[dropcap]“D[/dropcap]ios trabaja de manera misteriosa”. Esa es una frase recurrente que se usa para intentar justificar los desaciertos que nos pueden llegar a pasar en la vida para ajustarlos, de alguna manera, al plan divino. Todo pasa por algo, bueno o malo. Pero ¿qué pasaría si no se trata de un plan divino sino de algo completamente incidental? ¿Seguiremos pensando que es algo bueno y que todo forma parte del proyecto “de arriba”?.
Esto que podría tomarse como una herejía por algunos es sólo uno de los preceptos con los que juega la serie Preacher, la cual está basada en el cómic del mismo nombre que salió a la luz hace casi 20 años y que hasta ahora se logró su adaptación a la televisión después de varios intentos.
Aquí es importante hacer una acotación, pues se ha generado un debate en algunos círculos por las “semejanzas” que hay entre esta serie y Outcast, de la cual ya hablamos hace unas semanas, y sí, no se puede ignorar que ambas toman el tema de la religión y lo mezclan con un cierto misticismo, tienen a un personaje central con características poco heroicas pero que los hacen los “elegidos”, pero fuera de eso son cuestiones diferentes, y todo por una cuestión tan simple: el tono. Mientras Outcast es muy seria y oscura, Preacher se va en la dirección contraria, sazonada con un humor negro y sarcástico que la hace disfrutable y perturbante a la vez.
Y bueno, es que con la combinación de nombres que hay detrás del proyecto, desde Garth Ennis quien fue el escritor original del cómic y quien ha participado en proyectos con anti-héroes parecidos como Constantine, Seth Rogen y Evan Goldberg quienes han trabajado juntos en películas como This is the End, Pineapple Express y The Interview, y ya por el lado serio Sam Catlin quien fue productor de Breaking Bad, pues no se podía esperar que la combinación perfecta de todos esos elementos y visiones en un paquete un tanto bizarro.
De hecho, tiene muchos elementos que le dan un tono un tanto tarantinesco, desde el humor negro, escenas sangrientas pero manejadas de manera delicada e irónica, la fotografía -ese es uno de los mejores elementos de la serie, hay tomas que son obras de arte casi perfectas por sí solas-, y una buena musicalización.
La historia se centra en Jesse Custer, un joven que decide regresar a su pueblo natal a encabezar la iglesia de su padre, quien murió cuando él era niño, y tiene que enfrentar su propio instinto después de años de haber sido todo lo contrario a lo que uno esperaría de quien se para en el pupilo a pregonar la palabra de Dios; la cosa va de mal en peor hasta que un día es poseído por lo que él piensa que es un poder divino, que le permite hacer que la gente haga lo que él ordena. De ahí el debate de si esto forma parte del plan de Dios o no, pues poco a poco vamos descubriendo que por muy chido que esté el poder tiene consecuencias que de divino no tiene nada.
A él se suma su exnovia Tulip, una chica mala en toda la extensión de la palabra, independiente, ruda y libre, pero que, como nos pasa a muchas, no puede dejar atrás a su hombre y decide quedarse hasta que él reaccione, deje la iglesia y sigan con su vida de antes; también aparece Cassidy, un vampiro irlandés que acaba por pura suerte en el pueblo donde vive Jesse, y se vuelve su compinche en toda su aventura y, aunque es un drogadicto, irreverente y poco ético, se vuelve la voz de la razón del padre -y, en mi opinión, el mejor personaje de toda la serie-.
Claro hay otros personajes que le abonan a la bizarres de la serie, como el chico que intenta suicidarse con una escopeta y falla, pero queda completamente desfigurado y sin boca, los ángeles que intentan recuperar el poder dentro de Jesse y el empresario que busca expandir su matadero de reses y busca apropiarse del terreno de la iglesia.
Al final, la serie demuestra que no todo es blanco ni negro, sino que hay una gran área gris en la que se mueven los personajes pero que, un tanto cegado por el poder, Jesse deja de ver esa línea y piensa que lo que hace y haber «sido elegido para tener el poder» le permite obligar a la gente a lo que él quiera, y si no es el plan de Dios «que venga a la tierra y que me lo quite».