Lado B
Chacarera del exilio
 
Por Lado B @ladobemx
14 de febrero, 2014
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Emilio Gomagú

 

“No has de olvidar, hijo mío,
jamás has de olvidarte:
vas en busca de la sangre,
fortalecido como el gavilán
            que todo lo mira
y cuyo vuelo nadie alcanza”

Poema quechua del tawantinsuju.

Salir de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires es reencontrarse en Argentina y reconocerse dentro de Latinoamérica, en lo general. En lo particular, por el contrario, es darse cuenta que, como el perro que furioso ha roto sus cadenas pero lleva atado al cuello un trozo de ella, el hombre, aunque ya no lo quiera, arrastra consigo las ciudades.

Llegamos a San Salvador de Jujuy cuando el sol se dejaba caer implacable sobre nosotros. Gracias a unas nubes perdidas, el calor no nos fundía con el cemento. En Jujuy, la Italia morfológica de Argentina y una de las fronteras con Bolivia, comenzó el recorrido que, años atrás, pensaba hacer por Latinoamérica y hoy se ha reducido a Sudamérica. Uno nunca sabe para qué o por qué viaja, pero algo de picazón siente en el alma que lo lanza a los caminos y entonces no queda más que dibujar las razones que lo han tirado a la ruta (con el ala rota). Ahora intento desmenuzar lo que imaginé del viaje y hoy, sentado a lomo de un cerro, no veo ni brumosamente.

Frente a mi, un hombre camina la montaña. Lleva su mano abrazada a otra mano. Sus pies descansan firmes sobre la tierra roja del camino Los Colorados, en Purmamarca. El paisaje desentierra alegrías de un pasado vivido pero nunca atravesado. Los cerros y montañas, como bestias en descanso, nos miran a nosotros que los miramos azorados. Aquel hombre levanta su brazo izquierdo y con la mano sostiene un celular gris. Lleva la mirada perdida en la pequeña pantalla. A nuestro alrededor, una acuarela se desvanece con la caída del sol.

Foto: Emilio Gomagú

Foto: Malena Vazquez

¿Qué hacer con las imágenes que almacenamos, qué con las ciudades visitadas y después arrastradas con nuestros pasos? Viajar es también destruir ciudades, construir nuevas y finalmente perderlas ambas. Lo mismo pasa con lo que uno piensa de sí mismo y sus mañas, sus fuerzas y deseos. Los pretextos que uno se inventa se van diluyendo en el camino.

América Lachina

Intento deshuesar la contradicción de la riqueza de éste suelo, de ésta nación inconclusa, con la pobreza de su gente y con la explotación comercial de esa pobreza.

El cielo descansa sobre las montañas, acariciando con sus nubes las faldas de los cerros. Los siete colores del cerro más famoso del pueblo se camuflan con la serranía de los catorce colores de El Hornocal, en Humahuaca. En el camino, bajo el sol inclemente, una señora de edad imposible saber está sentada sobre la tierra. De un cordel tiene atada una llama bebé, tirada a su lado. Sobre sus piernas hay un tejido interrumpido hace más de dos horas –quizá más de dos días o meses o años–. Algunos turistas se detienen a sacar la fotografía. Nada de esto la incomoda, sólo pide a cambio una colaboración.

Cuando la miseria –generada por un sistema que todos alimentamos– es exhibida como mercancía de consumo, la línea que divide lo teatral de la realidad hace bruma en su frontera. “Todo esto es parte del horror, y me mancha el viaje y la vida y el aire. Pero, por supuesto, no soy morboso al cuete y sé vivir y mirar, de modo que la maravilla también me llega a sus horas.”

No han pasado ni tres días de (éste) viaje y el tejido latinoamericano comienza a mostrar la hilacha. Algunos de los lugares más hermosos de nuestra tierra son paraísos de otros, negados a quienes los trabajan y viven. Muchos de estos lugares sobreviven haciendo hasta lo imposible por ser eso que eran pero dejaron de ser hace tiempo, y en ese huequito se acuesta a dormir una incomodidad perceptible pero intraducible.

