La realidad de miles de niñas, niños y adolescentes refugiados en México no es la de vivir con una familia que les acompañe en sus mañanas, sus comidas, rutinas, que les lleve a la escuela y acompañe a la hora de dormir, sino la de estar en un albergue o centro de asistencia en donde la mayoría vive una etapa llena de incertidumbre mientras las autoridades deciden qué pasará con ellas y ellos.
Si bien estos centros de asistencia intentan proveerles de cuidados, no generan vínculos familiares que les permitan tener una infancia o adolescencia plena para su desarrollo.
Sin embargo, durante muchos años, en México, esta fue la única alternativa de cuidados y protección para menores de edad vulnerados, ya fuera mediante casas hogares pertenecientes principalmente al sistema DIF, o los albergues iniciados por la sociedad civil, explica en entrevista para LADO B Ariel Flores, psicólogo y coordinador del Programa de Cuidado Alternativo de Acogimiento Familiar de Fundación Juconi.
Para Flores es importante entender que, a pesar de que estos espacios pueden llegar a cubrir las necesidades básicas, no pueden cubrir las necesidades afectivas y de desarrollo personal de estas y estos jóvenes que tanto lo necesitan.
Cabe mencionar que, tan solo este año, 18 mil niñas, niños y adolescentes han solicitado refugio en México, y al menos mil no estaban acompañados o acompañadas por un familiar adulto.
Así, mientras estas y estos menores de edad esperan, muchas familias en México podrían estarles dando un hogar temporal ahora mismo. Esto a través de integrarlas al Programa de Cuidado Alternativo de Acogimiento Familiar que Fundación Juconi lleva en conjunto con el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).
De esta forma, la acogida temporal se convierte en una nueva alternativa para todas las infancias y adolescencias desplazadas que ahora están en centros de asistencia o detención en México, ya que pueden llegar a un hogar que les proteja y llene de vínculos sanadores para su desarrollo.
Flores explica que el acogimiento familiar es una figura de cuidado alternativo que atiende a las niñas, niños y adolescentes que han perdido los cuidados de una persona adulta de manera temporal o definitiva. Esta alternativa funciona para que la o el menor no llegue o permanezca durante mucho tiempo en un centro de asistencia social o algún albergue público o privado.
Esta medida propicia que la niña o niño viva en un entorno familiar mientras las autoridades determinan cuál será la mejor opción para que recupere los cuidados familiares de manera definitiva.
Una casa de acogida puede convertirse en un punto intermedio previo a que se logre la reintegración familiar (volver a encontrarse con su madre o padre); o encontrarse con la familia extensa (tías, tíos, abuela, abuelo, etcétera); también se contempla llegar a una adopción o que, finalmente, las y los adolescentes lleguen hacia una vida adulta independiente.
Este programa es llevado por Fundación Juconi y Acnur en paralelo con las autoridades del DIF estatal y federal. Cabe destacar que, en el proceso, las familias que hayan decidido dar acogida siempre son evaluadas para garantizar que son aptas para recibir a una niña, niño o adolescente refugiado.
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La idea, de acuerdo con Fundación Juconi, es involucrar a la sociedad en el cuidado de infancias y adolescencias a través de la figura de la familia, para así evitar que terminen en albergues de asistencia social.
Para Ariel Flores es fundamental visibilizar las diferencias entre las condiciones en las que vive una niña o niño en un centro de asistencia social en contraste con las de la convivencia con una familia de acogida.
La situación se vuelve más compleja cuando hablamos de una niña, niño o adolescente que ha sido expulsado de su país de origen y llega a México, sin cuidados de un familiar, a solicitar refugio, advierte el coordinador. De ahí que tiendan a terminar en centros o albergues para migrantes.
“No siempre son lugares especializados para niñas, niños y adolescentes”, asegura Flores. Asimismo, en el caso de personas que buscan refugio, estos espacios tienden a ser lugares para migrantes y personas refugiadas de todas las edades sin tener una atención especializada para menores de edad. Esto, advierte, implica tener cierto nivel de riesgo.
En los peores casos, señala Flores, son centros donde no se tienen todos los recursos para cubrir las necesidades de las y los menores de edad. “Pueden haber muy buenas voluntades pero no siempre se cuentan con los recursos, lamentablemente”, sentencia.
Otro tema preocupante, de acuerdo con el coordinador de Juconi, es la capacidad rebasada en albergues, ya que mientras más personas habiten el lugar, más complicado será que haya una atención individualizada. En muchos estados, explica, esto se vuelve una tendencia, en donde se encuentran espacios que albergan hasta 120 niñas y niños.
