Lado B
George Steiner se reúne con René Azcuy
Tras el fallecimiento de George Steiner, Julio Broca traza los vínculos entre el filósofo nacido en Francia y el diseñador René Azcuy
Por Julio Broca @julio_broca
25 de febrero, 2020
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Hace unos días murió George Steiner. No pude evitar pensar en René Azcuy, ambos pensadores estaban estrechamente ligados. A continuación lo explicaré en dos apartados, una minúscula conclusión y un epílogo.  

I

El deseo animal y humano

Esta mañana me propuse comenzar a bocetar sobre el claro vínculo entre Steiner y Azcuy. Me llevo la tarea en la cabeza, aún es temprano cuando salgo a trabajar. Al final de la avenida el sol está a punto de hacer su acto favorito: levitar. Las colosales torres de alto voltaje siempre dan a los amaneceres en mi colonia un matiz tecnoapocalíptico. Camino hacia la parada del camión. Aprieto con una mano Gramática de la creación —en su segunda edición del año 2001— de George Steiner. Editorial Siruela invierte en la textura del papel de sus forros, además de las impecables traducciones. Por eso uno paga su precio, aunque posponga otras necesidades básicas. El diseño de forros de la edición no podía gustarme más, blanco con negro como bandera de huelga. Arriba, sobre la plasta roja, el nombre del autor en negro, y abajo, sobre la plasta negra el título, en rojo. Un peculiar ying-yang combativo. Dentro del libro tengo una cita con René Azcuy, con lo que él subrayó antes de adelantarse a Steiner hace algunos meses apenas. Unos agudos chillidos me arrancan del pensamiento: una jauría. La perra está en celo. No tiene sentido que niegue ese impulso animal que se activa en todo ser humano ante el espectáculo natural del apareamiento. Precisamente, mientras la mayoría de los adultos reforzarían su madurez ignorando el suceso, se bien que Steiner y Azcuy reflexionarían, quizá sobre la brevedad de nuestra sociedad tecnológica, que tarde o temprano desaparecerá frente a la eternidad de la primavera. La hembra está rodeada por cinco garañones. El sol es una bola anaranjada que apenas se ha despegado del suelo. Dos perros pelean. Ataque yugular del macho más vigoroso, blanco, de cabeza cuadrada, atenaza con sus mandíbulas a otro que inútilmente se debate en el asfalto por liberarse. 

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Paso cerca de la manada. La pelea terminó. El vencedor ha liberado a su oponente pero no del todo. El derrotado aún yace boca arriba bajo una pata frontal del campeón sobre su pecho. Camino con rapidez, el transporte va a pasar en cualquier momento y aún estoy a media cuadra de la parada. Con instinto de pelea, el vencedor gira como rayo para cubrirse las espaldas, la riña lo ha insuflado, el celo lo ensancha y planta rostro —hocico— a los otros tres oponentes. La naranja que se eleva en el horizonte dibuja con perfección los músculos sombreados del victorioso espécimen, los otros tres candidatos se petrifican, e pur si muove por causa de la fiereza del deseo animal que puede hacer andar estatuas. El derrotado aprovecha el descuido del vencedor y nuevamente intenta montar a la hembra con puntería asombrosa. Ella sigue dispuesta, también obnubilada por la misma fuerza brutal que sus compañeros de especie, parece en trance, esclava, tanto como los otros, del puntual celo biológico. La pelea comienza de nuevo. La naturaleza nos parece cruel, injusta, pero es también el anuncio de la primavera. “No soy tanto señora, como si fuera la primavera”, cita favorita de René para ocultar su ego refinado que también despuntaba al alba y sabía levitar durante veinte horas al día —dormía solo cuatro, a saber si también soñaba con él mismo— de las cuales a ultimas fechas, varias dedicaba a Steiner. 

