Solo unos días después, la inexperiencia de Castillo quedó nuevamente confirmada al desmoronarse su tercer gabinete. En los próximos días en Perú jurará su cuarto equipo ministerial: en apenas seis meses de gobierno se han puesto el fajín tres cancilleres, tres ministros del Interior, tres ministros de Educación, dos ministros de Economía, entre otros altos funcionarios. Pero el nombramiento de Héctor Valer en la presidencia del Consejo de Ministros -quien rompió el récord mínimo de permanencia al verse forzado a renunciar al tercer día- marcó un punto de quiebre. Valer, un político tránsfuga de varios partidos y con serias denuncias por violencia familiar e investigaciones fiscales a cuestas, generó el rechazo de organizaciones, ciudadanos y políticos. Su llegada subrayó la orfandad programática de Castillo, quien se ve cada día más abrumado por sus responsabilidades.
En efecto, Castillo es maestro de escuela pública, sindicalista y ex rondero, es decir, miembro de los grupos civiles conformados en los años ochenta para luchar contra Sendero Luminoso. Él concentró el voto de millones de peruanos de las comunidades andinas y rurales cansados de los políticos tradicionales que los mantienen al margen de las decisiones de gobierno. Ciudadanos de regiones que, pese al crecimiento económico del país, no vieron reducidas las brechas de desigualdad ni inversión pública suficiente para acceder a servicios de calidad. La presencia de Castillo les prometía, precisamente, mayor representatividad.
Desde 2016 el Perú está sumergido en un estado de crisis permanente. Durante este tiempo renunció el presidente Pedro Pablo Kuczynski, luego de dos intentos de destitución promovidos por el fujimorismo; Martín Vizcarra, el vicepresidente que lo sucedió en el cargo, fue destituído por el Congreso y Manuel Merino, quien asumió el mando, dimitió a los pocos días tras marchas masivas en su contra que derivaron en la muerte de dos jóvenes.
Las elecciones presidenciales de 2021 debían marcar el inicio del retorno a la estabilidad, pero esta fue una contienda polarizada, entre contendores que se definieron tardíamente para una segunda vuelta y con los porcentajes más bajos de votación desde el retorno de la democracia. Pero sobre todo, con un electorado apático ante las opciones que tenía al frente.
Luego de la ajustada victoria de Castillo sobre Keiko Fujimori, el partido de ésta impulsó acusaciones de fraude -sin pruebas- que impidieron una transición adecuada. Pero vino después una cadena de decisiones erráticas, renuncias, despidos, sospechas de corrupción, en suma, una convulsión política propiciada, esta vez, por el mismo Palacio de Gobierno. De modo que las palabras de Castillo solo vinieron a confirmar que el timonel del Palacio no tiene claro cómo dirigir al país.