Lado B
La imaginación fantástica
 
Por Lado B @ladobemx
30 de marzo, 2012
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Alberto Chimal

@albertochimal

omo escritor me interesa lo que comúnmente, prejuiciosamente, se llama literatura fantástica. El término es equívoco porque se suele utilizar para un conjunto muy pequeño de obras, en general promovidas por grandes empresas de medios y dedicadas a ofrecer un entretenimiento  inocuo, conservador y simplista. La imaginación fantástica, por otra parte, es mucho más que eso. En sus momentos más elevados propone nada menos que una crisis de la conciencia: la búsqueda de lo otro real, no impuesto, no prefabricado, que no es menos importante en el siglo XXI aunque no nos parezca urgente: de hecho, las experiencias interiores que señala son más apremiantes ahora, en la actualidad mexicana, que nunca antes.

Nuestra tradición, por supuesto, sigue más proclive a la resignación con una idea tradicional de lo real: al “Aquí nos tocó” que cierra La región más transparente de Carlos Fuentes y se ha vuelto desde entonces un lugar común. Son tenidas por raras –excéntricas, minoritarias, despreciables– las obras que, más que repetir la apariencia “objetiva” de la realidad, busquen ponerla en dificultades: mostrar sus límites, que están siempre hechos de lenguaje, y especular sobre lo que estaría más allá de ellos.

Además, la búsqueda de estas obras parece adormecida ahora, vuelta impopular por las ansiedades del presente: cómo hablar de literatura fantástica (dirán muchas personas) en un momento en que resulta tan difícil no sólo hallar soluciones para los problemas de la realidad, sino lograr que nuestra conciencia consiga al menos abarcarlos. Cómo perder el tiempo en semejantes textos ahora que es otra de esas épocas obviamente aciagas, en las que los hechos escapan de nuestra comprensión, la misma existencia cotidiana nos parece inverosímil y repetimos la frase habitual: que nadie podría haber imaginado, nunca, lo que nos sucede.

Pero otra pregunta que deberíamos hacernos es por qué usamos semejante frase. Y por qué la defendemos incluso como parte de nuestra identidad.

México ha estado en guerra con su propia imaginación durante mucho tiempo: el carácter autoritario de nuestra cultura se remonta al menos hasta la época de la Colonia y, si bien se ha transformado con el tiempo, ha llevado a los poderes del país, en sus diferentes etapas y encarnaciones, a buscar siempre el modo de construir e imponer su propia idea de lo real: una visión a modo, acorde con sus deseos y sus inclinaciones. (La más reciente es la república mediática: la realidad como un subproducto de las noticias y los programas de espectáculos de la televisión.)

Como lo fantástico, desde sus orígenes en el romanticismo del siglo XVIII, ya implicaba el cuestionamiento de una idea abarcadora de lo real, entre nosotros siempre ha tenido el potencial de ser una forma peligrosa de la ficción: una forma subversiva. Este potencial no está en las novelas de Harry Potter o en Los juegos del hambre, por supuesto, sino en otras obras: en las que aquí propondría llamar literatura de imaginación (para utilizar un término sin contaminar) y que podemos reconocer por las reacciones de los estamentos culturales, de las autoridades que pretenden fijar el canon nacional y de los lectores de a pie que lleguemos a encontrar. La literatura de imaginación molesta a las mentalidades rígidas; incomoda y asusta a quienes creen en dogmas; encanta, maravilla y busca los caminos nuevos del pensamiento aun ante el riesgo del fracaso o de la locura.

Jorge Luis Borges escribió de cómo la ficción puede influir sobre la percepción de la realidad y de ese modo subjetivo, pero no menos contundente ni terrible, cambiar el universo; Ana María Shua condensa en sus minificciones referencias amplísimas y en cada una juega a cuestionar la tradición, y la realidad de ideas y valores que ésta defiende, de forma paródica; César Aira tiene más de una novela breve en la que vuelve delirantes las instituciones y las costumbres más serias y así las desmitifica y las desarma. Esta vertiente contestataria, contreras, de la literatura de América Latina es también la de imaginadores que ya son parte de la gran tradición de occidente desde Jonathan Swift hasta Stanislaw Lem; ésta es la vertiente de un puñado de escritores mexicanos que trabajan ahora.

Sus mundos no son cerrados en sí mismos y, de hecho, comparten una voluntad de confrontación que tiene la mejor (la más escasa) escritura realista. Los universos inventados que proponen son hostiles a los personajes que habitan en ellos y éstos, por lo tanto, se ven obligados a actuar: a pelear contra gobiernos opresivos, a conspirar contra organizaciones malévolas, a sortear catástrofes espantosas. Por otra parte, sus formas jamás son convencionales. La ficción occidental ha convertido las formas y estructuras narrativas en una mercancía, las ha estandarizado, las ha forzado a encajar en unos pocos moldes que se consideran los más beneficiosos, los más capaces de dar el mayor rendimiento posible con el menor esfuerzo, y justamente el sentido de muchos de los textos de esta corriente está en ir contra este acotamiento de las posibilidades de contar.

