Lado B
DR. EMMETT BROWN
Un cuento de Juan Ignacio Sapia
Por Lado B @ladobemx
20 de febrero, 2014
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Juan Ignacio Sapia

 

Si el incesto que protagonizan Marty Mcfly y su madre en Volver al Futuro I se hubiera concretado, el mundo hubiera desaparecido.
El incesto barrería, según tengo entendido, con toda la existencia tal como la conocemos.

En las leyes de los viajes al futuro, cualquier cambio, por pequeño que sea, produce consecuencias desastrosas en el futuro. Imaginen si alguien concibe un hijo con su propia madre. Pero no en tiempo presente, sino que regresa en el tiempo. El Doctor Emmett Brown muestra su verdadera cara: en lugar de ese científico filántropo, distraído y bonachón que aparenta ser, es en realidad un anarquista universal, un destructor metafísico. Quizá el ataque de los terroristas árabes haya sido en realidad una puesta en escena, para encubrir sus verdaderas intenciones: un acto incestuoso que acabe con esta realidad; un acto anárquico-metafísico, que barriera con todo orden de la realidad, que destruye el mundo.

Todo sale perfecto. La pretérita madre se rinde a los pies de su hijo, maravillada. Doc había calculado bien: la veneración de una madre por su hijo se mantenía, pero distorsionada por efecto del tiempo. El momento llega. Madre e hijo se encuentran. Queda una última barrera, la moral. La sensualidad materna la convierte en nada. Los escrúpulos libidinales desaparecen.

Mc Fly se entrega. El Doc, complacido, asiste a su victoria.

Pero los impulsos se ven súbitamente refrenados. ¿Qué fuerza sobrenatural se impone entre Marty y su madre? El clima se rompe. La ocasión desaparece. Un malestar arcaico, antiguo como el hombre mismo, abandona su condición de invisible, de presencia inobservable, y se hace realidad palpable.

Doc observa, incrédulo. Su plan, el de acabar con el mundo incestuosamente, se ve frustrado.

Su condición de anarquista ateo tambalea. Su condición de enemigo mortal de la humanidad, de misántropo, también. Su plan maestro, ese al que había dedicado su vida, es el que le demuestra, inapelablemente, su equivocación.

Años después, el Doc llega a dos conclusiones diferentes sobre el motivo que llevó a la destrucción de su plan: el primero es la existencia de un Dios, un Orden sobrenatural. Llevó al ser humano, en su plan macabro, al límite del libre albedrío: una acción que es no acción, que no existe. Su plan, al oponerse a este Orden, era impracticable. Tiembla el Doc, en su fanatismo ateo, al arribar a esta primera conclusión: posee la evidencia de la existencia de Dios. Por eso, se inclina por la otra opción, más psicológica esta: la presencia de estructuras milenarias, que nacieron con el hombre y desaparecerán con él. En su intento de forzar la desaparición del hombre, de la entera realidad, no contó con el mismo factor humano. Quizá, con su plan, hizo temblar los cimientos de la psicología universal, pero no los puedo derribar, debido a que utilizaba como herramientas a mecanismos propios de la humanidad. La realidad se asienta en diversas cualidades humanas. Al borrar estas cualidades, la existencia hubiera desaparecido. Pero la misma consideración de lo real hace de estas cualidades verdades inextinguibles. Al llegar a esta conclusión, casi como una epifanía, se da cuenta de lo peor. Las dos opciones que postulaba como causas del fracaso de su plan, son en realidad la misma. Las cualidades que determinan lo real son en sí mismas Ordenes sobrenaturales.

Es demasiado para el alma, en el fondo sensible, del Doc.

Recuerda veladas anarquistas, en las que sus compañeros se burlaban de su plan. El los despreciaba, consideraba insulsas sus prácticas, sus métodos. Se consideraba a sí mismo el primer anarquista científico, metafísico. Pero entiende que su plan falla en la medida que utiliza a los mismos seres humanos como medio, como herramientas de su plan anárquico.

Y entiende que sus compañeros tenían razón. Sus métodos, despojados de cualquier  factor humano, eran más útiles que el suyo. Pero más insignificantes. Toma conciencia de que la eficacia de los actos anárquicos es proporcional a su insignificancia. Cuanto más mínimo es un acto de desorden, más eficaz es.

Sin fuerzas, se entrega a la bebida. Una noche, borracho, prende fuego el Delorean, que le recuerda inevitablemente su equivocación. Conoce un cura. Asiste a misa regularmente. Deja la bebida.

 

Juan Ignacio Sapia (Argentina, 1991) es estudiante de Comunicación Audiovisual y escribe mucho menos de lo que quisiera. Cultor resignado de ese elefante en vías de extinción llamado literatura. Colabora en  SuplementodeLibros.com y alguna que otra revista de cultura y cine.

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Autor Lado B
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