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México: “Somos lo que ustedes llaman desplazados climáticos”
Al menos ocho comunidades en diferentes regiones de México ya padecen las consecuencias de la “erosión costera”, término que sintetiza lo que sucede cuando el mar avanza hacia la tierra.
Por Mongabay Latam @
15 de agosto, 2024
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La historia de vida de Guadalupe Cobos está enlazada a un territorio que apenas y se distingue en los mapas. Esa porción pequeñita de tierra revela aún más su vulnerabilidad cuando se le mira en las imágenes de satélite: está envuelta casi por completo por las aguas del mar fusionadas con las de un caudaloso río. Un terreno largo y angosto es su única ancla al continente.

Guadalupe Cobos tenía 12 años cuando llegó a esta tierra que mira hacia el Golfo de México. Ella y su esposo dejaron Belén Grande, comunidad de San Andrés Tuxtla, para instalarse en este rincón del municipio de Centla, en Tabasco, al sur de México. Sus parientes, que habían llegado un par de años antes, describían el lugar como una especie de tierra prometida: ahí tendrían un terreno para levantar su casa y el sustento se los daría el mar. La única condición era que aprendieran a pescar. Así lo hicieron. Dejaron de ser campesinos para transformarse en pescadores.

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Era el año 1984. Guiados por la misma promesa de tener un lugar donde vivir, muchos más llegaron a la nueva comunidad que llamaron El Bosque. El nombre se lo dieron por la hilera de árboles que los fundadores plantaron donde comenzaba la playa.

Guadalupe Cobos camina por la zona que ha sido erosionada por el mar en la comunidad de El Bosque. Foto: Isabel Mateos
Guadalupe Cobos camina por la zona que ha sido erosionada por el mar en la comunidad de El Bosque. Foto: Isabel Mateos

“El Bosque tenía todo: buena pesca, había comida. Era un lugar de oportunidades… Aquí empezó nuestra historia como familia. Aquí crecieron mis hijos. Aquí hicimos nuestras raíces. Este era un lugar maravilloso, porque teníamos todo y no lo sabíamos. Tampoco sabíamos que, en un futuro, todo eso se iba a acabar”.

Guadalupe Cobos suelta las frases con nostalgia. Desde hace cinco años, ella y sus vecinos son testigos de cómo su comunidad es borrada del mapa. No exageran cuando exclaman que el mar se está tragando a El Bosque.

En algún tiempo, el lugar fue hogar de más de 200 personas. Para junio de 2024, sólo quedaban 12 familias. Las demás se tuvieron que ir, no tuvieron otra alternativa: sus casas, las escuelas, la iglesia, sus recuerdos y todo lo que habían construido fue tragado por el mar.

Desde 2019 y hasta junio de 2024, al menos 70 viviendas de El Bosque han sido derribadas por la fuerza del oleaje.

“Somos lo que ustedes llaman desplazadas climáticas”, así fue como Aurea Sánchez Hernández, habitante de El Bosque, se presentó durante una audiencia pública con los integrantes de la Corte Interamericana de Derechos Humanos (Corte IDH), realizada el 28 de mayo de este año en Brasil.

En unos cuantos minutos y ante un auditorio sorprendido por lo que escuchaba, Sánchez resumió lo que ha sucedido en su comunidad: “Entre el 2005 y el 2020 perdimos más de 500 metros de geografía por el aumento del nivel del mar y los Nortes [tormentas]… El mar ha avanzado y no retrocede… Ese miedo al futuro que ustedes sienten cuando escuchan sobre el cambio climático, nosotros lo estamos viviendo”.

En México, El Bosque es sólo una de las varias comunidades que ya padecen los efectos de la “erosión costera”, término utilizado por la ciencia para sintetizar lo que sucede cuando el mar gana terreno y avanza hacia la tierra.

En la comunidad de El Bosque, el proceso de erosión costera se aceleró a partir de 2019. Foto: Isabel Mateos

Transformación de un territorio costero

Si se les busca en un mapa, los rescoldos de la comunidad de El Bosque se encuentran en una pequeña y delgada península localizada casi donde se unen los estados de Tabasco y Campeche. De un lado, están las aguas del Golfo de México. Y del otro, tiene la desembocadura del Grijalva y el Usumacinta, dos de los ríos más caudalosos del país.

“Mis papás cuentan que cuando llegaron sólo había unas cinco casas. Yo tenía tres años”. Anahí Ponce Muñoz ahora tiene 42 años y muchos recuerdos ligados a este territorio en donde creció, se casó y construyó su casa. De su vivienda sólo quedan unas cuantas piedras aferradas a la arena.

Algunos pobladores de El Bosque, como Anahí Ponce, notaron que su territorio se transformaba cuando el muelle empezó a ser enterrado. Para otros los cambios llegaron cuando el Golfo de México comenzó a ser habitado por las plataformas petroleras que, en días despejados, pueden observarse desde la comunidad.

Guadalupe Cobos se percató de los cambios desde 2007. Ese año se registró una explosión y un derrame en la plataforma petrolera Usumacinta. “A los habitantes de El Bosque nos contrataron para limpiar la zona. Ahí fue donde nos empezamos a dar cuenta de que el mar ya estaba más metido”.

Durante los siguientes años, el oleaje pegaba cada vez más cerca. Lo primero que se llevó fue la playa. Después, las marejadas arrancaron de raíz los árboles que protegían a la comunidad de los fuertes vientos. Cuando eso sucedió, la preocupación se instaló y ya no se fue.

Los políticos se acordaban de la existencia de El Bosque sólo durante las campañas electorales, dice Guadalupe Cobos. “Aprovechábamos que venían y les pedíamos que construyeran un muro de contención o algo, pero nadie nos escuchó”, recuerda.

Durante las tormentas de finales de 2019, El Bosque comenzó a transformarse en zona de guerra. El mar se tragó las casas de Enriqueta, de Verónica, de Aurelia y la de Pedro Ponce, el hermano de Anahí. “El agua ya pegaba en las paredes de su casa y él no quería salirse, porque era su único patrimonio. Durante cuatro días estuvo ese golpeteo, hasta que tumbó las paredes. Mi hermano y su familia no tuvieron otra más que salirse y sacar lo que pudieron”.

Lee la historia completa aquí. 

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Este reportaje es parte de una alianza periodística entre Mongabay Latam, Vorágine, Plaza Pública y el Centro de Periodismo Investigativo. 

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