Foto tomada de YouTube

II

No hay utopías pero hay origen

Si la religión fue alguna vez el hegemónico opio del pueblo, ahora lo es el deseo edulcorado del espectáculo en los monitores y las pantallas que traemos en la mano, cocaína que no adormece como el opio sino que infarta por no dormir. La pulsión no encuentra resistencia en nosotros que para eso trabajamos, faltaba más, para colmar nuestros antojos y deseos hasta la saciedad y más allá, por qué no, el Oxxo está más cerca que la biblioteca. El antojo glotón, dictador concupiscente se desparrama en el deseante, lo posee y lo enfila animalizado hacia su objeto de deseo. Alerta. Si la voluntad del sujeto no es suficiente para un principio ascético —principio de límite y proporción, aclaremos, no de santidad—, estamos o en peligro o en éxtasis dionisiaco, bien lo supo Sade. Paroxismo sabrosón. En ambos casos, la sociedad ha desaparecido y solo existe el deseante desbocado, entregado a sí; es, ya, él mismo, puro deseo. Moverá montañas, construirá, matará, o se sacrificará, será Fausto derrotado por el Mefisto o quizá, manifieste el misterio asombroso de detenerse, pensar, aunque no pueda. Quizá el deseante logre evaluar el sentido de sus actos. Ojalá. Hay que maravillarse frente al homo sapiens ético. De lo contrario, nos encontraremos frente a un simple sapiens que hará uso magnífico de su racionalidad para justificar por qué robó, mintió, por qué mató a 43, o apretó el botón de la cámara de gas. ¿Y Dios, dónde está? “Creo en el hombre, él mata o él salva” decía René.  

La manada ha salido de mi rango visual, el camión me encuentra en la cola de la parada detrás de una mujer. Abordamos. Antes de mi, el ruido ofensivo de la máquina que lee las tarjetas de metrobús grita que el crédito se le ha terminado a la señora. El ruido la acusa y exhibe. La vergüenza regula a quienes aún la tienen, pero el chofer no está de acuerdo con todas las regulaciones y se hace de la vista gorda, le regala la ocasión de saltar el control mirando para otro lado no sin antes sugerirle que lo haga —en un milisegundo—. Ella sonríe al vacío y sube lo más grácilmente que puede porque no es una maniobra estética la de evadir los tubos giratorios. Esto no pasaría en muchos lugares en los que quizá el chofer indolente bajaría a la mujer, o la mujer no se permitiría subir sin crédito en la tarjeta. ¿Cuestión cultural, demográfica, urbanística, climática? Encuentro mi lugar en el metrobús y me pongo a buscar como arqueólogo apasionado los trazos del René en Gramática…  aquí una de las primeras: 

“…enuncia la máxima de Platón —de ninguna manera evidente— que en todas las cosas, naturales y humanas, el origen es lo más excelso.”

Quienes conocimos a René, le recordamos diciendo “chico, el origen es lo más excelso” con una gracia originaria y una seriedad de punto final. Steiner tuvo en él un gran promotor. Me sigue escociendo la mediocridad de la escuela de diseño que en lugar de propiciar un encuentro entre ambos en vida, teniendo absolutamente todo para hacerlo, se dedicó a desperdiciar esa impactante claridad que el maestro cubano alcanzó poco tiempo antes de jubilarse. Los liliputienses no podían con el tamaño de Gulliver, por eso se empeñaron en evitar su fulgor. Fue un privilegio que lamentablemente disfrutamos unos cuantos, ese fulgor de una mente brillante que va cerrando metódicamente sus meditaciones de una vida crítica, aventurera y de creación. René, que pasados los setenta años daba clases como buen educador popular a decenas y decenas de alumnos —llegó a tener más de trescientos— trabajó más que nunca sobre las preguntas que siempre se hizo. Él no se deslizó cómodamente al retiro, como quien busca descanso, por el contrario. Encuentro otro subrayado: 

“En la cultura occidental ya han existido sensaciones anteriores del final y fascinaciones por el ocaso.”

Gracias a las citas no citadas de René, pudimos, en clase con él, criticar la fascinación por el ocaso, tomar distancia crítica de la mórbida Industria Cultural, de los apocalipsis taquilleros, tener «conciencia de la decrepitud, y la finitud humana», conciencia, no deleite. Steiner seguramente ahora escuchará en grave tono cubano la exquisita asociación que Azcuy hacía de la cita anterior con el poeta Walt Whitman:  

«Quédate hoy conmigo,

vive conmigo un día y una noche

y te mostraré el origen de todos los poemas…»

Pero lo que interesaba a ambos pensadores era ese alejamiento del origen que parece cada vez más un extravío. La «inhumanidad como dato perenne», demuestra que su maldad no cede, no descansa: «no han existido utopías, ni comunidades de justicia o de perdón» señala Steiner. Por eso, para René Azcuy, el reto final del cartel era dar esperanza, pero una esencial, trascendente, no edulcorada ni de coyuntura oportunista. Podrán las mediocres escuelas que participan del fraude educativo, o los políticos preocupadísimos por extender la absoluta casualidad que los tiene en el poder, podrán, decía, desarrollar su vida cotidiana ajenos a esos datos terribles, esos «datos perennes» de la humanidad que, sin embargo, Steiner y Azcuy miraban todos los días al mirarse al espejo, no como un yo, o un aquello sino como un ¿de qué soy parte? —de qué carajos somos parte— diría teatralmente el cubano. Le llamaban la atención estas lineas:  

«los historiadores calculan en más de setenta millones el número de hombres, mujeres y niños víctimas del hambre, la guerra, de la deportación, del asesinato político y la enfermedad». 

