Lado B
Un aficionado sin pedigree perdido en el Cuauhtémoc
Para portar "la del Puebla”, primero hay que vivirla
Por Lado B @ladobemx
09 de enero, 2012
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  • Para portar «la del Puebla”, primero hay que vivirla

Foto: Joel Merino.

Xavier Rosas

@wachangel

Debo reconocer que, como aficionado al equipo del Puebla de la Franja, no suelo asistir al estadio Cuauhtémoc para presenciar los partidos que cada quince días se llevan a cabo, tal como algunos otros compañeros acostumbran. Es más, desconozco quienes conforman la plantilla actual de jugadores de mi equipo; sin embargo, cuando alguien me pregunta a qué equipo le voy, al instante respondo que al Puebla, cosa que ahora me cuestiono luego de mi visita al estadio este domingo.

Todo comenzó la semana pasada luego de la junta de Redacción de Lado B. La decisión sobre quién asistiría al encuentro dejó un resultado que me hizo plantear muchas preguntas, ya que tendría que acudir al encuentro de inicio de torneo para hacer una crónica del enfrentamiento entre los Camoteros y los Zorros del Atlas, el cual terminó con un empate a cero goles.

Debo destacar que con la amplia experiencia que tengo como aficionado futbolero, y sobre todo camotero –que ya mencioné líneas atrás-,  pensé que no resultaría difícil escribir alguna anécdota del partido; sin embargo, cuando inicié la travesía por conseguir un boleto todo cobró sentido: no cabe duda que “al pan, pan y al vino, vino”, desde ahora reconozco.

Foto: FMF

Sin pedigree para el boleto

Una fila de al menos 20 personas se encontraba en uno de esos establecimientos en los que se compran zapatos deportivos de un tal Mr. Algo. En el lugar, a todos los que aguardaban para comprar el boleto no les importaba el tiempo de espera -más de 30 minutos- para conseguir la anhelada entrada. Por mi parte, sentía que estaba engañando a todos aquellos que pacientemente esperaban su turno, y veía  incluso que algunos de ellos, aficionados al igual que yo al equipo de La Franja,  ya portaban la playera del conjunto de casa; es decir, llevaban “puesta” la del Puebla, como si se tratara del certificado de calidad que permite a quien se llame aficionado conseguir un boleto, situación que me dejó la sensación de no tener pedigree camotero para comprar una entrada.

Mientras esperaba impaciente a que la fila avanzara más rápido, ya que por instantes parecía estar estática y me hacía sentir que era el único ser en aquel lugar que quería largarse a casa a comer, me preguntaba qué tan difícil puede ser conseguir una entrada -obviamente iba a comprar sólo una-, situación que quedó respondida cuando tocó mi turno, luego de los 30 minutos ya citados, y la delicada voz de la señorita del mostrador que me preguntaba cuántos boletos de la temporada iba a comprar.

-¿Cuántos boletos de la temporada?, ¿acaso la gente no viene a comprar sólo un boleto?, ¿acaso soy el único ser que irá solo al estadio?, ¿no se compran por partido las entradas?, ¿habrá un loco que compre la temporada entera?-, las preguntas comenzaron a inundar mi cabeza de incertidumbre. A cada instante que permanecía observando la mirada incrédula de la señorita del mostrador, luego de decirle que sólo quería un boleto para el partido del Puebla contra el Atlas, lo único en lo que pensaba era en salir corriendo del lugar, no sin antes doblar la entrada que había conseguido para que al menos pareciera que llevaba dos boletos en mano.

Fue luego de comprar el boleto que una sensación de misticismo futbolero inundó mi cabeza. Con la entrada en mano, la falta de pedigree camotero y sin una playera del equipo, sentía que invadiría un estadio y no que iría al recinto de mi equipo, que sería un farsante cuando vitoreara el gol del Puebla, si es que se llegaba a dar. Supe que irle a un equipo va más allá de sólo decirlo, que hay que vivirlo y sentirlo.

Cambio del equipo local: entra con el número N un desconocido

Foto: FMF

Mi llegada al estadio fue con el retraso mexicano habitual. Resulta que la construcción del Viaducto Zaragoza desvió el camino del “chícharo vengador” (mi auto color verde aceituna); la desviación me llevó hasta Villa Frontera, lugar alejado de la mano del señor… gobernador, o al menos eso parece ocurrir en aquel lugar.

