un responsable físicamente identificable.

En este tema, como si fuese uno de sus casos, no está dispuesto a dar su brazo a torcer.

***El Dr. Muriel afirma que la figura del detective privado que retrata la literatura, el cine y la televisión no coincide con la realidad, a pesar de que algunos episodios de su vida parezcan surgidos de la pluma de Paco Ignacio Taibo II.

En una ocasión, cuenta, le pidieron investigar a un hombre que estaba en la cárcel acusado de tráfico de drogas. Pero la investigación no estaba relacionada con un crimen ni con la actividad delictiva del hombre en cuestión… sino ¡con una infidelidad! La esposa del traficante tenía sospechas fundadas.

El Dr. Muriel aceptó el encargo y, después de un par de meses, entregó las pruebas a la esposa y comprobó la infidelidad. El hombre ordenó a un par de sicarios que asesinaran al Dr. Muriel.

Pero el azar intervino. Y una casualidad le salvó la vida. El abogado de ese traficante, una especie de Saul Goodman, el famoso abogado de la serie Breaking Bad, era vecino del Dr. Muriel, así que, al enterarse de los planes de su cliente mafioso, intercedió por él.

Para él, su trabajo, su oficio, es seguir las pistas, olfatearlas, sin detenerse, sin pensar en las consecuencias, como quien se adentra en un laberinto y suelta la cuerda de salvación, misma que lo llevaría de regreso.

A pesar de ese tipo de amenazas y poner en peligro su vida, el Dr. Muriel no porta armas de fuego.

«Si uno está armado, le van a responder armado. Así que prefiero no portarlas”, dice. Y agrega: “Una cosa lleva a otra. Me apasiona tanto mi trabajo que no me detengo, aun si estoy poniendo en peligro mi vida”.

***Sentado en su escritorio, el Dr. Muriel repasa el caso de la niña secuestrada en Xochimilco. Frente a él tiene una pila de documentos, pero ninguna pista.

Como si estuviese en un trabado juego de ajedrez mueve las fichas del tablero, titubea, no decide su próximo movimiento.

Algo huele mal. Algo no le cuadra.

“¿Quién se la habrá llevado?”, se pregunta una y otra vez.

Reconstruye la escena:

Una niña de 4 años juega con su hermano, de 7, a las afueras de una escuela primaria, ubicada a orillas de una carretera. Un automóvil se acerca a los niños, el copiloto baja la ventanilla y le pregunta al hermano mayor:

––¿Dónde están tus papás?

El niño le responde que en su casa.

––Oye, niño, pues córrele y llámale, que nos urge hablar con él ––le dice el mismo hombre.

El niño corre rumbo a su casa. Minutos después regresa junto a su padre al mismo lugar, pero su hermana ha desaparecido.

En sus declaraciones ante la policía, el niño había dicho que un auto se había llevado a su hermana. En la última charla que tuvo con él, el detective Muriel se dio cuenta que el pequeño había recibido demasiada presión.

Muriel recurre entonces a un método poco ortodoxo: la hipnosis.

Le llama a los padres por teléfono y les pide que lleven al niño a su despacho. Al día siguiente, los padres llegan a su oficina. El detective Muriel se sienta a un lado del pequeño. Y le dice a los padres:

––Necesito que me dejen a solas con él.

Los padres, sorprendidos, con un dejo de desconfianza, aceptan. Y salen del despacho. El niño se echa a llorar. El detective Muriel lo tranquiliza. Le pide que se siente en la silla de su escritorio y ahí lo hipnotiza.

En ese trance, el niño le hace una revelación sobre el vehículo que se llevó a su hermana. El Dr. Muriel le pregunta: ¿De qué color es? ¿Cómo son los hombres que la manejan?

El testimonio del niño coloca la última pieza del rompecabezas. A su hermana no se la llevó un auto, sino una camioneta que traía -así lo identifica- una cruz en la puerta.

“¡Los tenemos!”, piensa el detective Muriel.

El niño identifica a los sospechosos como dos hombres, de mediana edad, uno de cabello rizado y el otro de pelo lacio.

El detective Muriel recuerda el encuentro que tuvo con la camioneta cuando se lanzó a peinar el terreno. Busca en su libreta y ahí está: el número de placas del vehículo apuntado con una caligrafía apretada. Es la misma camioneta, pues recuerda que tenía el sello de un hospital impreso en la puerta. Algo se lo dice -quizá su olfato detectivesco- que tiene a los sospechosos en la palma de su mano. Lo sabe: el caso está resuelto.

Jaque mate.

EPÍLOGO

Después de la revelaciones que hizo el niño, el detective Muriel compartió con los padres las pistas que tenía. Los habitantes del pueblo montaron una vigilancia y la camioneta fue acechada: la siguieron hasta encontrar el lugar en donde posiblemente tenían a la niña.

Los hombres de la camioneta, días después, al sentirse acosados, entregaron a la niña en la delegación Xochimilco. Lo hicieron a través de una señora que vendía chicles afuera de la delegación, quien la entregó a las autoridades.

Al enterarse, el detective Muriel le llamó a Miguel Nazar Haro, el entonces Director de Seguridad Pública capitalina. Muriel le contó todos los pormenores del caso.

Y le dijo que tenía las sospechas de que no se trataba de un caso aislado, sino de una banda criminal que, probablemente, se dedicaba a secuestrar niños y venderlos en la frontera; o, peor aún, al tráfico de órganos. El caso quedó en manos de la policía capitalina, quien montó un operativo y desmanteló a una banda de secuestradores de niños que utilizaba un dispensario como fachada.

La red criminal extendía sus tentáculos hasta Reynosa y Matamoros, en donde sus cómplices fueron capturados.

Años después, los padres de la niña, invitaron al detective Muriel a la fiesta de XV años. El detective no asistió. Y, ahora, a más de veinte años de lo ocurrido, y sin contacto con ellos, prefiere imaginar que aquella niña es una mujer casada que tiene hijos y vive una vida tranquila. Como detective privado, dice, esa es su única recompensa.

FIN

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Autor Lado B
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