Lado B
El país desalmado que no es una democracia
Por Juan Manuel Mecinas @jmmecinas
14 de diciembre, 2021
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En cualquier lugar del mundo sería un escándalo. Sería la nota principal de los diarios. Los medios lo cubrirían día y noche y las autoridades caerían una tras otra por su responsabilidad en la muerte de tantas personas. Pero no es así. Son migrantes acinados, muertos, olvidados, despreciados.

En ese país nos hemos convertido: la muerte no nos sorprende.

Entonces recuerdo las muchas marchas feministas que los medios cubren interminablemente porque, entre otras cosas, pintan una estatua, quiebran vidrios o dañan inmuebles. Pecata minuta.

En este caso no es así. Nadie habla de la muerte inhumana de 55 personas. Son migrantes y a este país clasista, racista y discriminador poco le importa la muerte de 55 personas.

Eso somos: un país que vive desalmado. Un país al que le da igual que millones de personas pasen por sus estados transportados de manera indigna. ¿Que si las autoridades están al tanto de esto? Hasta la pregunta ofende. No solo están al tanto, sino que participan en el negocio al que en el siglo XXI se le llama migración, pero que en otro siglo o época bien podría haberse denominado esclavitud. Eso son: migrantes tratados como esclavos a merced de grupos criminales (el gobierno incluido) que se embolsan millones de dólares y donde la muerte de muchos de ellos no es ni siquiera motivo de preocupación, como tampoco lo es la vergonzosa realidad de mujeres y niñas violadas, asesinadas y ultrajadas en su camino hacia los Estados Unidos.

Este país racista y clasista voltea la cara para no observar.

A quienes defienden que vivimos en una democracia debería apenarles siquiera sugerir que una democracia puede permitir estas atrocidades. Este es un país autoritario desde hace décadas y la alternancia en las cúpulas de poder no ha traído la democracia que todos añoramos. No puede asumirse como democracia un país donde desparecen miles de mujeres, donde otras miles son asesinadas, donde prácticamente todos los delitos no tienen sanción y donde la discriminación es la regla. No puede llamarse democracia a un país donde el prójimo no importa, por más que sus élites y buena parte de la sociedad se desgañiten contra otras sociedades por tratar discriminatoriamente a miles de mexicanos que viven en el extranjero. Aquí hacemos lo mismo. Esto no es una democracia porque en una democracia la sociedad no puede ser tan indiferente al dolor ajeno. Sería tanto como si Europa no hubiera hecho un alto en su camino de construir una mejor sociedad después de la Segunda Guerra Muncial. El horror  de Auschwitz ameritaba al menos una reflexión.

Eso es lo que estamos viviendo: un momento de horror que está cerca de cumplir un cuarto de siglo (por decir lo menos). Nunca antes habían asesinado a tantas personas, nunca antes había habido tantos desaparecidos, nunca antes los migrantes que cruzan el país se contaban por millones.

Y en ese momento de horror, el país mira hacia otro lado. Es difícil reconocerse en un espejo que refleja un país sin alma. Es una lástima que la vergüenza no sea mayúscula, porque el momento no es para menos: si no nos reconocemos como corresponsables de este trato inhumano, poco podemos avanzar hacia la construcción de un país mejor. No podemos esperar que ese esfuerzo provenga de la clase política: los políticos de este país son demasiado ambiciosos y perversos. Niegan desde ahora su participación en estos hechos. Lo han negado siempre. Y el sistema está construido para darles la razón y negar que este país vive desalmado; sin instituciones de justicia; sin democracia.

*Foto de portada: Ángeles Mariscal

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Autor Lado B
Juan Manuel Mecinas
Profesor e investigador en derecho constitucional. Ha sido docente en diversas universidades del país e investigador en centros nacionales y extranjeros en temas relacionados con democracia, internet y políticas públicas.
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