Lado B
Una nueva mirada femenina. Las nudes de Viétnika Batres
Se trata de una serie de pinturas que se aleja de la historia del desnudo femenino, históricamente atado a la mirada del hombre
Por Lado B @ladobemx
07 de marzo, 2025
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Por Carlos Acuña / Fábrica de Periodismo

Fueron las miradas sobre todo. Cuando Viétnika Batres reparó en la manera en que las mujeres se miraban al momento de tomar su celular para capturar una foto de su propio cuerpo desnudo –una selfie, una nude– , supo que le habían compartido no sólo una intimidad poderosa: estaba ante la evidencia pura de un pequeño pero muy significativo cambio en la historia de las mujeres en México. 

La anécdota inicia con una tragedia. La pandemia de Covid-19 en 2020, los cientos de miles de muertos en México a causa del virus, la vida en confinamiento y las relaciones trastocadas por la distancia o el encierro. 

Periodista de profesión –directora de las oficinas en Ciudad de México del periódico El Sur de Guerrero–, Viétnika se encontró no sólo encerrada dentro de cuatro paredes, sino con la obligación de leer, día a día, las novedades sobre hospitales desbordados, olas de contagio, semáforos epidemiológicos o cifras contradictorias sobre el número de fallecimientos. Tenía los nervios hechos trizas.

–Llegó un momento en que ya no podía entrar a Facebook porque me enteraba de gente conocida, amigas, amigos, que morían o eran hospitalizados –cuenta–. Y en el trabajo debía leer todo el tiempo al respecto. No podía más. Platiqué un día con mi amigo Andrés Juárez. Él estaba, sobre todo, muy aburrido, lejos de la ciudad y de todos. Medio en broma, yo le dije: “pues mándame unas nudes”. Él no lo dudó y me mandó una foto muy bonita de él, que es muy moreno, cobrizo, acostado en su cama entre sábanas de un color rojo quemado que contrastaban muy poco con su piel. Era una imagen atractiva. “Te voy a pintar”, le dije.

Funcionó. Pintar le otorgó un espacio de recreo y terapia en medio de la crisis pandémica. Decidió seguir en la misma línea y comenzó a pedir nudes de sus amigas y amigos más cercanos para convertirlos en retratos. 

Deseaba hacer una serie de pintura que fuera también una reflexión sobre el erotismo en la pandemia. Una forma de explorar ese nuevo fenómeno de seducirse a la distancia a través de dispositivos móviles. 

Esta vez todos los hombres rehuyeron la invitación. En cambio, su idea fue celebrada por más de 20 mujeres que le enviaron una, dos, toda una serie de autorretratos con poca ropa o nada. El exceso de piel, sin embargo, fue menos importante cuando Viétnika reparó en los ojos de las protagonistas de aquellas imágenes.

Qué privilegio admirar esos gestos por primera vez. Profesionistas, colegas del gremio editorial, documentalistas o escritoras, amigas pero sobre todo personas admirables, independientes, completas. Mujeres que se miran a sí mismas mirándose. Decididas en cada unas posturas, algunas se maquillan frente a la cámara o sonríen con los ojos clavados en la cámara o perdido en un atisbo de la pantalla. Hay quienes juegan con los reflejos de su casa o de sus espacios íntimos, como para multiplicar su cuerpo y abarcarlo desde dos o más ángulos 

Posaban para ella, claro, pero primero para sí mismas. 

La fuerza de esas miradas a mí me conmovió –dice Viétnika–. Me hizo pensar, sentir, que estaba ante un terreno muy fuerte, ¿no? Como mujer, contemplar esa libertad y esa decisión para expresarse y exponerse así en fotos íntimas para mí fue, qué te digo, tremendo. Las mujeres tenemos una relación complicada con las miradas. Pasamos la vida bajo ese yugo: las miradas de los otros y cómo juzgan tu cuerpo. Sobre todo las miradas masculinas, por supuesto. Pero también la publicidad, el cine, todo. Yo tenía a todas estas mujeres diciéndome cómo querían, cómo merecían ser miradas.  

* * *

Desnudas y sin miedo

La historia del desnudo femenino es, en efecto, la historia de la mirada del hombre. Paternalista, sexualizado, idealizante o directamente opresivo, el punto de vista masculino ha normado y juzgado el cuerpo de la mujer durante siglos. No decide qué mujeres merecen ser retratadas –las jóvenes casi púberes, las blancas de medidas perfectas–, sino cómo y qué se muestra de ellas. En posiciones de sumisión, casi siempre estáticas, ocultando sus defectos, angelicales: objetos sexualizados o mitos virginales.