Lo peor de la historia no ha brotado de Medio Oriente ni del tercer mundo, nos dice Steiner, ha brotado «del ámbito y los instrumentos administrativos y sociales de las altas esferas de la civilización, de la educación, del progreso científico y del humanismo, tanto ilustrado como cristiano». 

Quisiera llamar la atención un poco sobre las características plásticas de las líneas con que Azcuy marca los párrafos. Aveces son trazos salvajes, como si solo tuviera esa línea para gritar su encuentro con un alma gemela. Coincidía con que el liberalismo, el positivismo científico, la mejora sostenida de la civilidad, se han probado falsas, como escribió Steiner. La preocupación de ambos es pedagógica, son pensadores frente a grupo. Las siguientes líneas, bien podrían haber sido escritas por cualquiera de los dos: 

«No se trata sólo de que la educación se ha revelado incapaz de hacer que la sensibilidad y el conocimiento sean resistentes a la sinrazón asesina. Aún más turbadoramente, la evidencia es que esa refinada  intelectualidad, esa virtuosidad artística y su apreciación y la eminencia científica colaborarían activamente con las exigencias totalitarias o, como mucho, se mantendrían indiferentes al sadismo que las rodeó.» 

Indiferentes al sadismo que las rodeó por los enormes privilegios que son el opio de las siempre exquisitas vanguardias intelectuales, sufrientes tan solo en apariencia, dispuestas a un golpe de estado en favor de quien sea que les permita acrecentar sus privilegios, permitirles estafas maestras. Continua Steiner, subrayado por René: 

Los conciertos brillantes, las exposiciones en grandes museos, la publicación de libros eruditos, la búsqueda de una carrera académica, tanto científica como humanística, florecen en las proximidades de los campos de muerte. La ingenuidad tecnocrática permanece neutral ante el requerimiento de lo inhumano. El símbolo de nuestra era es la conservación de un bosquecillo querido por Wagner dentro de un campo de concentración».

Un bosquesillo dentro de un campo de concentración, una blusa de estética “indígena” en el armario de las sedas, una lona con rostros sonrientes sobre el pordiosero, un mural sobre la casa que se cae, una rueda de la fortuna junto al río contaminado, un premio al estudiante a pesar del fraude educativo que lo tiene en la universidad sin saber escribir, cualquier meme, una estafadora que rompe “la obra de arte” de otro estafador y es denunciada por el director de un museo que es una gran estafa, un rostro perfecto en el monitor que embellece al verdadero, un dedo en la pantalla jugando la lotería del amor, un ser que roto por dentro se autorretrata con su mejor sonrisa, la autonomía universitaria en medio de la corrupción universitaria, una masa iracunda que ha asistido a una marcha sin saber a dónde, una buena causa llena de odio, un tecnócrata llorando frente a sus subordinados, el ideal en medio del negocio, un nuevo derecho dentro del marco legal que solo respeta lo que está dentro de él, una migaja de justicia en el campo de la desigualdad, etc. Este signo de el bosquesillo en el campo de concentración, es lo que René llamaba lo edulcorado, que para él era una forma de señalar constantemente no solo una falsedad encubierta, sino manifestar un reproche a la belleza convencional de «la sociedad del espectáculo», lo absurdo de lo fraudulento escondido tras merengue de colores. 

Enfocándome en la plasticidad de las líneas encuentro un gran hallazgo, estrellas. Paso las hojas del libro y me doy cuenta de que hay algunas páginas cuya linea perpendicular al párrafo tienen una estrella dibujada por René. ¿Serán las ideas que le hicieron t i l í n – t i l í n? —expresión muy guajira—. Son ideas impactantes, complejas y merecen un texto para ellas solas que por el momento no desarrollaré. Me embelesan las estrellas que dibujó mi maestro, acto natural del que posee el libro y entra en relación de estudio, de anotación, quizá de deseo de posesión de la idea y, la marca, la hace suya llevado de una aparente falta de respeto al libro mismo. Las estrellas que son pocas, terminan en el poema de A. R. Ammons citado por Steiner: 

