Lado B
La mujer que alimenta 80 coches por turno
Una crónica de Diana Sandoval
Por Lado B @ladobemx
27 de febrero, 2014
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En la “oficina” respiran octano, propano, butano, etanol, aluminio, platino, etileno, toluenos, xilenos…  Igual que si trabajaran en una industria química donde se fabrican bombas y materiales radioactivos. Su salario es de 550 pesos semanales. 

 

Diana Sandoval*

Corina y otras dos mujeres despachan en una gasolinera del periférico de la ciudad. Con un oficio que hasta hace unos años era sólo para hombres recibe 550 pesos semanales, hasta 300 diarios de propinas y una dosis química mortal para su cuerpo.

Sus manos son muy negras, ásperas y arrugadas. Están cubiertas por una extraña combinación de grasa y sudor. Se parecen a las manos de un albañil o de un mecánico. En contraste con sus manos, su rostro está bien perfilado: las pestañas con rímel, largas, largas; son ojos de una modelo, y sus labios son rojos y brillantes. En este relato se llama Corina y es trabajadora en una gasolinera.

Junto con otras dos mujeres trabaja en una esquina del Periférico, que no es posible revelar para no engrosar las filas de desempleo. Diario Estefanía, Berenice y Corina despachan a unos 80 vehículos cada una.

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Foto: artículosiete.com

En la “oficina” respiran octano, propano, butano, etanol, aluminio, platino, etileno, toluenos, xilenos…  Igual que si trabajaran en una industria química donde se fabrican bombas y materiales radioactivos. Su salario es de 550 pesos semanales.

Por la mañana Corina, Estefanía y Berenice visten una especie de traje de bombero verde con botas de cazar, tan pesadas como las que lleva un carnicero. Usan el cabello agarrado y una cachucha. Son la Rosa Salvaje ochentera.

En la noche podrían ser reinas de belleza con los tacones altos, con el cabello planchado, las uñas postizas, los vestidos cortos o largos, las arracadas del tamaño de un balón.

Se jactan de que jamás salen a una fiesta sin maquillaje o sin resaltar sus ojos tapatíos: pestañas postizas, lentes de contacto verdes o azules, delineador, cejas perfiladas, chapetas de muñeca, polvo iluminador, labios de revista.

***

Esta noche falta un minuto para las diez, pero no habrá fiesta. Las muchachas se montan en el traje de bombero. Les tocó cubrir el turno. No alcanzaron a vender los aditivos automotrices que las libran del castigo.

El castigo es “el turno maldito de las diez de la noche a las seis de la mañana”, dice una de ellas.  Si hubieran vendido un frasco de aceite, anticongelante o lubricante lo habrían librado.

La verdad es que ni durante el día ni en la noche pueden dejar desatendida la bomba de gasolina ni un segundo: “Llegan clientes y quién los atiende. Gajes del oficio”, suspira Corina.

Viene un carro. Se estaciona. Corina corre. El cliente pide servicio completo. Corina le lava el vidrio. “A cuánto los niveles de las llantas, amigo”. 28, responde el amigo. Corina checa el aceite y el agua. “¿Verde o roja?, amigo”. Verde, pide el amigo, 200 por favor. Pide factura. Se va. “No siempre dejan propina. Depende cómo los trates: tienes que ser amable con ellos” dice Corina.

Esta vez el amigo pagó con tarjeta.

Más tarde llega una mujer y ordena: “¡No! Tú no me atiendas. No sabes. Prefiero a un hombre”, vocifera la automovilista, traidora del género propio. “Al  cliente lo que pida. No podemos discutir: si lo hacemos salimos perdiendo. Ellos siempre tienen la razón”, dice Corina. Querrá decir ellas.

Corina no discute. Tiene dos años trabajando en la gasolinera y no quiere perder su empleo, aunque nunca esperó trabajar ahí.

Es madre de un niño de nueve años, que está en la primaria. “Un día le preguntaron a mi hijo, en qué trabaja tu mamá. Les dijo: en una gasolinera y no me da vergüenza”.

Corina tiene una sonrisa como la del gato de Alicia. Nadie le quita que su hijo se sienta orgulloso de ella. “¿Sabes cuántos vidrios tengo que lavar para ganarme diez pesos al día?”, le recuerda a veces a su hijo; “así él puede valorar lo que tiene y lo que come”.

En cambio a la madre de Corina no le gusta ni que se mencione que su hija es una despachadora: “Eso es  para hombres. Si tienes la prepa, ¿qué haces trabajando ahí?”, reclama la mujer.

Son más de las diez en esta “oficina” al aire libre y con el aire perfumado a petróleo. “¡Mamacitas!”, se escucha un grito desde la calle. El trío de despachadoras no voltea para conocer al autor. “Ya estamos tan acostumbradas. Te vuelves uno de ellos. Ya ni lo sientes como una ofensa”, explican las muchachas.

En la madrugada Corina, Estefanía y Berenice se cambian y regresan a sus casas a descansar, tras una jornada larga con la dosis respectiva de octanos, propanos, butanos, etanoles, aluminios circulando por el cuerpo.

La mañana siguiente Corina ha logrado venderle un frasco de aceite a “un muchacho guapo”, dice a carcajadas. No se sabe si se ríe por el guapo o porque tiene un producto anotado en su bitácora. Por ahora se salvó del “turno maldito”, cuando suceden más asaltos.

Del turno maldito nadie se libra y eso que las bitácoras de venta de las mujeres están llenas, en comparación con las de los hombres. Casi siempre ellas terminan vendiendo más que los diez colegas juntos que ahí trabajan.

***

Dan las diez de la mañana. El supervisor de la gasolinera se pasea de bomba en bomba, rellenando los estantes con botes de aceites, anticongelantes y líquidos para darle más potencia a los motores.

—Ya tengo hambre, déjame ir a desayunar—, le suplica Corina a su jefe.

No seas desesperada. ¿Que no ves que estoy ocupado?—, frunce el ceño el supervisor y se marcha.

Casi una hora después, ni Corina ni nadie ha podido desayunar. Por fin se escucha, “¡Corina, ándale, te toca!”. Ella sale corriendo como un leopardo que ha visto a su presa y no la dejará ir.

Se echa unos tacos de canasta y una coca light. Calmada, regresa a trabajar. El día la espera con automóviles, automóviles, y más automóviles.

Al final de este día Corina tendrá 300 pesos de propinas.

Mañana volverá a su traje verde de bombera, a su coleta de Rosa Salvaje, a su cantaleta de verde o roja, de cuál le pongo. A su dosis nuclear y, quizá, al turno maldito, en una ciudad donde el automovilista es el rey.Lado B. Periodismo 3.0

articulosiete

*Diana Sandoval acaba de egresar de la carrera de periodismo en la UDG/Ocotlán. Este texto fue publicado en enero de 2014 en el sitio articulosiete.com.

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