Mientras tanto, la radio me permitía captar la señal de AM que emitía el encuentro, por lo que no perdía detalles de lo que pasaba al interior del Cuauhtémoc. En realidad lo único que tenía en mente mientras lograba sortear los obstáculos –baches de más de un metro de diámetro de la colonia antes citada- era que mi directora se diera cuenta que aún no llegaba el reportero que había quedado en cubrir el evento, situación que hacía que acelerara el paso y el pequeño automóvil se convirtiera, por momentos, en un feroz jeep que sorteaba los obstáculos alejados de las “Mil Calles” del mandamás de la ciudad: Eduardo Rivera.

Al menos el arribo al estadio Cuauhtémoc no estuvo exento de paisajes pintorescos que me recordaron que estaba experimentando la poblaneidad, o al menos sentía que me acercaba cada vez más a aquel pedigree con el que no contaba para asistir a un encuentro de La Franja. Entendí que, gracias a nuestras autoridades, sentía aquella sensación de pertenencia a un lugar, me sentía realmente poblano.

Finalmente logré llegar al estadio a los diez minutos de comenzado el encuentro. A mi llegada un dispositivo montado, no por los agentes de Tránsito, sino por cientos de “viene-viene” que desarrollaban labores parecidas a las de los “tranchos”. Todos ellos uniformados y listos para el silbido y los movimientos de la franela en mano para «ganarse» los 35 pesos que cuesta estacionarse en las canchas de basquetbol que están en las inmediaciones del Cuauhtémoc. Por supuesto, no me quedó de otra que pagar la aportación que exigían y correr a la entrada 4 del estadio.

Al ingresar, a pesar de sentirme poblano por las peculiaridades del camino –cosa que aún no sé si agradecer o reclamar a las autoridades-, escuché una voz que me recordó que sólo era un extraño que decía llamarse aficionado al Puebla de La Franja: Cambio del equipo local. Entra con el número … (un desconocido).

Conseguir lugar no fue difícil, la zona Dorada aún no se llenaba, al igual que el resto del estadio. Quedé a un costado de la porra del equipo rival: los Zorros del Atlas, y entendí de nueva cuenta y con mayor peso que llamarse aficionado va más allá de sólo decirlo, que hay que vivirlo.

La porra del Atlas parecía crecer a cada segundo; sus cánticos y porras no dejaron de escucharse durante todo el encuentro y ante la falta de juego del  conjunto camotero, parecían disfrutar que los locales no conseguían anotar en el marco de Villalpando, ex arquero que debutó en el Puebla temporadas atrás.

Aquella porra rojinegra se movía de un lado a otro, bailaba, saltaba y tocaba sus tambores. Días atrás el reportero de deportes de Lado B me había comentado que aquel equipo estaba en descenso y que por obvias razones el Cuauhtémoc no se llenaría; a pesar de ello la porra del Atlas no dejaba de vitorear a su equipo y reclamana al árbitro cada una de las penalizaciones en su contra; en realidad parecía que ellos dominaban el partido y no los jugadores.

Imagen: http://www.oyemexico.com

Por parte del Puebla, sólo los que pertenecían a la porra oficial cantaban y vitoreaban a los camoteros, el resto de la afición sólo observaba el encuentro. Al medio tiempo fue el único momento en el que pareció que la afición despertó de aquel juego poco interesante, ya que los poblanos no dejaron de silbar a las edecanes que desfilaron para promocionar a los sponsors del equipo local, así como a un grupo de 8 porristas que salió al campo a deleitar a los espectadores aunque -como bien señaló una señora sentada atrás de mí- ni siquiera estaban coordinadas.

Del encuentro sólo puedo decir que ni pena ni gloria para el equipo de La Franja. Lo más peculiar fue la llegada de tres extranjeras con cuerpos exuberantes. Al verlas llegar recordé que en mi tiempo de universitario solíamos invitar a las estudiantes de intercambio a ir al estadio, claro que  la intención nunca fue demostrar la afición por el Puebla, sino intentar algún cortejo de talla internacional.

De alguna manera, pienso ahora, yo también asistí al estadio como un extranjero que ni siquiera tiene la playera del equipo. De todos modos, y aunque me he hecho el propósito de conocer más de La Franja, cuando alguien me pregunte seguiré diciendo que le voy al Puebla.

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El encuentro

Los rojinegros del Atlas se llevaron un punto a casa luego del empate a cero goles en el primer encuentro del Torneo de Clausura 2012 ante una Franja que le faltó concretar sus llegadas.

En su debut como director técnico del Puebla, Juan Carlos Osorio trató de lograr la victoria mediante cambios ofensivos, sin lograr la anhelada anotación. Las jugadas de mayor peligro fueron en el segundo tiempo por parte de Luis García al minuto 76 y Rodrigo Salinas al 83’, quienes acariciaron el travesaño del marco del arquero rojinegro Villalpando.

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Autor Lado B
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