–En general, cuando las mujeres posan desnudas para una obra suele ser para hombres. La mirada masculina ha construido el desnudo femenino. Es así. O sea, el primer desnudo femenino pintado por una mujer del que se tiene registro en la historia del arte es de 1916. Tiene poco más de 100 años. ¡Y la historia del arte es la historia de la humanidad! Cuando supe eso, me escandalicé. 

Viétnika se refiere a A Model: un autorretrato realizado por la pintora estadunidense Florine Stettheimer, también poeta y escenógrafa teatral, feminista. La pintura la muestra a ella, con el cabello encendido, recostada sobre una cama y sosteniendo un ramo de flores. La mirada al frente, fija en el espectador.  

Por supuesto, no es que las mujeres no quisieran retratarse o retratar a otras. Existe la teoría, muy difundida, de que las Venus de Willendorf, esas esculturas paleolíticas encontradas en Asia a principios del siglo XX, fueron realizadas por mujeres a partir de exploraciones de su propio cuerpo: selfies en piedra. 

Pero en Occidente, la historia del arte, la historia misma, ha sido escrita por hombres: la validez de la mirada femenina no existía antes del siglo XX. 

Cuando una mujer pinta un desnudo, así sea un autorretrato, va más allá. Pinta el cuerpo como es: es materia, es realista. No es un cuerpo idealizado o inmóvil. Pero además también se pinta el contexto, porque el contexto importa. Así sea un tono erótico o no. 

Durante el proceso de manufactura de las piezas de #ellasmandanNUDES, exposición que se inaugura este viernes 7 de marzo de 2025 en el San Pedro Museo de Arte, Centro Histórico de la Ciudad de Puebla, Viétnika comenzó a leer el libro Desnudo y Arte de Eli Bartra. Le ayudó a confirmar sus primeras sospechas y pudo también nombrar con más exactitud lo que sentía al pintar aquellas imágenes. 

Le impresionó un episodio, acontecido en 1989, cuando el grupo feminista Guerrilla Girls colocó un enorme cartel frente al Museo de Arte Moderno de Nueva York: “¿Tienen que estar desnudas las mujeres para entrar en el Metropolitan Museum? Menos del 5 por ciento de los artistas de la secciones de arte moderno son mujeres, pero 85 por ciento de los desnudos son femeninos”. 

Al mensaje le acompañaba una reproducción de la Gran Odalisca de Jean-Auguste-Dominique Ingres, una pieza emblemática del desnudo femenino, pero con una máscara de gorila en el rostro de la mujer –la cara de gorila era la firma de Guerrilla Girls, quienes siempre aparecían en público con máscaras de primates peludas.

También menciona la obra de Nona Faustine, artista afroamericana que en 2021 exhibió más de 40 autorretratos en donde aparece ella, muchas veces desnuda, en lugares que hace todavía siglo y medio resultaban claves para la compra y venta de esclavos en Nueva York.

–Es el pasado, sí, pero eso significa poco cuando se trata de algo así. Comerciaban con los cuerpos de las personas, de los hombres y de las mujeres. Esos cuerpos muchas veces estaban desnudos. Y pienso en eso ahora: cómo el desnudo de la mujer no sólo es algo erótico o sexual, también puede encarnar todo eso, porque encarna esas memorias. Genera morbo, sí, pero también miedo. Es como una bomba de tiempo.

* * *

ViétnikaFoto: Cortesía

Viétnika
Foto: Cortesía

Un talento familiar

No es un secreto que una parte de la familia de Viétnika Batres se encuentre hoy dentro de los círculos de la alta política. Un ex jefe de gobierno, una diputada, una ministra en la Suprema Corte de Justicia. Cada cual carga con sus propias decisiones, sus propias polémicas y reclamos. 

De una familia militante por tradición, ella misma formó parte del Partido Comunista hace ya varias décadas, pero renunció para dedicarse, de tiempo competo, al periodismo. Trabajó en el Unomásuno original, en la revista Proceso, fue fundadora de La Jornada, de La Revista de El Universal, de la revista emeequis, fue jefe de la oficina de la revista Time en México, entre otros lugares. Eso no la exime de que las polémicas o escándalos que protagonizan sus hermanos la alcancen de cuando en cuando. 

–No me parece justo que hablemos de ese tema –argumenta–. Lo que yo quiero es que la gente vea mi trabajo. En este caso mi apellido es irrelevante: circunstancial. Lo que yo hago no tiene nada que ver con lo que hagan mis hermanos. A veces parece que yo no tuviera una voz por mí misma debido al lugar que ocupan mis hermanos: sé que es lo que mucha gente piensa primero. Pero es molesto.

–Y sin embargo, tu hermano Martí también pinta. Tienes otra hermana dedicada al arte. ¿Es algo familiar?