¿Qué utilidad tiene lo que hacen? Recordarnos que no es cierto que nuestra realidad sea más grande que cualquier ficción. De hecho es justo al contrario. El universo es inabarcable, por supuesto, e incluso la ciencia moderna, que tanto ha avanzando en conocerlo y explicarlo, tiene todavía enigmas por resolver, además de ser a estas alturas un cuerpo de conocimientos tan copioso y tan vasto que nadie puede comprenderlo por entero y muy pocas personas piensan en su existencia a lo largo de su vida cotidiana. Pero justamente por esto nuestra realidad no es esa plenitud sino una porción pequeñísima de ella: lo que se enlaza directamente con nuestra rutina cotidiana y nada más: aquello con la que debemos lidiar directamente si queremos sobrevivir.

Y esa realidad, en nuestro caso, es igual de pequeña e igual de engañosa que en cualquier otro. En estos días hay que considerar una paradoja de la que nunca se habla. Hablamos de la guerra contra el narcotráfico pero el narco, en cierto modo, ganó la guerra que se libra contra sus líderes y sus soldados hace mucho tiempo, y probablemente la ganó incluso antes de que se declarara el combate hace algunos años. No me refiero sólo a la corrupción que existe y prospera por todos lados en la sociedad y el estado mexicanos. También está el hecho innegable de que la cultura mexicana está ya conquistada: la imaginación de millones de nosotros ya está colonizada por las ideas de la violencia, por las fantasías y los mitos de la violencia. Esa es la ficción que rige nuestra realidad: esas son las ilusiones, los sueños y las pesadillas que se han impuesto sobre nosotros, como en otro tiempo se impusieron las de la fiesta neoliberal, con cinismo y su abandono y su desencanto, y antes las del corporativismo político: el ogro filantrópico del que escribió Octavio Paz, el rey y los caciques que se fingían instituciones democráticas. Esa es la ficción que sobrepujó a nuestra realidad y se convirtió en nuestra nueva realidad, como podemos ver en las noticias y, cuando peor nos va, en nuestra propia vida: una idea de la existencia como la búsqueda del poder sin reglas o la indefensión ante el poder sin reglas, una historia de salvajismo y de impotencia. Una catástrofe interminable.

La literatura de imaginación, por encima de todo, tiene el propósito de descolonizar, liberar de la imaginación literaria y la imaginación general, como lo intentan la obra de Ludwig Tieck, la obra de Rimbaud y de Panero, la de todos los locos y los excéntricos de la historia de la literatura. Los caminos que traza para hacerlo son, sobre todo, los caminos de la vida interior, de una porción no menos real de la existencia humana pero que tenemos tan olvidada, en general, como la vastedad del cosmos. ¿De qué sirve esto en las circunstancias presentes? Sirve como un recordatorio: no de que existe una ruta que todos debamos seguir, sino justo de lo contrario: de que puede haber otras rutas, las de cada individuo, las olvidadas, las secretas. El poder actúa sobre nosotros reduciéndonos y en cambio la imaginación nos incrementa: nos permite indagar en lo que somos, nos permite explorar el mundo a nuestro modo, nos permite ver lo que está más allá de nosotros y de quienes dicen estar más arriba, quienes dicen ser mejores.

¿Ya he dicho que esta literatura es subversiva? Agrego que es una subversión necesaria: ninguna literatura puede cambiar el mundo pero ésta es una de las pocas que puede cambiar a los individuos.

Escucha acá la ponencia leída por su autor y las ponencias que también participaron en esa mesa: Alberto Chimal, Cristina Rascón, Yussel Dardón, Penélope Córdova y Alicia Flores

Yussel Dardón

Pensar en las posibilidades de reescribir a México en el siglo XXI es una provocación disfrazada de tautología, incluso de tanatología. Entonces recuerdo la conferencia de Philip K. Dick titulada “Cómo construir un universo que no se derrumbe dos días después”. Sonrío, claro. Luego pienso en la multiplicidad de realidades que se conjugan en un espacio fragmentado que de poco en poco, en el mejor de los escenarios, se construye. Sin embargo, construir es destruir un espacio y viceversa.

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Arturo Vallejo

Quiero comenzar aclarando que en mi opinión a México no sólo hay que reescribirlo. Habría que romper el papel y sacar otra libreta para comenzar de nuevo. Por lo menos así es como creo que se ve la cosa en estos momentos. Con esto dicho haré un esfuerzo para imaginar un nuevo país ahora, en este nuevo siglo.

Otra cosa que debería advertir es que desde siempre me han vuelto loco los superhéroes.

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Raquel Castro

Tiré a la basura el texto que estaba terminando y empecé de nuevo: tenemos que rescribir México desde el humor. Se supone que somos un país que se ríe de la muerte, que domina el humor negro y que no tiene miedo de carcajearse de sí mismo. Se supone que tenemos una tradición literaria que también sabe tomarse con humor las cosas, heredera del español Francisco de Quevedo, con representantes como José Joaquín Fernández de Lizardi, Jorge Ibargüengoitia, Emma Godoy, Jorge Mejía Prieto y Carlos Monsiváis, por mencionar sólo a algunos.

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