Cuatro historias, cuatro miradas, cuatro plumas y dos ruedas para recorrer la ciudad de Puebla, una urbe en donde parece que la bicicleta se redescubre como un buen medio de transporte, lo mismo desde las autoridades que han puesto en marcha algunas políticas al respecto, no carentes de críticas, que desde la ciudadanía organizada en torno a grupos de usuarios y promotores.
Pasaron
junto a mí
las bicicletas,
los únicos
insectos
de aquel
minuto
seco del verano,
sigilosas,
veloces,
transparentes:
me parecieron
sólo
movimientos del aire.
Oda a la bicicleta. Pablo Neruda
De la casa al centro histórico llego siempre por Reforma, una calle más o menos propicia para circular en bici porque va en bajadita y la picada te lleva solo, sin demasiado esfuerzo. Pasando el Paseo Bravo, al cruzar la 11 Norte/Sur y entrar ya al mero centro, Reforma se vuelve una calle casi ideal para los ciclistas urbanos. Antes, cuando recién tomé la bici y la convertí en uno de mis medios de transporte regulares, Reforma era una de las calles que evitaba a toda costa, como cualquiera donde circularan más de cinco coches simultáneamente. Prefería entrar por la 9 Oriente, que ahora me parece pésima opción.
Después perdí el miedo, paulatinamente y gracias en gran medida a mis primeras rodadas colectivas, y Reforma me pareció la mejor calle para entrar al centro desde el lado poniente. Y mucho más desde que prohibieron a los automovilistas estacionarse del lado izquierdo. Ese pequeño espacio ganado da a Reforma la amplitud necesaria para que por ahí circulen dos carriles de autos y una bicicleta hacia el lado izquierdo sin que nadie moleste a nadie. Eso, claro está, si no tomamos en cuenta a los automovilistas que día a día ignoran la señalización de no estacionarse y se orillan ahí con toda impunidad. Tal vez no lo saben, pero orillarse en una calle donde les está prohibido perjudica la movilidad del ciclista, quien debe detenerse o esquivar bruscamente el auto por la derecha a riesgo de sufrir un accidente.
De entre las muchas ocasiones que he llegado al centro desde mi casa en bici, nunca he tenido la suerte de encontrarme con la calle despejada de autos orillados, lo cual es una lástima considerando que Reforma podría ser de las vías con mejor movilidad para no automovilistas. Así, si estoy de buen humor, me detengo y explico al automovilista, con la respiración agitada del pedaleo, por qué no debería estar ahí. Bueno… en realidad eso sólo ha ocurrido una vez, el resto lo que he hecho es continuar rodando mientras hago gestos de desaprobación.
Mi camino generalmente seguiría hasta la 2 Sur, donde daría vuelta a la izquierda y rodaría unas cuantas cuadras hasta la 7 Poniente. La 2 Sur es una calle difícil porque ahí sí está permitido que los automóviles se estacionen del lado izquierdo y, por si eso fuera poco, siempre hay otros autos estacionados en doble fila. Pues sí, eso deja un solo carril que debemos compartir ciclistas y automovilistas. Y si a eso le sumamos que la orilla derecha de la 2 Sur termina en una inclinación en la que uno, al rodar, siente casi casi que va haciendo acrobacias en una pista de skateboarding. Para mí, por suerte, es un camino breve.
Lo último sería llegar a La Limpia, en la 7 Poniente, el famoso estacionamiento donde permiten entrada de bicicletas sin ningún costo.
Y mi opción de regreso a casa siempre es, también, la 7 Poniente. Lo fue desde antes que hicieran un pequeño carril resguardado por guardapeatones al que llaman ciclovía, y lo sigue siendo hasta la fecha. Con esa ciclovía tengo mis peros. Por ejemplo, el hecho de que tenga guardapeatones –así llaman a esas gordas estructuras de concreto– inhibe la movilidad. Uno debe rodar cuidando no golpearse con ellos en un espacio diminuto. Además, hay poca o nula señalización de que ese pequeño espacio está dedicado a las bicis, los peatones circulan por ahí como si fuera una extensión de la acera. Y se entiende, es difícil saber que ese pasillito es para ciclistas, y uno termina siendo un majadero chiflándole a la gente para que te permitan el paso que te corresponde.
