Lado B
Alfredo Jiménez Mota, 8 años y nada
 
Por Lado B @ladobemx
02 de abril, 2013
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“Ni el último día de su vida, un verdadero periodista puede considerar que llegó a la cumbre de la sabiduría y la destreza. Imagino a uno de estos auténticos reporteros en pleno tránsito de esta vida a la otra y lamentándose así para sus adentros: “Hoy he descubierto algo importante, pero… ¡lástima que ya no tenga tiempo para contarlo!”

Manuel Buendía

Juan Carlos Cruz*

Para Alfredo Jiménez Mota, donde quiera que esté.

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«Lejos del glamour y los buenos sueldos, un puñado de periodistas mexicanos se empeñan en contarnos microhistorias que documentan cómo el hampa le sigue ganando terreno a lo que llamamos ‘nuestro país’. No pretenden dar cátedra ni se vanaglorian como ‘reporteros de investigación’: van a las madrigueras, miran de frente al monstruo y regresan a sus redacciones a describirlo. Saben que al hacerlo la vida les puede ir en juego. Lejos de la fama. De la gloria.», escribió el periodista Ciro Gómez Leyva, días después de la desaparición de Alfredo Jiménez Mota.

Hoy, a 8 años de la desaparición de Jiménez Mota, un puñado de periodistas sigue empeñándose en contar esas microhistorias de nuestro convulsionado país. Lo mismo en Chihuahua, Baja California, Veracruz, Michoacán, Coahuila, Sonora, Nuevo León, Guerrero, Sinaloa, y hasta en la golpeada y arrinconada Tamaulipas.
Ese puñado de reporteros lo hace, pese a la amenaza en que se ha convertido desde siempre el narco, y en los últimos años también la narcopolítica, ya sea la vinculada a los gobiernos de origen panistas o perredista o en aquella enraizada desde siempre en los gobiernos emanados del PRI.

Alfredo Jiménez desapareció el 2 de abril del 2005, luego que comentó a sus compañeros de El Imparcial de Hermosillo que iría a entrevistarse con una fuente, la cual durante las investigaciones, se sabría, pertenecía a la Procuraduría General de la República (PGR).

Jiménez Mota egresó de la Universidad de Occidente, campus Culiacán. Y en cuanto terminó la universidad, se incorporó a los medios de comunicación. Trabajó durante siete años en Sinaloa en periódicos como El Debate, Noroeste, El Sol, en la revista Cambio 21, entre otros. Y en Sonora, al momento de la desaparición, trabajaba para El Imparcial de Hermosillo, en donde cubría información relacionada con seguridad pública.

Siempre le llamó la atención la cobertura de la nota roja, esa sección donde en aquellos años todavía se curtían muchos de los reporteros principiantes y quienes pretendían ser buenos periodistas.

“Es que aquí (en la policiaca) si reporteas, si investigas, si trabajas y puedes hacer periodismo”, solía decir en aquellas pláticas entre colegas que cubríamos desde aquellos años la nota roja de manera que no fuera tan roja.

El día en que desapareció, Óscar Rivera Inzunza, entonces presidente de la Asociación de Periodistas Siete de Junio y quien fue asesinado dos años después, me llamó para decirme: “Loco, Alfredo no aparece, no llegó a su casa. Me hablaron sus papás y están muy preocupados”.

En la voz de Óscar se notaba preocupación. Ambos intuimos que nada bueno se avecinaba. Conocíamos a Alfredo y esa pasión periodística que sentía por el tema del narcotráfico y que lo llevó de nuevo hasta Sonora, su tierra natal.

Allí siguió cubriendo el tema de la violencia con investigaciones más profundas. Develó nombres y relaciones de narcos y policías, pero cuando estaba a punto de ventilar la relación de la narcopolítica, lo desaparecieron.

Lanzamos la primera “alerta” sobre la desaparición de Alfredo. Después vendría la movilización de colegas en el estado y después en el país. Al grito de justicia se unieron medios y hasta organismos internacionales, pero 8 años después, el caso de Alfredo sigue impune.

Lo peor es que en estos 8 años, la lista de asesinatos, desapariciones y agresiones contra periodistas y medios ha ido creciendo a la par de cómo crece la impunidad en nuestro país, tanto con gobiernos emanados del PAN, o como la que ha existido siempre con el PRI.

En lo últimos años, 120 periodistas han sido asesinados y 15 están desaparecidos, entre ellos Alfredo Jiménez Mota.

Ni la exigencia de ¡Ni uno más!, ni la presión internacional, han dado resultados para frenar las agresiones contra periodistas.

Por eso hoy vuelvo a hacer un llamado, como lo hicimos algunos colegas hace años también tras el asesinato del fotógrafo Gregorio Rodríguez: “¡No permitamos que la peste del olvido y la impunidad nos condenen en un silencio cómplice!. ¡No olvidemos que los cobardes disparos no sólo fueron contra la persona de Gregorio o de Alfredo, sino contra su familia y el gremio de los periodistas! Recordemos que los periodistas trabajamos para la información, nunca para el silencio”.

Hoy, 8 años después, sigo convencido que la mejor forma de recordar, indignarse y seguir pidiendo justicia para Alfredo, para Gregorio Rodríguez y para esos otros 120 periodistas asesinados y 15 desaparecidos, es seguir perteneciendo a ese puñado de periodistas combativos, honestos y apasionados que se empeñan en seguir contando lo que pasa en nuestro país, lejos de la fama y de la gloria.

*Reportero, fotoperiodista, fue coordinador editorial del periodico Primera Hora que se edita en Culiacán Sinaloa, y actualmente es freelance y trabaja como fotoperiodista para la agencia Procesofoto, y es profesor de periodismo y fotografía en la Universidad Autónoma de Durango.

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