Lado B
PENTAGRAMA FRONTERIZO
Karla Villapudúa
Por Lado B @ladobemx
23 de enero, 2014
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Karla Villapudúa

 

El centro del Pentagrama Fronterizo alberga múltiples memorias en las banquetas. Las simetrías de sus entrañas gravitan como íncubos robóticos por las piernas de los transeúntes. Tornan a los pasajeros apáticos, distantes. Cero saludar. Múltiples estudios del siglo dieciséis como si fueran del siglo veintiuno intentan explicarlo. Por suerte, algunas sintonías implicadas favorecen la revelación  de ciertos eventos inauditos, sobre todo cuando fallan las hipótesis de eso que llaman ciencia normal. Es entonces, cuando, la etnógrafa central abandona la simpleza de las historias bukowskianas y se dedica a juguetear con las memorias de las tierras fronterizas a través de su mapa acupuntural. Excavar, develar, hurgar. En pocas notas, huir hacia la zona muda del lenguaje.

 

[a.x.1]

La caminata primera por el centro de Tijuana la realicé justo al mediodía. El bosque inexpugnable de los locos no deterioraba mi atención. La suela de mis zapatos se enamoraba de los garabatos invisibles del cemento de las calles. Encontraba la gramática de la felicidad. Me detenía y la absorbía  toda por mis pies. El centro estaba impregnado por la alegría de descifrar el universo, y cuando mis tobillos sonreían justo por el hueso, los meridianos de mi bazo se dilataban con memorias de encuentros amorosos. Luminarios bañados en muérdagos eléctricos alimentaban el resto de la ciudad. Caminaba por las banquetas ardientes de mar y, a los tres segundos, descifraba la signatura de Violeta Medrano en una de las esquinas de la calle tercera. Un hastío cirenaico impregnaba el momento. No obstante, lo ignoré. Me detuve tranquilamente para sentir la totalidad, y poder empaparme de las sensibilidades ajenas, sin contaminar mis fuerzas. El vórtice de la esencia Violeta revelaba rasgos genéticos en varias dimensiones. Al segundo, conocí la historia de su contexto familiar. Líneas endocrinas donde la pulsión de sus líquidos vitales. También bronquiales. Eran los órganos reyes en la vida de Violeta. Si alguno de ellos salía de sintonía por momentos. Violeta se endemoniaba. Sonaban  palabras favoritas, y un espantoso ruido ocasionado por la palanquita de su rímel, como si a través de ese movimiento acribillara todos sus demonios.

Las palabras detonaban desde la punta de su hígado. ¡Estoy harta! ¡Estoy harta! ¡Estoy harta! Las repetía como cinco o diez veces al día dependiendo del flujo y estado psíquico de la clientela. No obstante, el mapa acupuntural me revelaba algunos puntos totalmente destapados. Épocas con un resplandor vitalista inconfundible para el diagnóstico del pie. Estadíos (para ser precisos) en los que estaba enamorada. Así, la cólera de sus palabras engendraba una tranquilidad insólita. O más bien, desaparecía ante las situaciones amorosas. Lo amarillo putrefacto de su mirada reblandecía, las uñas quebradizas adquirían fortaleza. Los besos de un personaje futuro tonificarán sus músculos. El calcio desgastado por tanta explosividad hepática encontraba una nueva canalización. Y por supuesto: las paredes de su hígado tomaban unas vacaciones instantáneas.

 

[x.y. poincare]

Un día de la nada, en el verano de 1985, mientras Violeta experimentaba uno de esos berrinches coléricos que se apoderaban de su psique como  animalejo poseído, salió corriendo sin dirección alguna y llegó al Parque Teniente Guerrero. Poco después, se tiró en el pasto como una melodía hipnótica de lluvia fresca. Disfrutaba de su lapsus metafísico como esa elegancia inoportuna de no desear nada. La escatología de los cielos le atolondraba la mirada y, cuando enfocó su  vista sobre algunas  cuadraturas mundanas, visualizó a lo lejos la figura de un hombre barbudo con camisa yucateca. Al segundo, el sujeto se aproximó poco a poco, interrumpiendo el momento poético de Violeta, le dio la mano y su nombre.

