Lado B
Pasión por bailar
El ballet folklórico de la BUAP cumple 30 años de la mano de su director, el maestro Cristóbal Ramírez. Tres décadas de formar bailarines profesionales para recordarle al público lo que hace único a México
Por Mely Arellano @melyarel
26 de septiembre, 2014
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El ballet folklórico de la BUAP cumple 30 años de la mano de su director, el maestro Cristóbal Ramírez. Tres décadas de formar bailarines profesionales para recordarle al público lo que hace único a México

Mely Arellano Ayala

@melyarel

Ay qué bonito es volar, a las dos de la mañana, a las dos de la mañana, ay qué bonito es volar, ay mamá…

Con los primeros acordes del arpa y la guitarra se escuchan el clamor y los aplausos. Emoción en ciernes. En un nostálgico fondo azul se proyectan imágenes de Veracruz mientras seis mujeres aparecen en el escenario portando sus majestuosos vestidos blancos, cuyos faldones mecen a uno y otro lado, como olas del mar en una tranquila noche de verano.

Suena el son de “La Bruja” y hace coro el zapateado de las mujeres, que se mueven suave y giran como abanicos al compás de la música. Ellas sonríen. Presumen sus labios rojo pitahaya. Altivas, bailan sin miedo con una veladora encendida sobre la cabeza, adornada en trenza y llena de flores.

Me agarra la bruja, me lleva a su casa, me vuelve maceta y una calabaza, me agarra la bruja, me lleva al cerrito, me vuelve maceta y un calabacito…

En los rostros del público cae un reflejo azulino, tenue. Su mirada sigue los movimientos de las bailarinas. Hay quienes sin darse cuenta tamborilean los dedos o, aun sentados, marcan el ritmo con los pies. Se percibe cierta placidez general, como cuando se recuerda algo entrañable o cuando se mira el atardecer.

***

Han anunciado ya la 2ª llamada. Detrás el escenario hay prisas aunque algunas muchachas, ya listas, se concentran en practicar los pasos, quizás más para relajarse que por necesidad. Difícil creer que puedan olvidar algo que ensayan durante 4 horas diarias.

Cada quien se apropia de un lugar, un rincón, un sitio específico donde acomodar sus diferentes vestuarios para correr a cambiarse entre pieza y pieza.

La voz del maestro Cristóbal Ramírez silencia el barullo. Se asegura que no falte nadie, presiona a quienes van a bailar primero, pregunta si ya calentaron y da dos o tres recomendaciones. Su voz es fuerte y firme. No hay nervios ni habría por qué, lleva 30 años dirigiendo el ballet folklórico de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP), ésta es una presentación más y sólo les pide lo que les pide siempre: entrega y pasión.

Entre 30 y 35 jóvenes forman parte del primer grupo del ballet, aunque hay alrededor de 70 en formación y el proyecto de crear una segunda compañía para darse abasto con el número de funciones e invitaciones que reciben.

Justo el próximo 7 de diciembre se cumplen tres décadas de la primera presentación del ballet folklórico en el Auditorio de la Reforma con el espectáculo “Estampas nacionales”. Después fueron creando diversos trabajos como “Ritual a Quetzalcóatl”, “Divertimento Poblano”, “Mexicanerías” –en estos dos últimos se involucraron los dramaturgos Víctor Puebla y Marko Castillo, ambos fallecidos en el 2007- y “Tradiciones de México”, entre los más conocidos.

El maestro Cristóbal habla con orgullo del ballet, enumera de memoria los países que ha visitado, de Macedonia y Bélgica a Perú y Estados Unidos, presume los 56 festivales internacionales en los que ha participado y explica detenidamente las cuatro líneas básicas sobre las que trabajan: espectáculos tradicionales, de reconstrucción histórica o etnohistórica, los didácticos y los que son para espacios, como dar vida al Fuerte de Loreto.

Es un hombre sencillo, exigente y estudioso a quien visitan sus ex alumnos, incluso ya con hijos, y quien sabe que a la danza hay que tomársela en serio, profesionalmente, con respeto, y lo mismo desde el punto de vista histórico que contemporáneo.

Cristóbal Ramírez baila desde los 13 años. Aunque siempre fue su pasión, su familia lo presionó para que estudiara algo que consideraban más útil, como contaduría pública. Lo hizo y no se arrepiente. En su carrera como director del ballet ha tenido que emplear herramientas contables para la gestión y la administración del grupo: sabiduría paterna.

–De las cosas que más agradezco en la vida es mi familia, porque ha sido invaluable apoyo en todo lo que hecho –dice sonriendo el hombre que tiene una Maestría en Historia, otra en Estética y Arte, ahora mismo estudia un Doctorado en Estudios Mexicanos y, por puro gusto, hizo la licenciatura en danza en el Instituto de Educación Superior de Artes Macuilxóchitl de Puebla.