“Te enseñaré

lo recóndito que se resiste a toda imagen, 

que no puede ser mostrado ni dicho, 

pero que se teje y se desteje con las lunas y los nenúfares, 

es todo, 

y está más allá de la destrucción

porque completamente fue creado

sin forma alguna…”

Más allá de las constelaciones, en este poema estamos ahí donde Walt Whitman, líneas arriba nos quería llevar. Estamos ya leyendo, subrayando, problematizando eso llamado génesis, territorio puro del origen. Durante las próximas setenta páginas no habrá más que unos pequeños, escasos y breves subrayados, como rarísimas palmeras en un vasto y desolado desierto. Ya no habrá más estrellas. Conozco la sana desconfianza de René ante los teóricos por mucho que los admirase.  

Foto: Пища Хуфнагел | Wikimedia Commons

Durante cien páginas no hallaré anotación alguna. Reaparecerán en marcatexto anaranjado. El tema que se desarrollará para entonces será el debate entre invención y creación, casi como antinomias. Steiner llama la atención sobre un hecho curioso que está subrayado: por qué decimos “Dios creó el universo” y no “Dios inventó el universo”. ¿Por qué pensamos lo impensable como creación y no como invento?  «Sea como fuere, sentimos que la «creación» está por encima de la «invención». El autor y el lector que subraya han tomado posición en el mismo bando, pararle el alto a la tecnociencia, al abuso del racionalismo, a ese analizar diletante que lleva a banalizar el misterio de la creación divina y humana es decir, de la naturaleza sublime y el arte trascendente. La última línea que René trazó junto al texto de Steiner en la página 121 dice:  

«Ser implica ser «en el tiempo».”

Ambos pensadores cumplen la promesa de decirnos por qué el origen es lo más excelso: origen es creación. 

Conclusión

Podría decir que en este ensayo caigo en la cuenta de que ambos pensadores prescinden de la utopía y paradójicamente, fijan su curso argonauta hacia el pasado, no como nostalgia sino como episteme urgente contra el verdadero enemigo de la humanidad: el olvido, el verdadero monstruo devorador de toda posibilidad de futuro. No hay futuro en un futuro sin memoria, hay, en todo caso, bosquesillos edulcorados en un campo de concentración.  

Epílogo

Tiempo después, (un par de días) intentando ser mas riguroso con este texto hice una revisión arqueológica por si algún subrayado se me había escapado. Así fue. Encontré que hay otro salto enorme que incluso me llevó a pensar erróneamente que Azcuy no encontró nada que llamara su atención. Pero en estas verdaderamente ultimas marcas en la página 342 sobre el texto de Steiner, comprendí por qué este libro se había vuelto el mejor compañero de René. Además, estas marcas son diferentes por un pequeño detalle. Los diseñadores vivimos para el detalle, un síndrome necesario e inevitable. En cada una de las tres breves líneas verticales al margen de la página la punta del bolígrafo se detuvo por un segundo y naturalmente la tinta produjo un punto, ¿señal de una suspensión del tiempo? sin duda tensión muscular, abandono momentáneo del mundo al mismo tiempo que los ojos se clavaron en el texto. Ahí la pluma de René tuvo tiempo de volver nuevamente punto la línea, la mano del lector emocionado empujó y produjo una leve hendidura en el papel. Este huecograbado es vestigio de un éxtasis intelectual. A continuación, cito los subrayados finales por René Azcuy en Gramática de la creación de George Steiner: 

[Dios] «El muy cabrón no existe» (Samuel Beckett) 

—Actualmente, la búsqueda de seres inteligentes en el espacio exterior está cerca cerca de convertirse en una obsesión. ¿Es este un esfuerzo premonitorio por iluminar la soledad? ¿Pretende olvidar, a través del murmullo amplificado del radiotelescopio, el ahora demasiado distante trueno de la creación?

—Hemos sido durante mucho tiempo, y creo que lo somos aún, los huéspedes de la creación. Debemos a nuestro anfitrión la cortesía de la pregunta.

*Foto de portada: Wikimedia Commons

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Autor Lado B
Julio Broca
Artista gráfico y sociólogo especializado en ética y rebelión. Diseñador del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego”-BUAP. Su obra gráfica ha sido objeto de estudios especializados en la universidad de Milan, Italia (Revista Altre Modernité). Ha expuesto su obra e impartido clases en Polonia, Grecia, Alemania, Bélgica, Tokio, USA, etc. Así como en la Casa de las Américas, Cuba; México, Bolivia, Perú, etc. Exponente destacado de la tradición gráfica cubana y polaca de posguerra.
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