Lado B
El voto nulo, ¿una alternativa electoral?
De momento no tiene consecuencias más allá de enviar un mensaje a la clase política: Hernández Avendaño
Por Ernesto Aroche Aguilar @earoche
03 de junio, 2013
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Imagen de la campaña por el voto nulo que se impulsó en Puebla en 2009. Tomada del sitio: distintaslatitudes.net

Imagen de la campaña por el voto nulo que se impulsó en Puebla en 2009.
Tomada del sitio: distintaslatitudes.net

Ernesto Aroche Aguilar

@earoche

Candidatos a diputados que ofrecen acciones que corresponden a gobiernos estatales o municipales. Aspirantes a alcaldes que recorren el territorio prometiendo la solución a todos los problemas. Abanderados que ya han pasado sin pena ni gloria por puestos de elección popular. Ex funcionarios en búsqueda del voto popular que arrastran tras de sí carteras millonarias, que difícilmente se explican con el salario pagado por el erario. Y a todo esto hay que sumarle un escenario de crispación electoral, en el que han utilizado las redes sociales y los medios como escenario de una guerra sucia para señalar que uno es más corrupto que el otro, situación que lejos de abonar a una toma de decisión lleva a pensar en que hay que elegir al menos malo.

O no. Académicos e investigadores consideran que ante la escasa oferta electoral que los partidos políticos pusieron a disposición de los ciudadanos, anular el voto es un posibilidad a la hora del sufragio. Una opción que ha venido en crecimiento en los últimos diez años y que tuvo su pico en la elección federal de 2009, cuando alcanzó el 11.9 por ciento del total de los sufragios emitidos en la capital del estado.

Y aunque se trata de una decisión, la de acudir a las urnas a anular el voto o votar en blanco, que no tiene peso electoral ni jurídico, sí manda una señal de hartazgo ciudadano a la clase política, reconocen politólogos y sociólogos.

“Me parece –sostiene Juan Luis Hernández Avendaño, maestro en Sociología y candidato a doctor en Ciencia Política por la Universidad Autónoma de Madrid– que todavía no hay una cultura suficiente de que el voto nulo pudiera ser un voto de castigo, a mí me parece una opción aunque de momento no tenga consecuencias más allá de un mensaje a la clase política”.

¿Porqué votar?

En los últimos diez años, de acuerdo con estadísticas del Instituto Estatal Electoral (IEE), sólo entre el 40 y el 50 por ciento de los habitantes de la capital poblana ha salido a las urnas para definir a su presidente municipal. La cifra de participación más baja se dio en 2007 cuando el organismo electoral reportó un porcentaje de participación del 42.1 por ciento.

De hecho es en los procesos intermedios –como el que se desarrolla en este momento el estado— cuando se registran los niveles más bajos en las urnas. La pregunta, entonces, se vuelve recurrente: ¿por qué votar?

El politólogo César Cansino. Foto: EsImagen

El politólogo César Cansino. Foto: EsImagen

Para César Cansino, doctor en Ciencia Política, “más allá de lugares comunes y de las frases hechas, esas de que ‘no dejes que otros decidan por ti, o sé parte de la democracia’ y etcétera,  yo creo que en el sentir del ciudadano que sí vota está la idea de que ha sido una conquista que ha costado mucho. Durante años vivimos bajo una dictadura perfecta, en donde el voto era un engaño, una mentira, entonces hay la idea de refrendar en las urnas esa lucha de años”.

“También está la idea de que se vota porque conociendo las circunstancias del país, de los rezagos acumulados en todos los órdenes creo que hay suficientes razones para que una parte de la sociedad proteste, genere violencia, no tiene nada que perder. Entonces, dirán algunos, yo prefiero votar para que el futuro sea todavía por cauces institucionales”.

Para Hernández Avendaño, el voto es “un instrumento de castigo o premio para los políticos”.

Y apunta: “Me parece que la variable que hará cambiar a los partidos y a las clases políticas es la variable de la intervención ciudadana y no al revés. Los políticos jamás tendrá acciones relacionadas con mejorar la condición política de los ciudadanos, sin embargo a nosotros sí nos debe interesar tener mejores clases políticas”.

Carlos Figueroa Ibarra, doctor en Sociología y profesor investigador en el Instituto de Ciencias Sociales  y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”, plantea que salir a las urnas a emitir un voto, no sólo representa la posibilidad de premiar o castigar o de refrendar una conquista política ganada, además reduce las posibilidades de que sea el voto duro de los partidos –es decir el voto corporativo– o la operación electoral las que definan el resultado de los procesos electorales.

“De tal manera que si un ciudadano quiere expresar su punto de vista en un proceso electoral, más le vale salir a votar por el partido de su elección, o si ningún candidato o partido le parece adecuado salir a anular su voto. Esto es una forma activa para mostrar el rechazo a una situación electoral determinada”.

De otra manera, apunta el investigador nivel 2 del SIN, “en el abstencionismo el mensaje queda difuminado por que los motivos pueden ser muchos, puede ser en efecto una expresión política, o puede ser por que ese día llovió, o hubo un partido de futbol interesante, o por que simplemente le dio pereza salir a votar. El abstencionismo no manda ningún mensaje, lo que hace es facilitarle las cosas a los partidos que mayor capacidad de voto duro tienen”.

¿Voto nulo?

En 1995, la elección intermedia en el gobierno del priísta ManuelBartlett Díaz, esa histórica elección en la que el PAN le arrebataría por primera ocasión la presidencia municipal al dominante partido tricolor, salieron a las urnas el 56.4 por ciento de los electores inscritos en la lista nominal, de esos 373 mil electores el 3 por ciento, es decir 13 mil 81 votantes, anularían su voto.