Y, aunque no lo parece, gracias a su hija Cristina, ya es abuelo de Ximena y Santiago, mientras que con su pareja actual, la bailarina Ytalú Villarreal, tiene dos hijos. Por cierto, fue con ella con quien bailó una de las últimas veces que lo hizo en un escenario: en Springfield, Illinois (EU), en el 2004, durante el Festival Internacional de Folklor.

Al oírse la 3ª llamada el ballet está en posición. El telón se abre, el espectáculo inicia. El maestro Cristóbal se aleja, en los siguientes minutos nadie lo necesita: todo lo que deben saber, ya se los ha enseñado.

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A Bernabé Iván Balbuena Campos se le hace un nudo en el estómago cuando está a punto de salir al escenario. Le ha pasado durante los 12 años que lleva formando parte del ballet. Tiene 29 años, es licenciado en Enfermería y para él, la danza es como su novia: le exige ser fiel y lo absorbe mucho tiempo; pero a cambio le da la mayor felicidad.

–Desde chiquito ha sido mi pasión, era mi primera opción de carrera pero soy de Izúcar y allá como que no había ese tipo de carreras y en un pueblo no está bien visto que un hombre baile danza, entonces hasta que pude venirme a estudiar acá la universidad conocí el ballet de la BUAP, en una presentación que tenían en el zócalo, iba pasando y tuve la suerte de verlos, me gustó mucho su trabajo, pedí informes y desde entonces estoy aquí.

Ni obstáculos, ni prejuicios lo han detenido, mucho menos enfermedades o problemas domésticos. Y es que cuando baila y escucha los aplausos del público se le olvida todo, y siente una tranquilidad imposible de explicar.

Para María José Castilla, estudiante de Ingeniería Industrial, bailar se siente como subirse a una montaña rusa. Tiene 20 años y dos en el ballet de la BUAP, cuyos integrantes se han convertido en su familia

–Han sido muy padres los dos años, experiencias muy increíbles, conoces a mucha gente, salimos mucho, convivimos con otras personas, me emociona presentarme frente a un público.

Mariana Cerqueda dice que nunca dejará de bailar y hay que creerle, sobre todo después de haber cursado la licenciatura en Psicología y hasta su maestría sin haberlo hecho. Tiene 27 años y lleva 10 en el ballet, aunque la danza le gusta desde siempre.

–Realmente bailo desde muy pequeña porque lo disfruto muchísimo. Es una emoción distinta, no sabría explicarlo, es como si realmente fueras otra persona en el escenario, ponerte la ropa, sentirte parte de algo y tratar de transmitir lo que estás sintiendo, concentrarte en la música, en tus pies, en las manos, en sonreír y decirle a la gente “miren soy feliz, estoy bailando con un florero en la cabeza y soy feliz, en este momento soy bailarina y voy a bailar”.

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El recorrido está por terminar. A través de las danzas típicas regionales, el público viajó del sur al norte de México, llevados de la mano por un par de personajes muy bien trazados, con diálogos inteligentes y creativos.

A las paradas en Veracruz y Puebla les llovieron los aplausos. “La danza de los viejitos”, de Michoacán, fue muy celebrada y hasta divertida.

Durante más o menos una hora y media el público que llenó el Teatro del Complejo Cultural Universitario vivió otro país, uno lejano de la violencia y la corrupción, uno donde reina la música, la alegría y los bailes, uno lleno de color y de fiesta, de grandeza y diversidad.

Ahí, en la oscuridad de la sala, las personas se olvidaron del México que duele, que decepciona, que cansa, que consume. Y, al menos por esos minutos, más que psicóloga, enfermero, ingeniera o contador, eran bailarines recordándole a la gente lo que son y a donde pertenecen.

Al final el violín y la trompeta anuncian los primeros acordes de “El Jarabe Tapatío”. Y con la música aparecen los charros y las chinas poblanas. Ellos en sus elegantes trajes negros, bordados de plata. Ellas con sus faldas adornadas con chaquira y lentejuela, y sus trenzas floreadas. Las parejas zapatean llevando el ritmo, se miran y, cumpliendo con el ritual, se coquetean.

El baile ha terminado. Los últimos aplausos suenan. El teatro comienza a vaciarse. Tras bambalinas se van quitando el vestuario, como desprendiéndose de su segunda piel, esta vez hay menos ruido: es el cansancio y la satisfacción, es la certeza de saberse exitosos, es la calma que llega con la felicidad, es la dicha de la pasión por la danza.

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Autor Lado B
Mely Arellano
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