Era Riojano, un chico que creció en la frontera como cierto equilibrista sin cuerda floja. Violeta le habló un poco de sus visitas a la biblioteca del Parque Teniente Guerrero. Que le gustaba la poesía. Que tenía pocos meses viviendo en Tijuana. Que vivía en un cuartillo bien pequeño allá por El Florido. Que por las noches tenía que poner una silla sobre la puerta de su cuarto porque no tenía candado. Que enfrente de su cuartillo vivían unos cholos a los que apenas saludaba y mejor pensaba que no existían. Que trabajaba en una farmacia en la avenida Revolución.

 

[x.y. dirac]

En 1989 en la calle Revolución el tobillo de la etnógrafa absorbe otras atmósferas con curiosidad renacentista. Una de ellas corresponde a  la pulsión de Alejandro Riojano, un mesero que trabajaba en el Tillys y que abandonaba sus labores en el bar para acompañar a Violeta a tomar su taxi en la calle sexta. A los meses, Riojano es la paciencia encarnada en el cuerpo de Violeta. De otra manera no podría encajar ningún diálogo en el esqueleto iracundo de su mujer. Una corporalidad bajo las mismas características ya hubiese terminado en asesinato mutuo. La esferización de ambos se armoniza bastante bien. En pocas palabras el pulmón de Riojano hace que el hígado de violeta funcione saludablemente.

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Es importante mencionar que cuando Riojano era niño, casi muere de enfisema pulmonar. Podemos hablar de él, en esta encarnación, gracias a que su madre lo llevó con unas monjitas para que le destaparan los bronquios en una tina con agua y hielos. La tristeza, entonces, no es algo exclusivo de este tránsito vital. Es un síntoma que viene acarreando desde hace cuatro vidas para acá. Riojano recuerda bien cómo murió la última vez. Sabe que en esa muerte cayó atravesado por una espada militar. Luego, una luz blanca y extraña como en las películas de ciencia ficción hasta encontrar una nueva puerta vaginal. Sin embargo, debo aclarar que no llegó solito al útero de su madre. Traía un hermanito. Desde ese tiempo, Riojano padece esa ausencia.

De allí su ronquera, su sinusitis por la mañana, el asma repentino sobre todo durante el invierno. Los periodos prolongados de una melancolía pasiva y putrefacta como esas texturas sensibles que no te dejan hacer nada. Te vuelves apático y vives planeando las cosas para ese mañana que  nunca llegará.

 

[x.y. cramer]

La herramienta de exploración etnográfica arroja datos acerca de la construcción de las familias obreras en los años ochenta. El mapa acupuntural aspira delicadamente cada uno de los destellos histriónicos que han transitado por este lugar. El centro tijuanero y sus etapas geológicas. Los cien y pico años de existencia histórica. Lo infinito de su territorialidad. La esfericidad de las banquetas y la teoría de las cuerdas me incitan a olfatear en ciertas direcciones. Todo está tan abierto que dudo cuál canal atravesar. Luego, realizo una elección y empiezo a percibir cómo hace cinco mil años el desierto de Mexicali llegaba hasta aquí. También las aguas de playas de Tijuana en  cuatro mil.  Esto me hace pensar que nada se borra en absoluto.

 

 [x.y. cramer – elea]

Violeta Medrano y Alejandro Riojano tenían un karma pendiente desde hace aproximadamente tres siglos. No obstante, hace un poco más de  cincuenta años eran los directores de un museo botánico en Finlandia. En aquella vitalización cabalgaban el papel social de madre e hijo. Violeta era una química experimental. Alejandro un domador de tigres en un circo. La discordia que los acompañó en este trance existencial consistió en que el hijo no realizó sus estudios universitarios y decidió llevar una vida de cazador por varias selvas del planeta. Después de cierto cansancio se exilió en el museo. Sin embargo, Violeta no superó la falta de intelectualizaciòn de su hijo. A ambos los acompañó un sentimiento de resentimiento silencioso. Después, durante la senectud de la madre se medio perdonaron.