Mucha gente me pregunta si no me da miedo rodar en la ciudad. Mi respuesta generalmente se centra en que el miedo se te quita después de un poco de tiempo y de juntarte un par de veces con los colectivos de ciclistas urbanos, quienes siempre tienen más de un consejo para rodar en paz y con seguridad. Lo cierto es que andar en bici nos da un cierto estatus de intrépidos o hasta temerarios, lo cual no debería ser así, según yo. Uno no debería quitarse el miedo para andar en bici porque andar en bici –quizá la única que conozco que me parece a la vez sana y divertida– no nos debería dar miedo en un primer momento. La ciudad y sus calles deberían estar hechas para todxs.
La temperatura y la luz del sol empiezan a descender; ya pasan de las 5 de la tarde. Me encuentro en una conocida tienda de libros en el centro histórico, un tanto nervioso, la espalda y las piernas un poco cansadas. Por muy sencillo que sea andar en bicicleta sentí un poco de temor al subirme a una y recorrer parte de la ciclopista acondicionada en el primer cuadro de la ciudad.
Aún un poco excitado por el pequeño paseo, entro al establecimiento donde minutos antes dejé encargada una pequeña maleta.
–¿Cómo te fue en el recorrido? -me pregunta curioso Raúl Picazo.
–No está tan chido.
–¿Te conté que una vez ya casi me atropella un cleto? Me paré justo sobre esa madre para que vayan los ciclistas. El cabrón bien metido, me chifló y en ese instante frenó pero se le amarró la bici y se cae. La verdad es que los dos tuvimos culpa: él no debía venir tan en chinga y yo no tenía que estar parado ahí.
El relato me recuerda la canción de “El Chivo Ciclista” de Francisco Gabilondo Soler.
Entonces le cuento sobre los desagradables 30 minutos que pasé arriba de una Smartbike, intentando recorrer el centro de la ciudad entre peatones, vendedores ambulantes, taxis, microbuses y automovilistas particulares.
Había pasado bastante tiempo desde la última vez que me subí a una bicicleta, y jamás se me ocurrió hacerlo en la ciudad. Imaginé imposible andar con tan simpático medio de transporte. De hecho, para un provinciano como yo, andar en bici por la urbe es una odisea.
Usé una tarjeta prestada porque ya se habían agotado. Según el ayuntamiento de Puebla el número de usuarios inscritos en el programa piloto rebasó las expectativas: 2 mil 200 personas registradas para darle uso a las Smartbikes distribuidas en seis estaciones en el primer cuadro de la ciudad, con el propósito de agilizar la movilidad urbana.
Las reglas para los bicicleteros son claras: pedalear en el sentido permitido; si van a circular en la banqueta, hacerlo caminando con la bici a un lado, respetar los semáforos y señales de tránsito.
Tomé una bici de la estación a un costado de la Catedral, algunos de los que estaban sentados miraban con gracia cómo circulaba por aquel pequeño tramo de la 3 Poniente. Viré hacia la 2 Norte donde no hay ciclopista, sentí la necesidad de un espejo para mayor precaución y darme cuenta cuando hay un auto justo detrás de mí. Afortunadamente los pocos automovilistas que pasaron iban dándome prioridad, quizá porque era el primer cuadro de la ciudad y están más a la vista de los agentes de tránsito.
De ahí comencé a pedalear por la 7 Poniente, no hubo mucho problema, esporádicamente uno que otro peatón se atravesaba por la ciclopista para cruzar al otro lado de la calle y algunos caminaban despistadamente sobre el carril.
