Lado B
El retrato de Dorian Gray
Por Lado B @ladobemx
16 de julio, 2012
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Rolando Hernández Alducin, Sociólogo

Eugenio tenía 25 años cuando entró a la cárcel, era 1962. Estaba borracho, tenía problemas en casa y también en el interior. Violó a su hermana menor, luego para que nadie se enterara la mató con su machete, pero su madre lo vio cuando sacaba el cuerpo de la casa, entró en pánico, así que decidió matarla también con el mismo machete, sus dos hermanos escucharon los gritos y corrieron de regreso a la casa, vieron lo que su hermano menor estaba haciendo y trataron de detenerlo, pelearon con él, lograron amarrarlo, pero antes les dio varios machetazos y uno de ellos acabó perdiendo la vida, el que sobrevivió contó la historia. Violó a su hermana y la mató, mató a su madre y a uno de sus hermanos, al otro le cortó tres dedos de una mano y lo hirió en el pecho; el caso impresionó al juez y a la comunidad, le dieron 50 años de sentencia; sale de la prisión en un par de meses, acaba de cumplir 75 años.

Eugenio nació en una zona rural marginada; fue campesino analfabeta; hablaba náhuatl, aprendió un poco de español en la cárcel; creció en una vivienda precaria, hecha de madera, con piso de tierra, con letrina, con hacinamiento, con poco qué comer; su padre alcohólico le pegaba severamente desde niño; empezó a beber alcohol desde los 14 años, a los 20 su alcoholismo era severo; nunca tuvo una pareja, siempre tuvo problemas. Al llegar al centro penitenciario presentó una severa crisis por supresión etílica, la cual estuvo a punto de quitarle la vida durante el primer mes de su estancia en el centro, es probable que cuente con un daño orgánico cerebral secundario al abuso en el consumo de alcohol, mismo que pudo haber participado en el evento criminal durante un estado psicótico agudo, lo cual explicaría su severa crisis por supresión. Es decir, tanto alcohol pudo hacerlo sufrir alucinaciones en el momento del crimen y después casi lo mata por la abstinencia; esto, por supuesto, no lo eximió de su responsabilidad penal. Explicar su crimen por causa del alcoholismo es muy poco, explicarlo por pobreza y marginación también, por estado emocional violento tal vez, pero se queda corto; seguramente se trató de una conjunción de todas esos elementos: pobreza, marginación, familia disfuncional, alcoholismo, soledad, psicosis, daño orgánico, emoción violenta… todo encima de Eugenio.

Al inicio, después de pasar la prueba de sobrevivir sin alcohol, sufrió una prolongada depresión, no se levantaba, no platicaba, no salía al patio, mucho menos estudiaba o trabajaba, nada que le ofreciera la institución le importaba, el interior lo tenía deshecho, ni siquiera tenía ganas de morir, vivía sin ser, sin estar; al año del inicio de su encierro la vida le pareció demasiado cruel y finalmente intentó suicidarse, colgándose de las rejas de su celda con una sábana amarrada en el cuello, no lo logró porque varios compañeros lo vieron y fueron por ayuda. Desde ese fallido intento comenzó a aislarse cada vez más, no esperaba nada de la vida ni de las personas, los compañeros lo trataban con recelo, nadie que haya intentado suicidarse podía ser de confianza para ellos; además nadie lo visitaba, su familia estaba deshecha por su culpa y el castigo de los demás fue olvidarse de él, ese castigo de olvido le dolió en lo más profundo del corazón. Sin los otros, sin razones de ser ni motivos de estar, sin fuerzas propias ni ayuda externa, los años comenzaron a pasar, a difuminarse como humo en el viento frente a su mirada estática, vacía, triste. Por las noches, muchos años después, bocabajo en su catre, ocultando su llanto, repetiría incesantemente una palabra: nantli. Fue también la primera palabra que aprendió en español: Mamá.

Pienso en las cosas que han pasado en su mente y en su cuerpo, pero también en su comunidad, en el país y en el planeta en 50 años, mientras Eugenio ha visto pasar la vida y el tiempo desde la cárcel. 50 años de encierro, 25 años de edad al entrar, 75 al salir, toda una vida. Se recuerda a sí mismo alto y fuerte, moreno tostado por el sol, de bigote, con manos fuertes y mirada seria, con vigor para el campo, para la yunta y jalar los animales, para la siembra y para la cosecha, dice que le gustaba a las muchachas y que los hombres le tenían miedo, pero que el alcohol acabó muy rápido con él. Ahora es un señor chiquito, muy moreno, con el pelo todo blanco y largo, barba blanca colgante, está muy arrugado, muy cansado, tiene la mirada triste, va vestido de manta, con huaraches viejos, un cotón encima y un sombrero redondo de palma que oculta su rostro y sus lágrimas; los muchachos de la cárcel le dicen papá pitufo, a veces lo hacen reír, pero la mayoría de las veces los ignora, el tiempo y la soledad le han obligado indiferencia.

Eugenio recuerda que tras llegar a prisión se mantuvo diez años sin hacer nada, ni siquiera trabajar ni platicar con las personas, frecuentemente pensaba en el suicidio, pero aquella primera vez lo dejó sin ganas de volver a intentarlo; un día finalmente decidió ponerse a trabajar, pelando habas, haciendo artesanías, fabricando muebles, cociendo balones, de todo; el trabajo entretuvo un poco los años, pero nunca se le ocurrió estudiar, el poco español que sabe lo aprendió escuchando a los demás, tampoco se le ocurrió tener amigos o buscar compañía, lo que más deseaba era estar solo, sobre todo por las noches, cuando se ponía a pensar qué y para qué era la vida. A pesar de su edad, de su poco español y su probable daño orgánico, Eugenio todavía alcanza a platicar cosas coherentes. Ahora siente mucho miedo, no hay nada afuera para él, ningún familiar, todos han muerto, ningún amigo, nadie se acuerda ya de él, ninguna propiedad a su nombre, ningún lugar a dónde llegar, ningunas fuerzas para ir y buscar, ningún recuerdo al cual perseguir y, por supuesto, la institución no lo va a ayudar. 50 años de soledad, viviendo sin existir, sin ser ni estar, todo el tiempo pasado ahora le parece nada, es un parpadeo, un suspiro, humo en el viento.

¿Qué piensa usted de todo lo que le ha pasado?

Que la vida es un ratito -dice después de un tiempo para pensarlo-, pero más bien ni sé qué es la vida, no la viví.

¿Y ahora qué piensa hacer, a dónde va a ir?

Pos por ay, al pueblo, a ver qué… a lo mejor alguien se acuerda de mí.

¿Y si no hay nadie?

Pos hay muchos árboles, ay acabaré colgado en uno -ríe un poco, luego esconde la cabeza en el sombrero y se quita las lágrimas con la mano-, ora no fallaré, no habrá quién me mire.

¿Qué son 50 años en la cárcel?

Nada -dice rápido-, como el humo que uno se fuma, parece que ay está, pero no, cuando uno se voltea ya no está.

¿Por qué llora? -Se prolonga el silencio.

Porque no soy nadie -dice.

¿Quién hubiera querido ser?

Pos igual, nadie, pero afuera, viviendo, lo que sea, no sé, como fuera, pero viviendo, a lo mejor con un chamaco, una esposa, alguien que viera por uno, pero ni lo merezco.

¿Por qué no lo merece?

Pos uste sabe, por mi mamá, mis hermanos… a veces sueño con ellos, que me abrazan, antes soñaba que me jaloneaban, ora ya de viejo nomás sueño que me abrazan y me cuidan, que me quieren…

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