Mis abuelos, por parte de ambos lados, eran carpinteros: crecimos mirando sus bocetos. Mi mamá era profesora: siempre nos ponía a dibujar, pintar. Siempre hubo materiales en casa. Y mi padre era, es, un perfeccionista obsesivo. Me acuerdo particularmente de una ocasión en que yo estaba dibujando un Zapata para una ceremonia cívica. “No, no, no, no, eso está horrible”, me dijo. Y después me enseñó la técnica de dibujar con cuadrícula, me hizo repetir el dibujo en un pliego gigantesco de papel manila. Y quedó muy padre y todo. No dormí nada esa noche. En la escuela nadie le puso atención. Odié ese Zapata mucho tiempo. Pero aprendí. 

Todos crecimos un poco con eso. Mi hermano Martí pinta al óleo. Mi otra hermana, Valentina, hace esculturas sobre todo, pero también pinta retratos. Olinamir en la pandemia perdió a su compañero de vida y decidió dedicarse de lleno al arte. 

* * *

La intimidad pública

Resulta interesante pensar en los tiempos que corren. Un teléfono puede ser una cámara fotográfica. Por su tamaño compacto, la cámara puede ser usada también como un espejo. Pero ese espejo es también una ventana por donde una, uno, puede asomarse y en donde otras, otros, se asoman. 

Las pinturas de Viétnika Batres son también eso: retratos de teléfonos móviles, ampliaciones de pantalla, espejos donde las mujeres se miran a sí mismas y nos miran mirándose, ventanas a una intimidad que ha cambiado su carácter a causa de las redes sociales, su inmediatez y su omnipresencia. 

–A mí me llama la atención cómo hemos ido metiendo estos dispositivos a nuestra casa, a nuestros espacios más personales, a nuestra rutina –dice–. Le hemos quitado velos a nuestra intimidad. Este tema para mí es importante: como periodista me han hackeado, se han metido a mi celular, a mi computadora. He recibido amenazas. La privacidad, la intimidad, la seguridad digital. Por eso me llama la atención que las mujeres puedan de pronto convertir un momento de vulnerabilidad en una expresión de su fuerza, de su poder. 

Recuerda una noticia que leyó hace unos días: el alcalde de Actopan, un municipio de Puebla, atropelló y asesinó a su esposa, María Elianet Sandoval Castillo, después de una discusión. Continúa prófugo. Recuerda que cuando comenzó a realizar estas pinturas, las noticias sobre feminicidios solían estar acompañadas de imágenes sanguinolentas del cuerpo de las mujeres siempre vejado, torturado, humillado. La porno-venganza –exhibir las imágenes privadas como castigo por terminar una relación– era practicada con impunidad por legiones de hombres despechados. 

–Hoy hay una diferencia, ¿no? Es decir: las mujeres tuvieron que pelear para conseguir leyes y cambiar esto. Que los cuerpos de las mujeres no fueran exhibidos así en la prensa. Que las imágenes que compartes en confianza no sean usadas en tu contra después. Ese tema a mí me importa: es necesario construir un discurso positivo sobre los cuerpos de las mujeres, sobre el cuerpo desnudo. 

Porque el mensaje es que el cuerpo de las mujeres no importa: que puedes aventarlo en una zanja o exhibirlo en primera plana totalmente humillado. Que es desechable. Y nuestro cuerpo no es sólo un instrumento sexual o un objeto de deseo: es lo que nos sostiene, lo que nos da vida, lo que somos.

* * *

Cuatro años tardó en terminar la serie –en las que pinta a mujeres emparejadas y solteras, bugas y gays, madres y no madres, jóvenes y maduras; siempre robándole horas a su rutina nocturna como editora y directora de las oficinas de El Sur de Guerrero en la Ciudad de México, pintando de día o en los extraños ratos libres, algunos retratos le llevaron más de un año. 

En una época en donde todo se olvida con la velocidad y el vértigo del scrolling, en que la intimidad es un bien cada vez más devaluado por la pulsión algorítmica de exhibirlo y convertir cada momento de la vida en un espectáculo, el acto de dedicar tiempo a pintar 20 escenas de intimidad compartida implica una decisión a contracorriente. 

Se trata de una apuesta por hacer una pausa profunda y mirar con calma todo aquello de nosotros que todavía no es máquina: la plasticidad de los colores que se sobreponen sobre un bastidor, el cuerpo –la cuerpa– que se expresa con la sensualidad de quien se sabe dueña de sí y de sus decisiones, las miradas codificadas en pixeles convertidos ahora en líneas, puntos, juegos de luz sobre una superficie.

* Este texto se publicó originalmente en Fábrica de Periodismo y se reproduce con autorización del medio y la artista.

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