Medio siglo posterior, vuelven a encontrarse en los años ochenta en un Parque de Tijuana. Como anoté o como no anoté después: tras el primer encuentro en el Parque Teniente Guerrero sucedieron infinidad de encuentros. La segunda cita fue producto del aburrimiento y la cólera habitual de la Srita. Medrano, pues no tenía nada qué hacer durante su día libre,  y buscó el papel con el número telefónico que guardaba en su chamarra. Enseguida, efectúo una llamada con ácido en su estomago. No obstante, al poco tiempo logró tenerlo a su lado en otra conversación menos aburrida.

El evento anterior madre-hijo tendrá continuación. En la vida de Medrano y Riojano. En esta vida y quizá en otras. Hay círculos que sólo se cierran en el girar de los siglos.

 

[taco signalling]

La esquina de la calle tercera versión cena veloz alberga un carrito de tacos varios, justo enfrente de la farmacia donde labora Violeta. El comercio ambulante es necesario por la irradiación de ciertas partículas amorosas que mantienen la estabilidad laboral del resto de los locales. El corazón de los tacos varios (chiles rellenos pescado pollo mole) está hilvanado al carrito de metal que posa plegado al pavimento. La anomalía simétrica. (Todo es simetría). Tacos varios con cocineros y jóvenes alcohólicos a las tres de la mañana logra una insólita armonización, cuando aparecen las resonancias griegas de los cuerpos Violeta y Alejandro. Las aureolas de la carne, las escamas de la carne, la dulzura de la carne. Fortalece el cielo tijuanense cinco metros a la redonda. Suspiran. Piden dos tacos varios. La dermis electriza sus espíritus como canto de mantras hipnóticos. Beben felicidad.

Brillan.

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De repente, una dislocación sonora, desvanece esta vibración. Y tiemblan. Tiemblan al mirar que una patrulla policiaca se desliza con una  velocidad fuera de control hacia el carrito. Al instante, el ruido de las sirenas policiacas baila entre sus huesos como una guillotina oxidada. Se paralizan. Se paralizan al ver que la patrulla está a punto de chocar contra el puesto de tacos. Mientras tanto, la lona de plástico purpúreo que cubre el techo del carrito de tacos varios toma vida. Respira. Esta respiración simula un campo mórfico como poliedro filosofal en las invisibilidades del momento. En ese instante todo el viento desbocado como sífilo polar, avienta la patrulla hacia otro lugar. La patrulla desaparece. No hay accidentes.

Es el amor. OM. No hay otra. No hay hora. Entonces, algo resulta lúcido: tras los encuentros de Violeta y Riojano. La arquitectura urbana empieza a descongestionarse. Las cañerías del agua sufren una pequeña permutación. Algunos accidentes se desvían hacia otro lugar. O pierden su intensidad. Los olores se calman por un momento. Cada una de las glándulas de los cuerpos vendedores ambulantes. Adquieren otra dirección. En términos comerciales: las ventas se incrementan.

 

[xxx. Drenar el centro: fisiología urbana]

Los riñones del centro están estacionados en un lugar luminoso a un kilómetro bajo tierra. Desde ese lugar yacen los puntos que conectan los tejidos renales con los acontecimientos urbanos. Todo tejido renal tiene dos partes: una zona central o medular y una zona cortical o periférica. Cada una de las zonas se alimenta del magnetismo de la calle Revolución. En ocasiones, “las voces de las prostitutas” navegan por las pirámides de Malpighi. Esta denotación geométrica es parte de la situación renal del centro en Tijuana. Sin embargo, en la playa, y algunos lugares secretos, nueve personas siguen dibujando zonas de felicidad sobre el mapa virtual del Pentagrama Fronterizo. La ciudad en estos días  despierta como  un  amanecer druídico y  todos los habitantes poseen una luminosidad arcaica en sus espíritus.

