Lado B
Azucena, Rosita y Violetta con doble “T”
Estaba pensando el otro día en una pequeña que conozco. La veo todos los días, tiene 5 años y es niña trans. Estoy segura de ello.
Por Lado B @ladobemx
29 de noviembre, 2013
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Liz Ruiz

Las azucenas tienen tallos frondosos para sobrevivir al invierno. Para Azucena, la flor más fuerte del bosque.

Estaba pensando el otro día en una pequeña que conozco. La veo todos los días, tiene 5 años y es niña trans. Estoy segura de ello.

La primera vez que lo pensé fue porque jugaba con ella y otras criaturitas a aprender las palabras “boys” y “girls”. Tenían que ponerse de pie de acuerdo a su género correspondiente. Ella era la única que lo hacía “al revés”. En cada ronda se me quedaba viendo, con una pequeña mirada de retadora seguridad. Al final le pedí que habláramos y me dijo “¿Es sobre que soy niña?” “Sí”-le dije- “justo de eso”. “Pero es que te juro que sí soy”, me respondió. Le dije: “Eso es lo que te quiero decir: que sí te creo.” Sus ojitos muy negros se iluminaron y me miraron directamente: “¿Sí?” me respondió con una emocionada incredulidad. Yo le reiteré que le creía.

Desde ese día he visto cómo se construye como niña poco a poco. Un día dice que tiene el cabello largo como princesa (aunque claro que sus papás se lo cortan rigurosamente a ella y a su hermano cada mes, un corte casi a rape que a la niña la trae entre ensoñaciones de cabelleras rapunzelezcas y danieloromescas). Otro día se amarra el suéter del uniforme a la cintura y me pregunta si me gusta su falda, y gira para ver el vuelo que alcanza la pesada tela de estambre planchado. Y en la fiesta de Halloween, como toda una chica trans, aprovechó para vestirse de su princesa favorita, con su vestido azul cielo lleno de brillitos y tul (claro que sus papás nunca se enteraron). Por supuesto, lo más decisivo fue cuando le pregunté cómo quería que le dijera. “Rosita”, respondió. Ya luego se lo cambió a Violetta. Así, con doble “t”.

Aún no decido qué ha sido lo más impactante de su identidad femenina (ni tampoco lo más escandaloso). Estoy entre dos sucesos: El primero es el día que empezó a empeñarse en usar maquillaje diario (cosa que ni yo hago jajaja). Todos los días quiere labial y me pregunta que si no llevo “algo para los ojos”. Sólo ella sabe cómo lo consigue, pero acaba pintándose los párpados de un rojo exagerado, producto por un lado de su poca psicomotricidad fina y por el otro de la falta de recursos debido a la clandestinidad de la situación. El segundo evento es el día que se le ocurrió declarar, frente a todo el grupo y con franca soltura, que estaba enamorada de su compañerito “X”. Ya de ahí nadie la pudo parar. Dibuja su boda en cada pizarrón que se encuentra y dedica las clases a hacer invitaciones fantasiosas en hojas de libretas.

Yo la observo mientras juega, baila y canta por el patio o frente al espejo. Y pienso muchas cosas. Pienso en sus papás, que me saludan amablemente todas las tardes y cuando les sonrío de vuelta considero que no se imaginan el reto que tienen la dicha de aspectar en su futuro. Un futuro que todos los días se hace presente. Un futuro que les da avisos cada vez que le aseguran a Violetta que es niño, y tratan de explicarle con aparente simpleza que “esas son cosas de niñas”.

Pienso también en todas las críticas que hacemos cotidianamente a las mujeres trans adultas: que por qué se insertan en el estereotipo hegemónico de belleza, que por qué las enormes tetas, que por qué no un cuestionamiento queer de la apariencia o una estética más subversiva. Mientras me viene la niña  a preguntar “¿Verdad que soy bonita?” me doy cuenta de que las personas que no somos trans no tenemos idea de lo que debe ser tener que refrendar todos los días tu género desde que tienes uso de razón. Y que a fuerza te quieran cortar el pelo a rape. Y que a fuerza te quieran vestir de pirata en Halloween. Y que a fuerza te quieran tratar de una manera que a ti nomás no te cuadra y que nadie te quiera escuchar que tú estás completamente segurx de la identidad que tienes. Y que cuando tengas 20 años y la fortuna de verte medianamente como tú quieres, vengan un montón de activistas LGBTTTIQ a cuestionarte el porqué de tu heteronorma en el arreglo, mientras que por supuesto el montón de derechistas nunca se quita de encima y te mira con desdén todos los benditos días de tu vida.

Y también pienso mucho en Agnes, en la discriminación y en los crímenes transfóbicos. Y Violetta me pide con su vocecita dulce de niña mimada que le compre un panquecito y me la imagino un día luchando a diario contra la discriminación en el trabajo, lidiando con el acoso en las calles, temiendo que la asesinen solo por ser así. Y no puedo creer que alguien fuera capaz de hacerle daño si su único pecado es no poner atención en las clases. No me la imagino marginada, ni torturada, ni corrida de su casa. La veo dulce todos los días, jugando despreocupadamente hasta que menciona “me voy a despintar los labios antes de la salida porque mis papás se enojan”. Y me doy cuenta de que a los 5 años entendemos perfectamente la discriminación, el género y el secreto. Aprendemos a hacer malabares con nuestra verdadera identidad para ser medianamente aceptadxs, ocultando algunas cosas y adaptándonos como podemos.

También pasa por mi mente de pronto: ¿Y si aceptáramos la diversidad sexual? ¿Y si creáramos leyes que protejan a las y los LGBTTTIQ que vienen? ¿Y si quisiéramos evitar que Violetta sufra lo que sufrió Agnes?

Me detengo a reflexionar: la fuerza se desarrolla desde muy pequeñxs. La seguridad de saber quién soy, y que nadie me lo va a quitar. Pienso que Violetta también es mujer. Menor de edad y trans, pero finalmente mujer. Así querrá que la llamen y así le gusta desde ahorita. También está segura de que quiere que su hija se llame Rosita. Pienso en la ironía de que los nombres de mujer representen tanta fuerza, como Azucena, Rosita o Violetta. Así, con doble “t”.

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