Micifuz
Día uno
Un ejército de trombones, saxofones, contrabajos y trompeta se apodera de San Pedro Cholula en el inicio del cuarto Festival Internacional Jazzatlán, al pie de la pirámide.
El Parque Soria y la pirámide son un marco casi perfecto. Los transeúntes pasan curiosos, los niños vuelan sus cometas, los voladores planean en picada y los melómanos toman asiento para el banquete de doce horas de música.
Bluefonk y Beto Cobos Quartet desatan esta caja de pandora musical. La gente aún no abunda, el sábado apenas va despertando. Alguien baila llevado por el vaivén musical; otros con caguama en mano se sientan para disfrutar una canción o mitigar el cansancio.
El ocaso inicia su recorrido. El público está preparándose para la desvelada. Son de Madera y su estilo jarocho saludan a la noche. Los acompaña Iraida Noriega para recordar al fallecido Aleph Castañeda, quien se presentó por última vez en el festival hace dos años.
Los sigue la Hot Latin Jazz Band, quien emociona a la gente con solos alucinantes de la percusión a cargo de Miguelito Cruz. Los Rolling Stompers hacen que el público baile al ritmo de una Nueva Orleans en el mero auge del jazz clásico, y la nostalgia se huele en el aire.
La media luna sonríe. Un rugido se escucha hasta el zócalo: ha llegado Iraida Noriega y la Jazzatlán Big Band. El show comienza desde la afinación de los instrumentos, Iraida coquetea con su voz y divierte con su espontaneidad.
El repertorio va de los boleros al son cubano; de las escalas a los arpegios, cerrando magistralmente con Quizás, quizás quizás y Bésame Mucho. Se apaga la luz del escenario y la luna sigue resplandeciente. El primer día ha terminado.
Día dos
La tarde vuelve a ser anfitriona. La gente se encuentra con la mezcla casi inconcebible de buena música, bailes locochones y comida rápida. Se convence de que una chelita puede amedrentar al calor.
El escenario está dispuesto y el festival arranca con Aspness Hammond Project y Milenka Jazz Quartet. El recibimiento es cautivante.
Vuelven los 40s y se hacen presentes tres mujeres vestidas de rojo con voces espectaculares: las Swing Sisters que dedican a los niños Busca lo más vital. Entre las filas, padres e hijos bailan la canción de El Libro de la Selva.
“¿Quieren una cerveza?”, ofrece una mesera mientras su compañera se balancea y canta Me importas tú siguiendo al trío. Al compás de Piel canela decido dar una vuelta. Las hermanas del swing descienden del escenario por un costado, donde sus seguidores ya las esperan en busca de autógrafos y fotos. Entre ellos, un par de fans de unos 14 años vuelven curioso el encuentro con las Sisters: son gemelas.
Resulta fascinante la cantidad de gente heterogénea que se ha concentrado. Sólo las mascotas lucen preocupadas cuando intentan robar comida en medio del desfile de los vendedores de botanas.
Cae la noche y la gente se despide. El fin de semana está por terminar. El conejo lunar apenas se asoma para embelesarse el oído al ritmo de jazz.
Alberto García Quartet acompaña la caída del sol, seguido de Pancho Lelo de Larrea Organ Trio. La nostalgia invade el ambiente gracias al tributo de Víctor Correa Septet a John Coltrane.
Llega el final. Sr. Mandril está en la casa para hacernos bailar bajo su ola funky, su fusión electrónica es muy ad hoc para el cierre. Las coreografías en el escenario junto con los visuales en la pantalla harán que mañana las ojeras luzcan felices en el rostro de la gente.
Sr. Mandril ha cerrado con broche de oro dos días de mágico ritual. La luz del escenario se apaga y pero el jazz permanecerá al acecho durante un mes de locura sincopada.
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