Sin duda, la salud de los riñones del centro es absolutamente necesaria para la vitalidad  de sus habitantes y sus turistas de paso. Cada vez que ocurre un asalto. Cada vez que ocurre una violación. Cada vez que ocurre algún evento que viola la libertad del espíritu humano. El estado renal de la ciudad se agudiza. Sin embargo, cuando  un habitante restablece el sistema endocrino mediante algún evento alegrístico-amoroso, el centro de Tijuana como otras zonas obtiene una nueva expansión vitalista en sus entrañas.

 

[x.y. cramer – hepático]

El carrito de tacos varios tiene una empatía de frecuencias con una farmacia de la calle tercera. Ambos espacios dedicados a la salud desde diferentes discursivas (la nutricional y la alópata) jalan a todo tipo de personalidades en un estado de explosión hepática similar. O sea: gente que se enoja. Y esa gente siempre es igual. Exceso de fuego en sus entrañas. En fin, todo ese malabarismo de características efervescentes de un espíritu violento. Enojón. La gente enojona al menos no es tan pobre como la gente que se deprime. La rabia genera movimiento. No te estanca como la méndiga tristeza. La furia los lleva a ocupar algún puesto de jefe de cajeros. Jefe en línea de producción. O algo así.

 

[xxx. farmacia sin ki]

La paradoja de los futuros contingentes ha diseñado un asalto a la farmacia. El asalto ya ocurrió. En términos de narrativa, no diremos nada al respecto. No estamos de acuerdo en reescribir la violencia. Por entonces, podemos conjeturar que, el delito en el boticario medicinal es producto de la ausencia del puesto de tacos varios. También, de la ausencia de pastillas para el hígado en el estómago de Violeta. En sincronía: la esfera de este lugar cambió de vibración, pues ese día los cocineros amanecieron bastante crudos. Sí, bastante crudos.

La configuración de la farmacia salió de entonación por la ira de Violeta. La furia de sus entrañas no comprendió cierto fenómeno metafísico al atardecer. (Riojano enloqueció y desapareció de la nada). Estas resonancias en el espíritu de Violeta, contaminaron el local de bacterias bélicas, y cierta inamovilidad silenciosa conjeturaron el asalto.

 

[xxx. resultar el ki]

El mapa acupuntural funcionó en sexta dimensión durante  toda la observación etnográfica. Meterse en la vida de los personajes a partir de sus meridianos energéticos y sus estrategias de sobrevivencia nos inserta en otro canal informativo. Datos que no se alcanzan a percibir desde la rigurosidad del lenguaje científico tradicional. Violeta y Alejandro comprenden que el centro de Tijuana es un organismo vivo. Como cualquier otro. Y que su funcionamiento espiritual y material no está separado de lo que le ocurre a sus habitantes. En términos de sucesión, se sabe que en la casa de Violeta y Riojano han construido un altar que contiene ciertas intenciones curativas para la ciudad. Así, sienten que son agradecidos. También acuden a ciertas danzas urbanas donde se realizan ciertas ceremonias de expiación. Han encontrado un sentido espiritual.  En fin: siguen una señal.

Al final, la etnógrafa está sentada en una banquita de la calle Revolución. Contempla un espacio luminoso. Vuelve a rociar loción de naranjo sobre sus pies. Su lengua sabe a puro ajo macho. Sabe que la exploración del centro es infinita. Y que podrá seguir pulsando las tierras del planeta, conectando huellas e interconexiones, mientras sus pies sigan vivos y caminando.

Una cosa sabe muy bien: hay cierta parte del centro que permanece etérea e invisible a los ojos miopes de lo humano. A los instrumentos de observación, a las encuestas, cuestionarios. Sabe que llegar a percibir la divinidad entre la putrefacción y la cañería, es cuestión de luz y espera. Nada más.

Karla Villapudúa (Culiacán, Sinaloa, México, 1979). Licenciada en Filosofía por la Universidad Autónoma de Baja California (UABC). Directora de Revista Espiral.

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