Jaime López
Hace no mucho, uno de los más reconocidos analistas fílmicos del país, Jorge Ayala Blanco, habló sobre el triste destino de varias de las producciones hechas en la tierra del águila y el nopal, al tener una mala difusión en la cartelera comercial (lo que significa enviarlas al matadero, según palabras de dicho analista), o exhibirse en ese “gueto del cine de arte” (así lo calificó en una entrevista para El Universal) llamado Cineteca Nacional.
Al respecto, Tesoros fue una de las cintas que el crítico mexicano usó para ejemplificar sus comentarios, pues dicha propuesta (orquestada por la próxima titular del IMCINE, María Novaro) apenas gozó de unas cuantas proyecciones en ese recinto adorado por los capitalinos, endiosados con el celuloide, que verdaderamente buscan contenidos diferentes a los que se acostumbran proyectar en la pantalla grande.
Una situación similar vivió Cuernavaca, de Alejandro Andrade Pease, obra que, pese a proyectarse en Cinépolis y Cinemex, fue estrenada con una escasa campaña publicitaria, pocas copias y confrontando a grandes monstruos del «mainstream» hollywoodense, como La monja. Tras dos semanas de funciones, la historia con título paradisíaco desapareció con más pena que gloria.
En el caso de Tesoros, la otrora directora de Danzón, se adentra en el género del cine familiar así como fantástico para hablar sobre el cuidado de las reservas naturales, la imaginación y la tierna camaradería infantil. El resultado es más que loable pues la creadora aglutina todos esos tópicos de forma orgánica y amena (aplausos a su dirección y cinefotografía porque privilegió la improvisación en pro de la naturalidad).
Por su parte, Cuernavaca se desmarca del escenario geográfico en el que transcurren varias de las actuales películas mexicanas (la CDMX) para demostrar el modo en que ciertos lugares marcan la vida de las personas. Lo hace siguiendo a Andy, un adolescente que se ve obligado a mudarse a la hacienda de su abuela cuando su progenitora es víctima de un acto violento y la ausencia paterna es una pesada loza.
Si bien es cierto que la ópera prima de Andrade Pease no es redonda y su ritmo decae en algunas secuencias, se agradece al estudiante del CUEC, y ex colaborador de Canal Once, el haber explorado otro tipo de terrenos dramáticos universales (la pérdida de la inocencia, la inclusión o el aprendizaje personal); además de convencer a una de las máximas glorias del cine español de participar en su película: Carmen Aura.
Dicho esto, Tesoros y Cuernavaca se insertan en ese desafortunado grupo del celuloide mexicano visualizado por unos cuantos connacionales. Grupo que parece condenado a un efímero ciclo de vida si no llevan en sus créditos principales el apellido Derbez, Chaparro u Ochmann.
Cuánta razón hay en las palabras de Ayala Blanco: la distribución será una de las principales tareas a superar para la nueva directora del IMCINE; algo que en verdad esperamos logre en el corto plazo de su cargo, sobre todo para que proyectos, como los mencionados en líneas anteriores, tengan una mayor repercusión social.
Mientras tanto, habrá que esperar para verlas en FilminLatino (en el mejor de los casos), o estar atentos para cacharlas en las esporádicas proyecciones universitarias o culturales que se hacen al interior de la república.