Desde entonces, el voto nulo no ha menguado, en 2001, la elección intermedia en el sexenio del priísta Melquiades Morales el porcentaje llegaría al 3.3 por ciento. Para 2007 la intermedia de Mario Marín alcanzaría el 3.6 por ciento. Un crecimiento marginal de apenas 0.3 por ciento en cada elección, pero un crecimiento sostenido en esos seis años.

Y aunque se trata de un proceso no comparable, el de 2009, pues no sólo se trató de una elección federal, sino que además se generó un movimiento anulista a nivel nacional con voces de analistas políticos que se pronunciaron al respecto como Denisse Dresser, y un uso intensivo de redes sociales y blogs para replicar la idea planteada en la ficción por el escritor José Saramago en su libro “Ensayo sobre la lucidez”, en Puebla se registró a nivel estado un porcentaje del 7.3 por ciento, y del 11.9 en la capital del estado, ubicándose como la segunda ciudad con mayor cantidad de voto nulo sólo detrás de Morelia, 12.3 por ciento, y por arriba del Distrito Federal, con el 11 por ciento.

Pasada la ola anulista, y en el proceso de 2010, un proceso que generó mucho interés social pues se jugaba la posibilidad de cortar con más de 80 años de gobernadores priístas en la entidad y que registró el porcentaje de participación más alto de los últimos años: 51.3 por ciento, el voto nulo mantuvo su crecimiento en el comparativo de elecciones locales al registrar un porcentaje del 4.6 por ciento, según datos del IEE.

Se trata de cifras, sostiene, Hernández Avendaño, especialmente las del 2009, que “sí mandó mensajes a la clase política de hartazgo de poca confianza en los políticos y los partidos. Me parece que todavía no hay una cultura suficiente de que el voto nulo pudiera ser un voto de castigo, a mi me parece una opción aunque no tenga consecuencias más allá de un mensaje a la clase política”.

Una idea, la del mensaje político, que comparte con Figueroa Ibarra: “Ir a la casilla, recibir la boleta y depositarla en la casilla anulada sí expresa un punto de vista. Puede decir que ninguno de los candidatos le parece adecuado, y que el votante usa este medio, anular el voto depositándolo en blanco para expresar ese punto de vista. El voto nulo o en blanco es una descalificación a todos los partidos y los contendientes en un proceso electoral”.

Aunque para César Cansino, no sólo el voto nulo expresa una postura política y manda un mensaje a la clase política, el dejar de asistir a las urnas debe de asumirse también como un elemento de protesta.

Carlos Figueroa Ibarra. Foto tomada de: diarioparanoico.blogspot.com

Carlos Figueroa Ibarra. Foto tomada de: diarioparanoico.blogspot.com

“El simple hecho de no votar es ya una expresión de malestar, sobre todo para un país que en el pasado ha tenido margenes de participación importantes, es decir no nace de la apatía, sino nace del malestar y la desconfianza, y también de la frustración que produce una oferta (electoral) tan pobre. Sostener que los mexicanos no votamos por apatía es alimentar y hacerle el caldo gordo a los propios políticos, dicen, «ah es que los ciudadanos tienen los políticos que se merecen y por eso no van a las urnas», no, la abstención también es un elemento de protesta y como tal debemos asumirla”.

“Ahora, tampoco debemos asustarnos por no votar, cuando uno mira la oferta política por ejemplo en Puebla capital, esa es justo la pregunta: ¿y porqué voy a votar? ¿por estas alianzas ficticias en donde la ideología es lo que menos cuenta? ¿por estos candidatos que declaran tener millones en sus cuentas bancarias con un cinismo y un desparpajo? ¿por candidatos priístas que son postulados para restarle votos al otro priísta? digo todo es un gran circo, entonces es legitimo decir yo no voy a votar por estos, no voy a ser cómplice de este circo”.

Por ello, apunta el también doctor en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid, “ante la pobreza de la oferta electoral (en la capital del estado), la decisión de votar o no votar depende de cada quién y es legitima la decisión, yo por ejemplo hago pública mi intensión de no voto. Yo no voy a salir a votar por esta oferta política, pero respeto a quién decide votar y quien decide no hacerlo o anular su voto”.

Que pese el voto

Una postura que no comparte Juan Luis Hernández, para el investigador de la Universidad Iberoamericana campus Puebla no hay vuelta de hoja: hay que salir a las urnas y desde ahí hace patente nuestro sentir, y nuestras filias o incluso las fobias políticas –habrá quien vote por una opción por que no soporta a la otra.

“Lo que sí creo y sostengo es que la peor decisión cuando hay elecciones es no ir a votar. Y pienso que es la peor decisión por varias razones, no ir a votar es un voto los partidos lo puedan usar en términos de algún procesos de fraude electoral, es decir, genera condiciones para que los partidos aprovechen para el fraude electoral”.

“En segundo lugar el que no va a votar se queda sin esa posibilidad de protesta política, podrá tener otras opciones de protesta si no le gusta lo que pasa a su alrededor, pero desperdicia esa posibilidad de hacerlo”.

“Y un tercer punto, en la medida en que no se vaya a votar en los procesos electorales lo que domina son las estructuras territoriales y partidarias, a mayor abstencionismo, mayor peso de las estructuras partidarias. Por eso me parece que debería pesar más el voto de los ciudadanos y no la maquinaria de los partidos. Por todas esas razones me parece que si vale la pena votar”.

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