Lado B
El amor que habita bajo el espejo [o el cepillo de dientes como preámbulo del matrimonio]
Y casi cuando empezaba a olvidarte, comencé estas líneas…
Por Lado B @ladobemx
25 de abril, 2013
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Tuss Fernández

@ituss79

Y casi cuando empezaba a olvidarte, comencé estas líneas…

“¿De verdad los gays quieren matrimonios o es uno más de sus caprichos?” preguntaba mi amigo Fran este medio día desde su muro en Facebook antes que el Senado de Colombia votara [luego de dos semanas de hacerla cansada] finalmente por la negativa.

Sólo el cinco por ciento [decimales más, decimales menos] de los países del mundo, permiten la unión entre parejas del mismo sexo; al menos en lo oficial porque en lo extraoficial, varias tribus y etnias locales parecen más civilizadas que los que se dicen estudiados y lo aceptan sin problemas.

Pero ese no es el tema sino, ¿cómo es que una pareja gay llega al matrimonio? Pues fácil: gracias al cepillo de dientes.

Lo juro.

Antes del mole, el pastel, la Víbora de la mar y el Payaso del rodeo [símbolos mexicanísimos oficiales de la unión de una pareja] está el  ritual  de ese precioso objeto de higiene bucal que se transforma en LA señal con la que se formaliza una relación.

Uno no anda por la vida cargando cepillos de dientes y dejándolos por ahí de casa en casa, nooooooo! Si por algún despiste eso ocurriera [hay casos documentados], el distraído que lo hiciera bien podría hacerse acreedor a una demanda por daño psicológico o su equivalente.

Y es que el cepillo revela verdades. Un cepillo es el cristalino reflejo del lugar en el que uno quiere permanecer. Donde hay un cepillo hay intención, hay ganas, hay corazón.

Suspiro.

Cuando finalmente el cepillo de dientes ocupa un lavabo ajeno, es un acuerdo de voluntades. Los violines suenan y a partir de entonces, es oficial, ahí hay amor.

Claro que puede suceder el desconcertante caso de que alguien te invite a dejar tu cepillo y entres en ataque de pánico. El dilema de aceptar un compromiso o [casi] abofetear al que [equivocadamente] fincó en ti sus expectativas románticas. En fin, aquí alguien está en el lugar equivocado.

Tengo un amigo que tiene un primo cuyo cepillo vivió en el lavabo de su pareja por un par de años hasta que un día [de muchos iguales] terminaron. Un mes después cuando por azares del destino regresó al departamento, su cepillo se había mudado del lavabo al bote donde se guardaban los utensilios para lavar el WC. Era el símbolo inequívoco de un divorcio [por decirlo elegantemente]. Dramático. Hasta la fecha, cuando el primo de mi amigo lo cuenta, una lágrima se le dibuja en el rostro.

Se puede decir que en cepillo se miden los amores [no] correspondidos.

Suspiro de nuevo.

Yo por ejemplo, soy un caso grave. Podría ser que simplemente fuera un poliamoroso ficticio o podría ser que me hubieran abandonado varias veces. Y aunque prefiero pensar en la primera opción, la realidad es que en mi lavabo habitan seis símbolos de amores perdidos.

Mientras suplico a los ingratos que se fueron dejando abandonados los restos de nuestros afectos bajo el espejo, confío en que para cuando el séptimo llegue, en México [las parejas del mismo sexo] tengamos la opción de convertir lo formal, en legal.

Tengan cuidado de dónde dejan el corazón. Cepillo es amor.

*termina su columna y se lava los dientes.

++++++

Gracias infinitas a las teorías de @sirenadeplata que dieron origen [y fin] a estas líneas y que habían quedado pendientes desde hace muchas tardes de reflexiones cotidianas.

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