El circuito sigue sobre la 5 Poniente con dirección al mercado 5 de Mayo, y a partir de la 4 Poniente comienza a complicarse. Me acerqué a la zona de más caos vial y donde hay más peatones -después de la calle 5 de Mayo- del centro histórico: algunos ambulantes sólo me miraban pasar, algunos me daban el paso, el resto tomaba la ciclopista como una extensión de la banqueta.
“Bolsa de rastrillos 10 pesos ahí está la bolsa de rastrillos”, “Lleve sus baberos señito”, “Lleve la manzana golden…”, los gritos de los ambulantes eran un indicador de que me acercaba al mercado 5 de Mayo. Exactamente sobre la 12 Poniente ya era imposible ir circulando. Los bicicleteros de la zona no usan su carril, se rifan la suerte toreando peatones, taxis y autos particulares.
Llegué a la 18 Poniente, ahí la ciclopista se acabó, si quería seguir pedaleando había que entrarle al toreo, como lo hacen diariamente los repartidores de carne, de leche, los empleados de las marisquerías, de lo contrario estaría violando una de las reglas básicas. Apreté más fuerte el manubrio, respiré hondo, tomé más precaución y el pedaleo lo di más rápido para no tardar tanto en dar la vuelta al mercado 5 de Mayo esquivando combis y automóviles.
No quise arriesgarme más, así que regresé a la ciclopista en sentido contrario, la zona estaba imposible. Exactamente tardé 30 minutos en recorrer el circuito angosto, que se vuelve mucho más estrecho con otro ciclista de frente o el bote de basura de las “naranjitas” bloqueando el paso. No sé si daría otro paseo en bicicleta por el centro. Fue desagradable.
El trámite para sacar la credencial y poder hacer uso de las bicicletas es bastante fácil. Piden solamente una copia de la credencial de elector y una tarjeta de débito o crédito, este último requisito parece que ha limitado el grupo de personas adscritas al programa, ya que el dar los datos de su tarjeta los ata al compromiso de cuidarla y de atenerse a los tiempos establecidos.
El trámite en mi caso duró entre 5 y 10 minutos y sólo hay que llenar una forma sencilla de datos personales y la tarjeta te la dan en ese mismo momento, junto con un folleto explicando los puntos generales para el uso del servicio.
La tarjeta se pone frente al lector y se te asigna un número de bicicleta, entonces tienes 2 minutos para verificar que esté en buenas condiciones. Yo checo las llantas, frenos, canastilla y el tubo del asiento y hasta el momento no he tenido problema alguno ni mucho menos queja del estado de las bicicletas, de hecho, se me hacía extraño eso, ya que a veces veo a niños que se suben y juegan con ellas mientras están estacionadas, pero hace como dos días observé que llegan a darles mantenimiento. Lo único que tiene truco es el ajuste del asiento, ya que si se deja hasta abajo no queda justo y cuando te subes puede girarse, lo cual se soluciona dejando el tubo un poco más arriba y cerrando bien su seguro, el cual es, por cierto, algo duro.
Hay un punto negativo sobre esto de los dos minutos, ya que las estaciones están muy cerca una de la otra. En una ocasión iba con prisa, tomé una bici, llegué rápido a la siguiente estación y la dejé en su sitio, entonces al pasar la tarjeta para confirmar la devolución, me apareció en la pantalla que podía tomar otra. Entonces, tuve que esperar dos largos minutos (con la prisa) para poder devolverla oficialmente y poder seguir mi camino.
Respecto a las calles que cuentan con ciclovía, en algunas el carril es muy estrecho y si agregamos las macetas y esos grandes montículos de cemento que separan la ciclovía del carril de los autos, podría provocarse un accidente. Podría pensar que no caerás si dominas en cierta manera la bicicleta, pero si algún peatón, como me ha pasado, que va delante tuyo, dando la espalda al sentido de la ciclovía se le ocurre bajar, la consecuencia es que el ciclista tiene que frenar al instante, o tratar de esquivarlo y por consecuencia chocar contra el montículo de cemento. Y ya ni hablar de las alcantarillas, que coinciden con el paso de las bicicletas. Algunas de ellas están sumidas o están incompletas y las llantas son lo suficientemente delgadas para atorarse.