Foto: Emilio Gomagú

Foto: Malena Vazquez

Hay algo que se siente pero no se sabe. “¡¿Va a comprar algo o no?!”, me pregunta el encargado de la panadería de la esquina, mirándome desde el mostrador. Es tempranito a la mañana y buscaba algo para desayunar pero quedé inmóvil mirando una voz que grita desde una pequeña radio negra y polvosa. Por los agujeritos del parlante, las noticias internacionales hablan de un México en el que el gobierno federal ha comenzado la batalla que le faltaba contra su pueblo. El noticiero aúlla que el presidente ha enviando al ejercito a enfrentar a las autodefensas de los pueblos que, hartos de la ignorancia en la que han sido sumidos por esos mismos gobernantes, se han levantado para impedir que se perpetúen los abusos en su contra.

“Hay golpes en la vida, tan fuertes… ¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma… ¡Yo no sé!

Son pocos; pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros Atilas;
o los heraldos negros que nos manda la Muerte.”

Con más peso sobre la espalda encaramos nuevos caminos que se angostan. Víboras de tierra atraviesan los cerros. El olvido nos condena, pero la memoria, que aún depende de nosotros, es nuestra ventana al cielo, la oportunidad de reconstruir nuestra Nación Interrumpida.

Es que somos tan similares en tantas cosas que es difícil no sentirse por momentos en un lugar en todos los lugares. Es imposible desconectarse de todo porque uno siente que está cerquita, que está ahí (allá) mismo e intenta aprehenderlo todo, pero las fotos, como las primicias noticiosas, son efímeras.

Pareciera que la transmisión a lo largo del tiempo y a lo ancho del territorio ha sido la tradición oral. A veces uno se sabe parte de un todo más amplio, de una tradición (traducción) distinta de la misma cosa, y transforma tristeza y desazón en una alegría duradera. Viajar es ver descocerse los retazos que lo forman a uno, pero la vida también entrega las agujas para zurcirse. En la plaza central del pueblo, una pareja de jujeños canta algunas coplas tradicionales entre las que se escucha una versión sudamericana de La Chancla, al ritmo del bombo:

“Me quisiste me olvidaste, y me volviste a querer.
Me quisiste me olvidaste, y me volviste a querer.
Zapato que yo desuso, no me lo vuelvo a poner.
Zapato que yo desuso, no me lo vuelvo a poner.”

Porque unas palabras o un pedazo de canción son capaces de llevarte a cualquier lugar, uno más a salvo de la infamia. Algunas veces te llevan incluso hasta la infancia, hasta el terruño lejano y fantaseado; una infancia distinta a la de otros, como la de Eric y Celeste, hermanos de ocho y cinco años que nos cruzamos después en Piedras Blancas, Humahuaca.

Se acercaron y hablamos un rato. Me preguntaron de dónde era. Les dije que era marciano y me pidieron una prueba. Estábamos sentados mirando a lo lejos el pueblo entero y les dije que podía levantar las piedras. Sus ojos se abrieron sobremanera y esperaron atentos. Me concentré y levanté una grandota, pero no creyeron en mi marcianitud porque usé mis manos para hacerlo. Ellos saben que los marcianos tienen poderes mentales. Y lo saben de la misma manera que yo ¿se? que el hombre llegó a la luna.

Foto: Emilio Gomagú

Foto: Malena Vazquez

Eric dice que conoce México y su hermana lo mira, lo jala de un brazo y sorbe los mocos que aún no se han endurecido sobre su labio; pero dice que no le gusta porque hay muchos ratones. Pienso en el México de exportación y le digo que esos no son ratones, sino ratas que malgobiernan nuestro país. Al final nada importa, porque ellos vinieron buscando agua, caramelos o galletas, y no habiendo más que historias, se fueron.

Los veo irse a toda prisa y acercarse a otros viajeros. No comprendo lo que realmente pasa. El sujeto humano intenta, por todos los medios posibles, aprehender la realidad que lo atraviesa, mientras su plena existencia se evapora al fuego de sus reflexiones.

Volvemos al pueblo con una danza de todo lo sucedido en mi cabeza y aún falta lo que falta. Me voy a dormir entre fantasías, infancia y un presente atribulado. El viaje es una demolición y levantamiento, un eterno dibujo a mano alzada y yo tengo pulso de maraquero.

yo(Latinoamérica, 1982) Psicólogo, escritor, lector y caminante. Cursó la Maestría en Salud Mental Comunitaria en la Universidad Nacional de Lanús, Argentina (2009). Ha sido colaborador y lo seguirá siendo. Colecciona proyectos que buscan ver la luz. Alguna vez ha hecho teatro, alguna otra radio, alguna más video y foto; la música nunca se le dio, pero le sigue rogando.

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Autor Lado B
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