Y no decimos nada…

La primera noche
se acercan
y cortan una flor de nuestro jardín
y no decimos nada.
La segunda noche
ya no se esconden, ellos
pisotean las flores, matan a nuestro perro
y no decimos nada.
Hasta que un día
el más débil 
entra en nuestra casa solo
nos roba la luz, y,
conociendo nuestro temor
nos arrebata la voz de nuestras gargantas
y porque no dijimos nada
ya no podemos decir nada.

Vladimir Maiakovski. Y no decimos nada.

 

La primera noche cortaron algunas flores de nuestro jardín común y no dijimos nada, luego dejaron de esconderse y no sólo pisotearon las flores y mataron a nuestro perro sino que se fueron apropiando del jardín y de todos los jardínes vecinos con toda impunidad y seguimos sin decir nada. Y así fueron pasando los días con sus noches y sumando meses, años, décadas, hasta que nos robaron la luz y la esperanza, porque supieron de nuestro temor y de nuestra indefensión. Como estábamos inermes nos empezaron a cortar la voz de nuestras gargantas y porque no dijimos nada, ya no podemos decir nada.

Así llegamos al día de hoy en este país sin ley, en el que además de nos quiere quitar el poder que se encarga de revisar que las leyes se apliquen para protegernos y no para favorecer a un partido político, a un gobierno, a un grupo de poder. En lugar de reformar lo mucho que hay de débil, de desorganizado, de corrupto en este sistema, se trata de destruir para capturar, para que los que aplican las leyes sean electos por el “pueblo”, es decir, por el partido en el poder.

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Como en los viejos tiempos, el poder legislativo ya actúa conforme a lo que le dicta el ejecutivo pero falta someter al judicial para que todos respondan a lo que la voz y el dedo de Palacio -que muy probablemente recibe a su vez instrucciones desde algún lugar desconocido donde opera quien la llevó a vivir ahí- indican que debe ser realizado, legislado, aprobado o rechazado, absuelto o condenado.

Pero además de tener bajo su mando los tres poderes, ya sin organismos autónomos ni contrapeso alguno, hay que apoderarse de los medios de comunicación para que se amplifique cotidianamente la unanimidad de los aplausos, de los agradecimientos y los vítores a quienes están construyendo la gran transformación del país. Que no se escuche ninguna voz disidente, que no se toque a quienes gobiernan formalmente ni con el pétalo de una crítica. Por eso de pronto los que antes eran analistas políticos se han vuelto expertos en modas y hablan del vestido de la presidenta en lugar de revisar sus acciones y los que no hacen eso, pierden su trabajo.

El corte de las gargantas empezó hace seis años y se machacó diariamente con adjetivos, insultos, amenazas, publicación de datos confidenciales o incluso invento de datos personales. Esto creó un ambiente para generar atentados y asesinatos: 47 periodistas fueron víctimas de homicidio por realizar su labor de investigación y crítica durante el sexenio que terminó. La misma cifra que en el gobierno anterior de Enrique Peña Nieto.

Obviamente se prometió investigar pero nunca se hizo. Se llegó incluso a culpar a las víctimas de sus propios homicidios desviando la atención a aspectos de su vida privada o en el caso del atentado fallido contra Ciro Gómez Leyva, de auto-organizar su propio atentado para generar desprestigio al gobierno.

En este sexenio no han proliferado los insultos en lo que ya se convirtió en un programa de variedades matutino. No ha hecho falta porque ahora se actúa directamente a través del despido de los periodistas y opinadores incómodos. El cambio de gobierno ha sido la oportunidad perfecta para sacar de muchos medios de comunicación escrita y audiovisual a un buen número de analistas y comunicadores conocidos por sus posturas críticas al gobierno. Hubo incluso un caso que se volvió viral en las redes: el del conductor de un programa de crítica política del canal 66 de Baja California, Gustavo Mecalpin, que fue despedido en vivo por el director del canal, presuntamente por haber cuestionado al esposo de la gobernadora. 

Mientras tanto el país se cae a pedazos. La violencia continúa y crece en crueldad en diversos territorios como en Chilpancingo donde el crimen organizado asesinó y decapitó para exhibir después el cadáver del alcalde que tenía seis días en funciones, después de haber asesinado a quien iba a ser su secretario de seguridad pública. En Chiapas la Guardia Nacional asesinó a un grupo de migrantes “por equivocación” y Culiacán está prácticamente en estado de sitio que mantiene comercios cerrados y niños que no van a la escuela por el temor a la violencia incontenible en las calles. ¿Las autoridades? Como si nada pasara. La presidenta dedicó menos de cinco minutos al tema gravísimo del alcalde y la autoridad militar declaró claramente que el alto al fuego en Culiacán no dependía de ellos sino de los cárteles que se tenían que poner de acuerdo.

Como bien dice Alma Delia Murillo en su artículo reciente en Reforma, es cansado volver una y otra vez a estos temas, pero “…más vale no cansarnos porque registrado el estruendo con el que aplauden los aplaudidores con su aplastante y fabulosa mayoría, vamos a tener que esforzarnos mucho para que lo que se tiene que oír, se oiga…

¿Qué hacer desde el campo educativo para intentar resistir y si es posible revertir al menos un poco esta situación de caos generalizado y de embriagamiento de poder traducido en soberbia por quienes recibieron una aplastante mayoría en las urnas pero no entienden que esa mayoría es apenas un porcentaje menor del total de los mexicanos? En primer lugar, no unirnos al coro de aplaudidores que asumen ciegamente el mito de que “ganaron los buenos”, que “el lado correcto de la historia ya llegó al poder” y que todas estas cosas que pasan son inventos de los opositores para desprestigiar al gobierno y descarrilar la transformación.

En segundo lugar, no confundir el pensamiento crítico con el alineamiento a ese pensamiento decolonial que se está manejando ideológicamente para ponernos un blanco muy distante para la crítica: el rey de España que no pide perdón, los países colonizadores, los intelectuales de la “blanquitud”, etc. con el fin de ocultarnos los hechos terribles que tenemos enfrente, en nuestras comunidades alrededor de las escuelas, en las historias de nuestros educandos y que no nos atrevamos a criticar lo que pasa a nuestro alrededor hoy. Ser crítico es cuestionar el colonialismo, pero criticar el actuar del gobierno es traición a la patria.

En tercer lugar, promover un auténtico pensamiento crítico en nuestros estudiantes, que además de reflexionar sobre las injusticias del pasado pero con una conciencia histórica clara y no queriendo aplicar a otros tiempos los criterios de hoy, sean capaces de cuestionarse sobre las estructuras y la cultura de violencia, injusticia, corrupción, autoritarismo y polarización que se está apoderando de nuestro jardín y amenaza con arrebatarnos la voz de nuestras gargantas mientras nosotros no decimos nada y con ese silencio estamos abriendo la puerta a un escenario cercano en el que ya no podamos decir nada.

Juan Martín López Calva: Doctor en Educación por la Universidad Autónoma de Tlaxcala. Realizó dos estancias postdoctorales en el Lonergan Institute de Boston College. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadores, del Consejo Mexicano de Investigación Educativa, de la Red Nacional de Investigadores en Educación y Valores y de la Asociación Latinoamericana de Filosofía de la Educación. Trabaja en las líneas de Educación humanista, Educación y valores y Ética profesional. Actualmente es actualmente es profesor-investigador en la facultad de educación de la UPAEP.