Y hablando de los peatones, necesitan educación vial, aprender a respetar la ciclovía y no caminar sobre ella como si de una extensión de la banqueta se tratara. Tal vez si también los autos tuvieran más cultura al respecto, no habría necesidad de aquellas enormes piedras delimitando el espacio de cada quién.
Tal vez hasta quien diseño esas vías necesite algo de información. La ciclovía de la 5 Norte, pasando la 4 Poniente se vuelve intransitable, incluso los policías caminan sobre ella, en esta zona es difícil hacer entender a las personas que no es una zona peatonal, incluso te pueden agredir si llegases a sonar la campanilla para evitar golpearlas.
En la calle 2 Sur, que no cuenta con ciclovía pero sí con señalética para el tránsito de bicicletas, los automovilistas no dejan el espacio suficiente para que el ciclista se desplace y resulta un poco peligroso.
En cuanto a los precios, creo que si hacemos una comparación de uso de hora y media máximo por doce pesos, cubres lo que gastarías en el transporte público de ida y vuelta, pero si deseas realizar una actividad el tiempo es limitado y a partir del minuto 91 cuesta quince pesos la hora o fracción. Yo estaría en disposición de pagar los doce o quince pesos pero por un tiempo de 4 horas mínimo. Por el momento, con esas estaciones el recorrido de 29 minutos gratuito me parece perfecto para desplazarse en el centro.
Si el proyecto se amplía me gustarían más estaciones alejadas del centro de la ciudad, y sobre todo una campaña de cultura ciclista para que quitaran los montículos de cemento sin el riesgo de que los coches quieran pasarnos encima, o incluso para evitar que otros ciclistas circulen en sentido contrario o sobre las banquetas.
Si mi temporalidad no es tan errónea, fue aproximadamente hace más de una década cuando se dio el comienzo del tráfico automovilístico en la ciudad de Puebla, y aunque cargados de estrés y soberbia, los conductores se mantienen a flote. Pero ha sido en los últimos años del presente siglo cuando se intensificó el crecimiento del mismo, a la par no sólo ha sido la afluencia del tráfico y automóviles, sino que paralelamente se ha hecho visible el aumento en las cuotas de pasaje y la gasolina, además del mal servicio que otorga la mayoría de los choferes de las rutas en la ciudad, en otras palabras nos encontramos en un monopolio radical del transporte automovilístico.
Por tanto, si se trata de buscar alternativas de cómo andar por la ciudad de una manera relajada, veloz, barata, sin estrés e incluso más saludable, la bicicleta hoy por hoy, sin ser sólo tomada como una moda o un cliché, se convierte para muchos en una forma muy eficaz y divertida, razón por la que me gusta andar de vaga en mi bicicleta.
Recuerdo que cuando compré mi bicicleta me sentí un poco rara y me apenaba la idea de salir a vagar sobre ella, pero con el tiempo fui construyendo un tipo de seguridad personal que sabiéndola mediar se acomodó a otras dinámicas de mi vida y eso es algo que continúa vigente cuando paseo por la calles, y que inclusive practico cuando un loma-bestia se atraviesa por mi destino al atravesar sobre vereda, o cuando un torpe conductor por ver pequeñas las llantas de mi nave cree que puede destrozarme. Pero así son las cosas, está claro que no hay una cultura ciclista y sabrá dios cuando suceda, por lo pronto queda en uno tratar de no hacer cosas de lo que tanto se queja, de manejar con respeto y felicidad cuando va en su nave de dos ruedas, digo, para romper con los viejos prejuicios.