Además, existen centros no regularizados y otros de detención migrante que pueden tener condiciones muy precarias para las y los menores de edad, dice Flores.
“Se pierde esta esencia de la familia como formadora y se vuelven más bien profesionales brindando cuidados, que no está mal, pero no es suficiente”, asegura el coordinador Juconi.
“No necesariamente todos son inadecuados, algunos han tratado de desarrollar sistemas de cuidado que cubran con las necesidades y derechos de niñas, niños y adolescentes, sin embargo, no alcanzan a brindar todos los derechos precisamente que se cubren cuando una niña o niño vive en un entorno familiar”, asegura Flores respecto a los centros de asistencia para menores de edad.
En estos espacios, si bien existen figuras con intención terapéutica y de cuidados que les brindan asistencia psicológica, la posibilidad de entablar vínculos seguros y estables es lejana, considera el coordinador de Juconi. Esto porque se entiende que son parte de un personal que cubre un horario y va cambiando turnos, lo que hace poco viable que las y los menores de edad puedan desarrollar afectos más estrechos con quienes les cuidan.
En contraste, en un entorno familiar hay figuras de personas adultas estables, acompañando a la o el menor de edad en sus procesos de aprendizaje en la escuela, en su atención médica, en su alimentación, etcétera. Al final, es un acompañamiento personalizado que ayuda a que desarrollen seguridad y confianza, cuenta Ariel Flores.
Por su parte, en los centros de asistencia es más difícil que las y los menores de edad puedan acercarse a diferentes contextos comunitarios, tales como: la escuela, el barrio; o estar con más miembros de la familia, vecinos; participar en grupos de actividades recreativas, entre otros aspectos que una familia temporal sí ofrece. Esto, al final, genera que la niña o niño tenga redes de apoyo sólidas que en un albergue probablemente no desarrollaría, ya que la única convivencia es dentro de estos espacios, sin poder generar redes hacia el exterior.
Las diferencias se pueden notar en la comida, la cena, la escuela, la atención médica, actividades recreativas, la hora de ver televisión y, en general, con toda la vida de la o el menor de edad.
Al momento de ir a dormir, por ejemplo, en los albergues hay dormitorios grandes con literas o camas que no les permiten personalizar su espacio, cosa que en la familia sí ocurre al brindarles un cuarto individual o compartido con una hermana o hermano. Esto, asegura Flores, tiene un impacto positivo en el desarrollo de la personalidad, generando un sentido de pertenencia desde un desarrollo libre.
El coordinador de Juconi también reconoce que en muchos de estos albergues han mejorado las condiciones de cuidados a menores de edad, pero asegura que nunca será igual contar con la figura de una familia que les ame y proteja. Al final, una figura adulta estable que siempre esté al pendiente y que sea la misma persona durante el día, la noche y el fin de semana crea un vínculo que le permite a la o el menor de edad procesar las experiencias adversas que pueden estar asociadas a su pasado violento, dice Flores.
“Por eso estamos impulsando la medida de las familias de acogida, para que más niñas, niños y adolescentes tengan no solamente el derecho a vivir en familia, sino que tengan derecho a la educación, derecho a formar parte de un ambiente comunitario, de profesar su propio credo, de tener un libre desarrollo de la personalidad y todos los demás derechos que vienen de por medio”, dice Ariel Flores.
En Fundación Juconi invitan, preparan y alistan familias para que puedan certificarse y dar acogimiento a las niñas, niños y adolescentes refugiados en Ciudad de México y Puebla. Y pese a que es un proceso cauteloso que requiere paciencia para que ellas y ellos identifiquen que se encuentran en un espacio seguro, poco a poco desarrollan confianza y vínculos que les permiten vivir plenamente en familia.
Diohema Anlleu, directora de Incidencia en Fundación Juconi México explica que a nivel internacional se están gestando estas nuevas formas de cuidados alternativos para niñas, niños y adolescentes, en donde se han percatado que la mejor forma de cuidarles, protegerles y restituirles sus derechos no es la institución, sino lo más parecido a una familia.
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“Hay un crecimiento diferente, hay un desarrollo más adecuado a la edad [en una familia de acogida respecto a un centro de atención]”, explica Flores. Así, estas y estos menores de edad aprenden que pueden existir vínculos seguros y libres de violencia, en donde el nuevo entorno familiar se vuelve un espacio terapéutico y sanador, cuando ellas y ellos han vivido experiencias de pérdida.
Finalmente, junto a Acnur, Fundación Juconi busca crear un modelo nuevo y diferente en donde “el acogimiento es una solución a la institucionalización”, concluye Diohema Anlleu.
*Foto de portada: Cortesía